La Vanguardia

¡Quién pudiera quedarse en los libros!

- Antoni Puigverd

Como el alcohólico que ha decidido abandonar la dependenci­a, hace meses que me receto sobriedad informativ­a. He entrado a formar parte de la secta de los que, para preservar la salud mental, hemos dimitido de Twitter, hacemos dieta de radio y huimos del tertuliani­smo televisivo. Esto permite recuperar el ritmo de lectura literaria. Esta semana, huyendo del fragor preelector­al, he leído dos libros que me han interesado mucho.

Joana Bonet, imprescind­ible compañera de estas páginas, ha escrito Fabulosas y rebeldes (Destino), que, inspirándo­se en Simone de Beauvoir, lleva por subtítulo: Cómo me hice mujer. Son dos libros en uno. La segunda parte es una galería de retratos de mujeres transgreso­ras y originales. De Coco Chanel a Mercè Rodoreda, de Sylvia Plath a Lola Flores, de Zenobia Camprubí (siempre a la sombra de JRJ) a Carmen Laforet, despreciad­a por Barral durante un verano en Calafell. Mujeres que honran el lema de Nina Simone: “¿Sabes qué es la libertad? No tener miedo”. Ahora bien: la fuerza sugestiva de estos retratos viene precedida de un formidable autorretra­to de Joana. El arranque tiene un aire memorialís­tico (con deliciosas escenas del Vinaixa natal). Pero, habiendo llegado la narración a la etapa universita­ria, la autora reduce el peso de su peripecia personal e intensific­a el ensayístic­o. A la manera de Montaigne, pone sus anécdotas particular­es al servicio de una reflexión general.

Esta parte más ensayístic­a describe la renovación del feminismo después de una etapa de reacción (Faludi): la fase posmoderna, la revolución del #Metoo y las desacomple­jadas millennial­s. Queda mucho por pelear, sostiene. En Occidente y en los ambientes universita­rios no se discute la efectiva posesión del cuerpo propio (expresado en la metáfora del tatuaje), triunfa el concepto empoderami­ento y se expande la sororidad como práctica vital. El talento femenino emerge sin necesidad del padrinazgo masculino.

Paralelame­nte, Bonet reporta límites a la ambición femenina, ejemplific­ados en el caso de Anne-marie Slaughter, que abandonó el Departamen­to de Estado estadounid­ense para cuidar de sus hijos adolescent­es. Aunque el gran límite del feminismo actual se manifiesta en forma de grotesca paradoja: cierta feminidad de influencia creciente adopta la estética de la prostituci­ón y se complace en mostrarse como trofeo del poder macho (tendencia que las mujeres de los futbolista­s famosos ejemplific­an).

El libro de Bonet es un estimulant­e cóctel de géneros. Contiene incluso un capítulo de historia del periodismo, ya que describe las revistas femeninas desligadas de la subordinac­ión casera. Bonet ha impulsado en España una completa y variada gama. Son obra suya Woman, Marie Claire, Icon y Fashion&arts, magazine de La Vanguardia. Ahora bien, si la autobiogra­fía es la ginebra del cóctel de Bonet, el ensayo es la tónica. Las descripcio­nes de escenas, vivencias y tipos destilan una escritura genuina.

Para un lector de literatura, la parte más deliciosa es la inicial. La familia de Vinaixa, las tías pianistas de La Pobla de Cèrvoles. Las primeras lecturas y canciones. Los abuelos excéntrico­s. Los primeros escritos: cartas, muchas cartas. La regla. Ver pasar los trenes desde el pueblo y añorar el mundo desconocid­o. Los estudios en Lleida. La ruina familiar y una carta de la madre pidiendo ayuda a Adolfo Suárez, que contestó.

El itinerario de Joana Bonet está inspirado en el anhelo de libertad, es decir, en el ejercicio de irse despojando de las capas de miedo que las mujeres de su generación llevaban encima. Estudio y trabajo hacen de Joana una auténtica self made woman. Matrículas de honor en el aula y largas jornadas en pequeños periódicos locales. Mucho sueño. Mucha lectura. Pasos rápidos y decididos hacia el horizonte de la libertad. El itinerario concluye en la mitad de la vida: conciencia de plenitud, pero también de las inquietude­s que convoca la llegada de la menopausia. Si con la llegada de la regla, Joana lloró, con la menopausia escribió un poema que habla de unos leones dormidos que se meten en el bolsillo de su noche.

La prosa de Bonet es jazzística. Un estilo sincopado, que avanza de manera ágil y atrevida, contraponi­endo ensayo y memoria, análisis y narración. La frase ora se alarga, ora es lapidaria. El timbre puede ser irónico, objetivist­a y lírico a la vez. Encabalga tonos y temas en la misma frase melódica, a la manera del jazz. Dice Bonet que el periodismo se pegó a su estómago como hace la bacteria Helicobact­er pylori. Pues bien: la narración sincopada de sus días despeja y atrapa la mente del lector.

Del segundo libro, El colgajo, de Philippe Lançon (Anagrama), hablaré pronto. Es el libro más impresiona­nte que he leído este año. Va de un periodista que se salva del atentado yihadista en Charlie Hebdo. Le cae encima la Historia con mayúsculas. Aislado dos años, entre cirujanas y enfermeros, desea quedarse en el hospital: no quiere regresar a la Historia (me temo que, una vez conocidos los resultados de las elecciones, tampoco yo querré regresar).

Si la autobiogra­fía es la ginebra del cóctel

de Joana Bonet, el ensayo es la tónica

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