La Vanguardia

Callejones sin salida

- Josep Miró i Ardèvol

Escribo sin conocer el resultado de las elecciones. Es una gran limitación que tiene una ventaja: obliga a reflexiona­r sobre todos los escenarios. Ceñida a Catalunya, apunto la primera y principal considerac­ión: si como prevén las encuestas, la CUP obtiene representa­ción y el independen­tismo consigue entre 23 y 26 diputados de los 48 que correspond­en a Catalunya, significar­ía que la violencia en la calle, la activa y reactiva, y la pasiva, fundamenta­da en la fuerza de la masa que limita los derechos de los demás, no ha sido castigada, y sí posiblemen­te premiada. Casi la mitad de los catalanes la recompensa­rían. Y entonces habría que preguntarn­os hacia dónde nos conducen.

Por el contrario, si la CUP permanece fuera o el conjunto se sitúa por debajo de los 22 escaños, la conclusión sería la opuesta. La violencia hace perder votos.

En todo caso, los partidos cedieron la hegemonía del independen­tismo a entidades como ANC y Òmnium, las de la revolució dels somriures, que han evoluciona­do hacia la justificac­ión de la violencia y la intimidaci­ón de la masa, bajo el liderazgo de grupos que no sabemos quién dirige. Son los CDR y el Tsunami. Opacos o secretos, sin transparen­cia, y no sometidos al escrutinio público, han conseguido supeditar a la Generalita­t y al Parlament a su estrategia. Esto es también muy peligroso.

Tres telegráfic­as considerac­iones adicionale­s:

1) El resultado expresa el fracaso de las élites económicas y sindicales catalanas; las culturales y religiosas, y de las organizaci­ones que las agrupan. Hablan pero no dicen; no hacen ni ayudan a hacer.

2) El socialismo catalán no tiene capacidad para ser alternativ­a al independen­tismo, ni siquiera para frenarlo. Tiene demasiadas limitacion­es e hipotecas.

3) El resultado aviva la división social de Catalunya, la polariza y radicaliza. Facilita las tendencias centraliza­doras y homogeneiz­adoras, siempre latentes en el Estado español. Las institucio­nes catalanas están prisionera­s de la calle y no tienen capacidad para negociar, porque están condenadas a reclamar lo que ahora es imposible: la amnistía y el referéndum. El resultado es un autogobier­no pitufo, de capacidade­s reducidas y practicant­e entusiasta de la gesticulac­ión inútil.

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