La Vanguardia

Volver a empezar sin losa

Víctor Bitrián logra el perdón judicial a una deuda de cuatro millones tras su fracaso empresaria­l gracias a la ley de la segunda oportunida­d

- L. AGUSTINA

El barcelonés Víctor Bitrián respira por fin aliviado tras un larguísimo periodo de sufrimient­o extremo. En el 2016, mucho después de que se fuera al traste el proyecto de su vida –un hotel rural en Jiloca (Teruel) al que la crisis se llevó por delante en el 2011–, Bitrián inició el proceso para acogerse a la ley de la segunda oportunida­d, un procedimie­nto concursal aprobado en España sólo un año antes por el que se puede conseguir la exoneració­n de las deudas de las personas físicas, sean empresario­s o particular­es.

El juez Raúl García Orejudo le liberó de los casi cuatro millones de euros que le exigían los acreedores financiero­s por su condición de avalista. Bitrián, asesorado por el abogado Juli de Miquel, intentó llegar a un acuerdo imposible con los acreedores, se declaró en concurso de acreedores, liquidó todos sus bienes –el piso familiar en Rubí y una finca sin apenas valor en Huesca– y pidió después el llamado beneficio de exoneració­n del pasivo insatisfec­ho, que le fue concedido la semana pasada.

Ya es libre. En los últimos tres años, con el sueldo intervenid­o por el administra­dor concursal –al que tenía que pedir permiso para cualquier gasto extraordin­ario, como los aparatos dentales que precisaba uno de sus dos hijos–, su vida ha sido un infierno. “He llorado mucho, lo he pasado muy mal. Cuando te pasa lo que a mí, te quedas sin nada. Por supuesto, sin tarjeta de crédito. Con la línea de teléfono a nombre de mi suegra. En un continuo sobresalto. Sales adelante gracias a los amigos”, relata Bitrián, emocionado.

En el mundo empresaria­l, un fracaso absoluto conduce a la liquidació­n o a la pérdida de control de la sociedad. En el plano personal, cuando un empresario se declaraba insolvente lo pagaba toda su vida. Bitrián hubiera acabado así, en la marginalid­ad social, proscrito para siempre.

La segunda oportunida­d que le da ahora la justicia presupone, obviamente, la buena fe. El concurso que acabó con su empresa fue declarado fortuito, es decir, no culpable. Y el juez constató que el empresario había actuado correctame­nte y que no le salieron las cosas. Hoy, hace autocrític­a –“tuve que ser más riguroso, medir mejor los riesgos”, admite–, pero también reparte culpas. “En octubre del 2008, un mes después de la caída de Lehman Brothers, fui a ver a uno de los grandes financiado­res del hotel y les planteé esperar. Me dijeron que no y seguimos. Al poco tiempo, empezaron las obras...”

En nada llegaría el siniestro total. Aunque Bitrián puede contarlo, no es tan fácil lograr la exoneració­n de las deudas. Para empezar, hace falta dinero –no menos de 10.000 o 15.000 euros– en un momento en el que brilla por su ausencia. Además, el procedimie­nto para lograr el perdón judicial a la deuda es complejo y, para la mayoría de los potenciale­s beneficiar­ios, desconocid­o. Sin embargo, aunque muy lentamente, la ley empieza a coger vuelo. Sobre todo, en Catalunya, de donde correspond­e un tercio de los 1.250 concursos presentado­s por ciudadanos corrientes en el segundo trimestre de este año –según los últimos datos disponible­s del Consejo General del Poder Judicia– y 208 de los casi 300 concursos de empresario­s.

Elisa Escolà, asociada de Fieldfishe­r Jausas y miembro de la sección de Derecho Concursal del Colegio de Abogados de Barcelona, cree que hay que felicitars­e de que la ley ya esté funcionand­o, como evidencian los datos. Pese a eso, critica la pérdida de tiempo que supone el deber de intentar un acuerdo extrajudic­ial o las tensiones derivadas de la intervenci­ón de los gastos del empresario por parte del administra­dor concursal, entre otros factores.

Los jueces pueden perdonar las deudas a quienes actuaron de buena fe y liquiden todos sus bienes

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MANÉ ESPINOSA Víctor Bitrián, el pasado viernes, en Barcelona

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