La Vanguardia

Rivera conduce a Cs al desastre y ve peligrar su carrera política

El dirigente liberal convoca un congreso extraordin­ario para decidir su futuro

- IÑAKI ELLAKURÍA Madrid

Acostumbra­do a ser agraciado por la fortuna de las urnas durante más de una década, lo que fue engordando la leyenda del infalible olfato político de Albert Rivera, el brutal puñetazo que le propinaron ayer los votantes al líder de Ciudadanos –todo un bocado de realidad– puede significar su repentino final de carrera.

Los malos sondeos que venían anunciando su batacazo el 10-N se quedaron cortos. El de los liberales es un descalabro histórico, sólo equiparabl­e al derrumbe de la UCD de Adolfo Suárez en 1982, al perder los naranjas ahora 47 escaños respecto a los comicios del 28-N y quedarse con unos tristes diez diputados y cas tres millones de votos menos que hace seis meses.

Un dato que no necesita mayores explicacio­nes: en Barcelona, donde nació Cs en el 2005 como movimiento de resistenci­a frente al nacionalis­mo catalán, restan como octava fuerza –con 145 mil votos–, superados incluso por los antisistem­a de la CUP. Los malos resultados, además, golpean al núcleo riverista. El secretario general, José Manuel Villegas, el secretario de organizaci­ón, Fran Hervías, Juan Carlos Girauta, Joan Mesquida y el abogado del Estado Edmundo Bal pierden su escaño. Una escabechin­a muy difícil de gestionar política y emocionalm­ente.

Las miradas se posan ahora en Rivera, no hace tanto el “niño dorado” de la bautizada como nueva política, con aspiracion­es incluso a ser presidente del Gobierno. ¿Presenbier­no tará su dimisión el político catalán o se agarrará al cargo de presidente de Cs hasta que se organice en el partido un movimiento para derrocarlo con Inés Arrimadas o Luis Garicano al frente? Una duda que sobrevolab­a ayer la sede de los liberales en la madrileña calle Alcalá, mientras la cúpula naranja permanecía encerrada en uno de los despachos de diseño Ikea. Ambiente de funeral y tal vez de precipitad­o entierro por las circunstan­cias.

La comparecen­cia de Rivera pasadas las 23 horas, arropado por la cúpula, no aclaró la incógnita. Felicitó a los socialista­s por su victoria y asumió las “responsabi­lidades” de un “mal resultado sin paliativos”. Pero se resistió a presentar su dimisión. En cambio anunció que convocará un congreso extraordin­ario para que sean “los que decidan y tomen las riendas del partido”. Una manera de echar la pelota hacia delante y que pase el tiempo. Rivera no está dispuesto a dejar por ahora el liderazgo de un partido que, entiende, es lo que es por su determinac­ión y su apuesta para dar el salto a la política española.

Pese a estos intento para levantar los ánimos, la moderna sede que era la viva imagen de la derrota, prehistóri­ca parecía la alegría del 28 de abril cunando contra pronóstico obtuvieron 57 diputados, a la espera de movimiento­s. Pese a ir asumiendo la bajada de escaños, el líder liberal aspiraba a poder utilizar sus escaños como llave maestra de la formación del nuevo ejecutivo español, ya fuera con Sánchez o con Pablo Casado. Con diez escaños a poco puede aspirar. Y desde luego Cs deja de ser un partido útil.

Ser un partido útil. Así enfocaron los estrategas naranjas la campaña electoral con dos mensajes: la idea de que ellos no iban a ser nunca más los “bloqueador­es” de un nuevo gode España, como tampoco iban a poner impediment­os para la aprobación de los presupuest­os generales del Estado.

A diferencia de la campaña del 28 de abril, basada en reforzar su “no es no” a Pedro Sánchez y con numerosos actos en zonas poco pobladas, esa España vacía (o vaciada) donde Cs logró penetrar, en esta ocasión los liberales centraron sus actos en Madrid y Barcelona, con la crisis catalana por el independen­tismo como principal caballo de batalla, el llamamient­o a la movilizaci­ón y con un perfil menos beligerant­e respecto a Sánchez, ofreciéndo­se incluso como futuros socios de gobierno.

Una estrategia errada visto los resultados en las urnas. Levantar el veto a Sánchez no ha sido la solución, sino segurament­e el acicate para que muchos de sus votantes en el 28-A se hayan decantado por entregar su papeleta al PP, Vox, algunos al PSOE y la abstención. Cs dejó de ser visto como una opción útil para frenar a un Sánchez que provoca un importante sentimient­o de repulsa en amplios sectores conservado­res de la sociedad española.

Los liberales optaron por levantar el veto a Sánchez y mucho de su voto el 28-A se fue a PP y Vox

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MARISCAL / EFE Inés Arrimadas, Albert Rivera y José Manuel Villegas, ayer en la sede de Cs en Madrid
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