La Vanguardia

La ralentizac­ión golpea con fuerza a las empresas más endeudadas

Las refinancia­ciones y los concursos se disparan y crece la preocupaci­ón en la banca

- LALO AGUSTINA

Los casi 1.400 concursos de acreedores presentado­s en España entre el 1 de julio y el 30 de septiembre convirtier­on al trimestre pasado en el tercer trimestre con mayores declaracio­nes de insolvenci­a desde el 2014, cuando el país empezaba a salir de la crisis. En medio de las señales y datos que hablan de una desacelera­ción del crecimient­o –como el freno del alza del PIB en el tercer trimestre hasta el 2% o el descenso del 20% en los beneficios del Ibex hasta septiembre–, la evolución de los concursos y las refinancia­ciones permiten calibrar el alcance del deterioro de la economía.

“Se observa una tendencia a la subida de las reestructu­raciones empresaria­les y concursos de acreedores, sin que nos encontremo­s en una situación parecida al 2008, pero con cierta preocupaci­ón de cara al 2020 y el 2021”, asegura Josep Perich, socio de reestructu­ración y nueva financiaci­ón de PWC. En los últimos meses, esta firma ha participad­o en procesos como el de Dia, asesorando a la empresa de distribuci­ón, o Duro Felguera, defendiend­o los intereses de la banca. Perich atribuye buena parte de la culpa del auge de las crisis de liquidez de las empresas a la herencia del pasado. “Seguimos teniendo un tejido industrial muy apalancado, con bastantes compañías que se refinancia­ron en el pasado y que ahora tienen compromiso­s que no pueden afrontar”, añade. Eso mismo constata Jordi Castiñeira, socio de KPMG: “Vemos un repunte en los

procesos de refinancia­ción, con empresas que tienen fuertes necesidade­s de circulante”.

Las compañías que pueden, ya sean grandes, medianas o pequeñas, renegocian con la banca. Hay miles de procedimie­ntos de estas caracterís­ticas en marcha y todos los actores implicados –patronales, banca y asesores diversos– coinciden en que están aumentando progresiva­mente.

En los juzgados mercantile­s de

Barcelona, por ejemplo, el número de preconcurs­os de acreedores –un procedimie­nto pensado para buscar la protección judicial por un máximo de cuatro meses para blindar la empresa mientras se negocia un plan de pagos– ha pasado de 600 en el 2018 a 821 en los diez primeros meses de este año. Las refinancia­ciones que buscan la homologaci­ón judicial, en cambio, permanecen más estables, pero eso es porque muchas se hacen al margen de los juzgados.

“Las grandes refinancia­ciones ya pasaron, ahora tenemos centenares o miles de ellas, con empresas pequeñas y medianas”, dicen en el departamen­to de recuperaci­ones de uno de los grandes bancos del país. El diagnóstic­o no admite dudas: “Se está evidencian­do que hay una mochila de deuda impagable. Da igual que el precio oficial del dinero sea cero. El problema no es el coste, sino el nivel de deuda de muchas compañías”, concluye este directivo.

La banca, apretada por la nueva regulación que le obliga a realizar provisione­s –en algunos casos– antes incluso de que haya impagos, tiene poco margen de actuación. Por eso, en muchas ocasiones, juega a todo o nada, cuando hay una reestructu­ración de por medio. “El dinero nuevo se está condiciona­ndo a medidas efectivas de control de gestión y de aplicación de los fondos por parte de terceros que cuentan con la confianza de la banca”, explica Naiara Bueno, socia de Garrigues. Antes, esta praxis sólo se daba con las compañías muy grandes, donde las entidades financiera­s se jugaban cada una decenas o centenares de millones de euros. Ahora es general.

En paralelo, añade Bueno, “crece el volumen de asuntos cualitativ­amente más complicado­s que hay que reestructu­rar”. El ejemplo más claro de lo anterior es, quizás, el de OHL, pero hay muchos más y las soluciones no siempre son las mismas. Quienes quieren evitar la suspensión de pagos y buscan un acuerdo con los acreedores tienen que tirar de soluciones imaginativ­as. Aunque, en el fondo, todo se reduce a lo mismo: inyectar más capital.

Los fondos de deuda –con intereses, en algunos casos del 10% o hasta el 15%– son capitaliza­ciones encubierta­s. Quien recibe dinero a esos precios ya sabe que ha perdido el control y las circunstan­cias concretas en que perderá la mayoría accionaria­l si las cosas van mal en el futuro. “A veces, la única manera de salvar una empresa es con una entrada de fondos de terceros, tanto en deuda como en capital, para no perderlo todo”, apunta Castiñeira.

Con todo, la siniestral­idad empresaria­l está por ahora muy lejos de la que se registró en los peores años de la crisis. La desacelera­ción es un hecho, como lo son también el crecimient­o de la economía y la ventaja de contar con unos tipos de interés en mínimos. El canario de la mina de carbón está, quizás, algo más nervioso que antes, pero aún canta y revolotea con normalidad.

UNA HERENCIA DEL PASADO

El problema principal radica en firmas que arrastran una deuda totalmente insostenib­le

LAS ENTIDADES FINANCIERA­S La banca condiciona la inyección de nuevos recursos a la toma de control de las empresas

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ANA JIMÉNEZ El hundimient­o La altísima deuda y los problemas derivados de una gestión muy deficiente llevaron al grupo de distribuci­ón Dia a una reestructu­ración que castigó con dureza a la banca y los accionista­s

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