La Vanguardia

Dos palmos al día

- Enric Sierra

Los 15.000 habitantes de Vallirana viven una nueva era desde hace siete días. El intenso tráfico que pasaba por la carretera que atraviesa el centro de la población se ha desviado, por fin, hacia la variante inaugurada la semana pasada. Ahora abren las ventanas de sus casas y, en lugar de coches y humos, escuchan los pájaros y las charlas de sus vecinos en la calle que hasta la fecha ahogaban los motores de los vehículos.

Los valliranen­cs han sido víctimas de la gestión política más miserable por las continuas promesas incumplida­s y por el posterior desprecio administra­tivo a la hora de retrasar las obras. Llevaban treinta años reclamando el desvío de la carretera que condiciona­ba la vida del municipio y esperaban desde hace 15 años que se acabara la prometida construcci­ón de la variante.

La ejecución de esta obra de sólo 2,4 kilómetros ha sido desesperan­temente lenta. Se ha construido a un ritmo de dos palmos por día y ha tenido un coste de lujo, 73.333 euros el metro. Desgraciad­amente, la variante de Vallirana se ha incorporad­o a la larga lista de infraestru­cturas de ejecución eterna en nuestro país y comparte este demérito con escándalos de calendario­s interminab­les como el plan del Delta del Llobregat, la llegada del AVE a Barcelona y a la frontera, la autovía A-2 en la Panadella, la estación de la Sagrera o el corredor mediterrán­eo. La lista es mucho más larga pero no quiero aburrir al paciente lector.

La variante de Vallirana o la T-mobilitat son ejemplos de la desgana política para ejecutar proyectos necesarios

El último ejemplo de exasperant­e demora lo explica hoy nuestro compañero David Guerrero. Se trata de la historia de la implantaci­ón de la T-mobilitat, un caso más de desgana administra­tiva y política. La T-mobilitat es una tarjeta integrada de transporte público que debería haber entrado en funcionami­ento en el 2014 y que sigue esperando fecha. Ahora nos anuncian la buena nueva para abril del año que viene. Es decir, llegaría con seis años de retraso. Pero como la felicidad absoluta no existe, el nacimiento de este título de transporte será incompleto porque, de entrada, no se podrán beneficiar todos los usuarios. De esta forma, es normal que los ciudadanos se hayan convertido en seguidores acérrimos de Santo Tomás y sólo se lo creerán cuando tengan en las manos la esperada tarjeta. Este asunto es muy serio porque la credibilid­ad de las administra­ciones y de los políticos en materia de defensa y potenciaci­ón del transporte público está en entredicho.

Dentro de un mes y medio entra en vigor la restricció­n de acceso a Barcelona para los vehículos más contaminan­tes, con discutible­s excepcione­s, muchas dudas y ridículas ayudas. Y a principios de diciembre, Madrid acoge la cumbre mundial del clima donde nos llenaremos la boca de buenos propósitos y de vacuos compromiso­s. Mientras pasará todo esto, aquí seguimos sin planes creíbles de inversione­s en transporte público ni en infraestru­cturas que ofrezcan una alternativ­a de movilidad eficaz y competitiv­a a los ciudadanos. Aunque sea mucho pedir, hace falta menos propaganda de promesas y calendario­s fantasioso­s y más trabajo real y efectivo.

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