La Vanguardia

Pastelería turca

El mundo ve cómo se debilitan las democracia­s y se encamina hacia nuevas dictaduras, tal vez más telegénica­s, pero sin duda peligrosís­imas, donde el sentimient­o nacional barre la racionalid­ad y la convivenci­a ordenada.

- CUERPO DE LETRA Daniel Fernández

Sí, ya sé, es lunes y el tema principal y casi único son los resultados electorale­s, que ayer fuimos a votar y hoy toca arrepentir­se del voto o no, eso va por barrios, aunque me temo que más de uno estará en este lunes lamentando la papeleta que eligió ayer, ahora que no tiene remedio y que sabemos las consecuenc­ias. Les diría que a lo hecho pecho y que no le den más vueltas, si no fuera porque éste es un país de darle dos vueltas a casi todo y por eso mismo valdría la pena cambiar el sistema y convocar una segunda vuelta electoral –quiero decir una reglada y de verdad, no este simulacro– para ver si de una vez encarrilam­os gobiernos y se nos pasa la tontería… Pero qué les voy a decir si les escribo desde el pasado, varado en la incertidum­bre que hoy ya es certeza, salga el sol por Antequera.

Reconozco que debía estar yo melancólic­o mediada la semana pasada, pues me dio por leer Cómo perder un país. Los siete pasos de la democracia a la dictadura, el libro de la periodista y escritora turca Ece Temelkuran que ha publicado Anagrama. Volumen tan recomendab­le en su lectura como desaconsej­able en sus consecuenc­ias sobre el estado de ánimo, en especial el del votante indeciso que teme porvenires negros. Es un ensayo y también un reportaje y hasta contiene una tesis, más que notable, sobre el auge del populismo de derechas. En ese sentido, la única tara que puede oponérserl­e es que no se ocupe del populismo de izquierdas, pero es que, claro, por mucha experienci­a internacio­nal que tenga su autora, que la tiene, no deja de ser turca. Y el libro se inicia con el catastrófi­co y mal ejecutado intento de golpe contra Erdogan, así que los aviones sobrevuela­n de verdad ciudades y la represión que seguirá también es auténtica y de un calibre tan contrastab­le como el de las balas de los militares. Aunque Temelkuran no cree que el golpe fuese real, más bien se inclina por pensar que fue un autogolpe controlado e inducido por Erdogan para afianzar su poder.

Orgullo, mentiras y polarizaci­ón serían los ingredient­es básicos de un mundo que, a la turca, pero cada país a su modo y manera, ve cómo se debilitan las democracia­s y se encamina hacia nuevas dictaduras, tal vez más telegénica­s, pero sin duda peligrosís­imas y nocivas, donde el sentimient­o nacional barre el análisis, la racionalid­ad y, por supuesto, la convivenci­a ordenada. Basta ver el Reino Unido estos días, o Estados Unidos o la deriva autoritari­a venezolana. Y añadiría nuestros pagos, por supuesto, que en todas partes se cuecen habas.

Temelkuran me hizo recordar, derivadas extravagan­tes del pensamient­o ocioso, aquello de Schopenhau­er de que la felicidad no es más que la satisfacci­ón del deseo. Y sería porque Ece Temelkuran es turca o por el rabillo, cual cereza, del deseo, pues me acordé de Delicias turcas, la película de 1973 de Paul Verhoeven, que nosotros sólo pudimos ver en 1977, muerto el dictador y con la conciencia tranquila de que pasaba por ser un filme de arte y ensayo. Conservo frescas en mi memoria algunas imágenes de Monique van de Ven, la protagonis­ta femenina junto a Rutger Hauer, recienteme­nte fallecido y que luego sería el replicante líder, el de la escena del tejado y la lluvia, en Blade runner, ahora que hemos llegado al futuro, noviembre del 2019, de la película de Ridley Scott y es ya presente y pronto será pasado. Hauer interpreta­ba a un escultor apasionado e inconformi­sta que se enamora de una joven burguesa y tienen una relación digamos que poco convencion­al. La película es un drama, con tumor cerebral al fondo, pero los jóvenes de aquel momento íbamos a verla por sus desnudos. Uniformado­s con nuestras pipas, barbas y trencas y justificad­os por el arte, pero en aquel año de 1977 servidor fue a ver junto con su amigo del alma –¡un saludo, Mauri!– no sólo Delicias turcas,

sino también Conocimien­to carnal, de Mike Nichols (ésta era de 1971) y hasta El graduado

de reestreno y sin cortes, también de Nichols pero del entonces ya no tan cercano 1967, así que nos hicimos con un batiburril­lo emocional donde se nos cruzaron la pierna de Anne Bancroft, el busto de Ann-margret o la sonrisa triste de Candice Bergen, con la escena en la que Hauer vierte champán sobre los pechos y el vientre de Van de Ven y lo lame del hoyo de su ombligo.

¿Qué tendrá que ver un libro serio y valioso como el de Temelkuran con las Delicias turcas de Verhoeven? Pues aparte de apelar a los instintos básicos, por decirlo con un título que luego reportó larga fama al director holandés, tiene que ver con las delicias turcas propiament­e dichas. El lokum, ese bocado dulce turco se suele vender cubierto de azúcar en polvo o escarchado. Y es una gelatina empalagosa, muy dulce, que siempre te deja con ganas de más y de comer otra. Son dulces y tienden a repetirse. Toda una metáfora del pensamient­o político y los eslóganes de nuestros días, hechos para incitar nuestros deseos sin satisfacer­los, manteniénd­onos ansiosos de esa felicidad prometida que no es más que demagogia edulcorada. En román paladino diríamos gominolas. Y en esas estamos.

Más de uno estará este lunes lamentando la papeleta que eligió ayer, ahora que no tiene remedio

El pensamient­o político y los eslóganes actuales están hechos para incitar nuestros deseos sin satisfacer­los

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ARCHIVO Fotograma de la película Delicias turcas de Paul Verhoeven
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