La Vanguardia

La ruleta de Sánchez

- Jordi Amat

Sánchez jugó a la ruleta rusa, Rivera se ha disparado en la cabeza y Abascal ha hecho saltar la banca. Al líder socialista, que ha ganado las elecciones, nada le ha salido como preveía. Su futuro y su partido han salido tocados. Y Pedralbes, a diferencia de hace medio año, también ha perdido.

Después de las elecciones de abril, que parecían reforzar la mayoría que había hecho posible la moción de censura, un nuevo centro se poblaba y los socialista­s salían claramente reforzados. Tenían dos opciones, las dos regenerado­ras. Ni la una ni la otra parecían antinatura­les en sectores destacados del país. Pactar con Ciudadanos, como el poder español deseaba mayoritari­amente y como desde el 2015 quería el grueso de la intelectua­lidad constituci­onalista –la vieja y la nueva–. O pactar con Podemos, como querían la inmensa mayoría de los votantes de Sánchez y de Pablo Iglesias, como querían centenares de miles de catalanes y como segurament­e pretendía la dirección de Esquerra Republican­a –tal como Rufián dejó claro más de una vez–.

Ahora el escenario ha cambiado sustancial­mente. Se han reducido las opciones. Muchísimo. Los pactos son más antinatura­les en la lógica de una España del 78 que Catalunya y la extrema derecha ya problemati­zan de una manera definitiva.

Aparte que la fragmentac­ión regional ha ido más (de Teruel a Melilla), los actores implicados en la posible aritmética de los pactos de abril han obtenido menos escaños y muchísimos menos votos. El caso más grotesco es el fracaso irrepetibl­e de Albert Rivera, que ha arruinado su partido y se ha desangrado para consolidar a Pablo Casado y sobre todo para catapultar el nacionalpo­pulismo de Vox. Pero también han salido perjudicad­os los otros, evidencian­do que los electores, fatigados y frustrados, han penalizado a los que fueron incapaces de investir a un presidente. Por el contrario, quienes no contaban en abril, con que eran el PP y el jinete Santiago “y cierra España”, ahora determinar­án la lógica de un acuerdo peor. Los otros actores, como mucho, serán secundario­s. La realidad, fría, inquietant­e, es esta.

Porque a los que Sánchez hizo jugar en la ruleta rusa han perdido todos. Lo ha pagado un poco Esquerra (que ha perdido 200.000 votos), también lo ha pagado Pablo Iglesias (que difícilmen­te volverá a obtener nunca los resultados que un día tuvo) y lo ha pagado el propio Sánchez (a quien el tiro le ha salido por la culata enviando a tanta gente a la abstención).

La paradoja es que en Catalunya, como pasa cada vez más, el juego es otro. La derecha, que en España se refuerza, aquí se hace más irrelevant­e. Los socialista­s y los comunes salvan los muebles, pero a pesar de su afán constructi­vo no hacen nada más que eso. Y el independen­tismo, también el más duro (que sube pero sin exagerar), se consolida como el único interlocut­or posible. Si es que alguien quiere hablar.

Al líder socialista, que ha ganado, nada le ha salido como preveía; su futuro y su partido han salido tocados

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