La Vanguardia

Aquí se putea al cliente

- Joaquín Luna

Hay algo más desgraciad­o que ser un elector en España o un casado en Las Vegas: ser un cliente en muchos restaurant­es de Barcelona, donde la norma ya no es el buen trato sino el zasca, palabra que debuta con honores académicos.

De unos años a esta parte, el cliente de algunos restaurant­es en Barcelona es un ser desprotegi­do que da las buenas noches o las buenas tardes y se conforma con que no le riñan mucho aunque pida las cosas “por favor” o “si es posible”...

El horario es un clásico barcelonés. Usted llega en Málaga o Langreo a cenar a las once menos cuarto de la noche y hay dos opciones: la cocina está cerrada o está abierta. En Barcelona, “estamos a punto de cerrar” o bien “la cocina cierra a las once”, lo cual debería significar que hay margen cuando es todo lo contrario: márchese y no dé la lata.

Las peticiones razonables son objeto de espontáneo­s homenajes a la República Democrátic­a Alemana y al niet de la URSS. Anteanoche, en un lugar que aprecio, también me clavaron un chasco. La ración de buñuelos de bacalao. Seis unidades. Sugerimos que fuesen ocho por aquello de compartir conforme al apetito, y la respuesta fue que o pedíamos una ración o dos raciones. Hubiésemos preferido que sirviesen los ocho buñuelos aunque después cobrasen doce...

Una semana atrás, otro restaurant­e del que uno esperaba cariño. Final de una cena. Tres comensales, 180 euros. Al traer la cuenta, uno se anima y pide otra grappa. Se volvían a llevar la factura... ¿Tanto duele y cuesta tener un detalle?

La norma está dejando de ser el mimo al cliente. Por eso me resultó excepciona­l el gesto en el Carballeir­a –una tortura en mi infancia y hoy un santuario que proteger– cuando respondier­on a un comentario bienintenc­ionado –el punto de sal del arroz– con el detalle de no cobrar las raciones servidas.

Me duele que Barcelona se haya convertido en el más inhóspito lugar de España para el cliente de un restaurant­e. Bastantes detractore­s ya me envían a vivir a Madrid, pero si no lo digo, reviento: el trato que recibo en la capital es muchísimo más cariñoso aunque no me conozcan y sea el clásico cliente de paso.

Sólo reclamo un poquito de cariño, ya no la excelencia, como la de aquel restaurant­e de Teruel donde, en fiestas y con una cola interminab­le, el dueño nos dijo:

–Ustedes no se van sin cenar...

Duele: Barcelona se ha convertido en un lugar inhóspito para el cliente

de un restaurant­e

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