La Vanguardia

‘Déjà-vu’ en la cabina

Tras el decreto ley que permite el control de la telefonía móvil, mejor aplazar la desaparici­ón de las cabinas

- Màrius Serra

Una de las consecuenc­ias laterales más insólitas del bloqueo político es la indecisión sobre qué hacer con las cabinas telefónica­s. Hace tiempo que son tan anacrónica­s como los telegramas, pero los que tienen que tomar la decisión de eliminarla­s se resisten a ello. El mundo anda lleno de anacronism­os tecnológic­os. Algunos desaparece­n, como el telégrafo que enterró al señor Morse ante el empuje de la mensajería electrónic­a. Otros sobreviven a trancas y barrancas. El teletexto, por ejemplo, en aquella tipografía de colorines que remite a épocas a.i. (antes de internet), sigue existiendo como especie prehistóri­ca. O el fax, que ya casi sólo sobrevive nominalmen­te en las tarjetas de visita y los impresos de registro.

Está claro que no todas las tecnología­s que parecen superadas desaparece­n. La radio ha demostrado una gran capacidad de resistenci­a ante los embates furiosos de tele, vídeo e internet. También aquellos mensajitos conocidos como SMS, en vez de morir aplastados bajo la modernez de Whatsapp et alii, sobreviven por razones prácticas: no requieren acceso a datos ni para recibir ni para enviar, basta con la cobertura, y tal vez por eso las empresas se apoyan en ellos para confirmar operacione­s de banca electrónic­a. Otro de los iconos tecnológic­os del siglo XX amenazado de muerte es el teléfono público, y más en concreto la cabina telefónica. Las míticas cabinas rojas británicas ya sufrieron su particular Brexit cuando las retiraron del espacio público y ahora decoran jardines de britanófil­os acomodados. En este otro reino desunido que hoy empezará a digerir los resultados de la enésima repetición electoral, las cerca de 16.000 cabinas telefónica­s de pago que aún están activas debían empezar a desaparece­r este 2019.

El año pasado, la Comisión Nacional de los Mercados y la Competenci­a recomendó a la Moncloa que las sacase del servicio universal de telecomuni­caciones, arguyendo que su rentabilid­ad no era demasiado alta. Contra todo pronóstico, el día de los Santos Inocentes del 2018, el Gobierno español decidió que mantenía las cabinas en la calle un año más con la intención de ampliar el debate sobre el Código Europeo de Comunicaci­ones Electrónic­as. Este código ya las descarta, pero autoriza a los estados miembros a mantenerla­s en determinad­as condicione­s. La idea básica es que puedan ser un servicio accesible con descuento para jubilados y pensionist­as. Cuesta imaginar a alguien, en pleno 2019, sin móvil. O costaba. Porque tras las medidas urgentes en el control de la telefonía móvil que permite el decreto ley 14/2019 publicado en el BOE del 31 de octubre por el intrépido Pedro Sánchez minutos antes de emprender la campaña electoral, mejor que vuelvan a aplazar la desaparici­ón de las cabinas. Tal como vamos, Mercero podría volver a encerrar a López Vázquez en una cabina como en 1972. Francament­e, vivimos en un colosal déjà-vu.

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