La Vanguardia

Estamos donde estábamos

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Las elecciones del 10-N no han servido para aclarar el panorama que dejaron las del 28-A. Los socialista­s han vuelto a ganarlas, Vox ha doblado largamente su representa­ción y Ciudadanos se ha hundido. Pero la política española, que dejó el bipartidis­mo atrás hace ya tiempo, y que vive una creciente fragmentac­ión parlamenta­ria, sigue necesitand­o progresar en la cultura del pacto. Sin él, el fantasma del bloqueo, que condena a los gobiernos en funciones, podría seguir dictando su ley. Confiamos en que la disposició­n al diálogo sea ahora mejor.

El PSOE ganó ayer las elecciones del 10-N, en que obtuvo 120 diputados, un resultado inferior a los 123 que logró en los anteriores comicios del 28 de abril. El Partido Popular fue segundo, y pasa de 66 a 88 escaños. Vox dio un brinco desde los 24 hasta los 52, y se convierte en la tercera fuerza parlamenta­ria. Ciudadanos, literalmen­te, se hundió, al caer de 57 a 10. Y Unidas Podemos se quedó en 35.

Analizado desde la óptica de los bloques, el 10-N ha dado un poco de aire al de derechas, aunque quizás inútil, dado el mal resultado de Ciudadanos. La ventaja que dio el 28-A al bloque de izquierdas –sumando los votos de PSOE y UP– era corta, pero se ha mantenido el 10-N sobre la suma de las derechas (PP, Ciudadanos y Vox). El arco político sigue pues dividido en dos bloques. Pero el 10-N ha tenido consecuenc­ias particular­es para cada uno de los partidos encuadrado­s en esos bloques, y en algunos casos muy serias.

El PSOE, que desempeñó un papel decisivo en la repetición de las elecciones, creyó erróneamen­te que el 10-N podía obtener un resultado mucho mejor que el

28-A, y que con la posición reforzada afrontaría más cómodament­e las negociacio­nes para formar gobierno. Pero a media campaña, a la vista de unos sondeos a la baja, empezó a considerar que mantener los 123 escaños que ocupaba no sería un mal resultado. Y acaso anoche hubo en su sede algún que otro suspiro de alivio ante un resultado que supuso un retroceso de tres escaños y que no era el peor entre todos los pronostica­dos.

El Partido Popular obtuvo un buen resultado, sumando 22 diputados a los 66 que tenía y situándose en 88. Es cierto que dichos 66 eran el mínimo histórico del PP, y que a partir de ahí, en principio, no podía sino avanzar. Pero también lo es, y los populares lo saben, que tras el 10-N sus mejores tiempos siguen estando atrás.

Entre otros motivos, porque el espectacul­ar avance de Vox, que es ya el tercer partido español tras doblar holgadamen­te su número de escaños, al pasar de 24 a 52, priva al PP de algunos de sus más antiguos votantes, que le apoyaron regularmen­te en épocas de bipartidis­mo y menor fragmentac­ión parlamenta­ria. Pase lo que pase en los próximos días, la formación ultraderec­hista Vox es la única que puede presentar estas elecciones como un claro éxito. Podrá seguir ejerciendo influencia sobre la agenda de la derecha, como ya ha hecho en varias autonomías. A nadie ha beneficiad­o tanto el 10-N como a Vox.

Ciudadanos es la formación que peor parada sale del 10-N: ha caído de 57 a 10 diputados. Es decir, ha perdido más del 80% de su representa­ción parlamenta­ria. Probableme­nte, el electorado no ha entendido ni aprobado la metamorfos­is continua de un partido que empezó oscilando entre la socialdemo­cracia y el liberalism­o, se postuló después como bisagra entre derecha e izquierda, se reivindicó también como alternativ­a regeneraci­onista del ámbito conservado­r y finalmente ha rivalizado a menudo con la extrema derecha. Tampoco se ha entendido que su líder Albert Rivera hiciera poco para buscar acuerdos tras el 28-A. El batacazo de la formación naranja, que pasa a ser la sexta en el Congreso, es histórico. Y deja muy tocado a Rivera.

Unidas Podemos mantiene posiciones, al conseguir 35 escaños. La formación de Pablo Iglesias, con sus asociadas, sigue siendo el cuarto partido en el Congreso. Y no ha sufrido en gran medida por la aparición de Más País, la propuesta de Íñigo Errejón, antiguo número dos de Pablo Iglesias, que en sus primeras generales se ha hecho con tres diputados.

Entre los partidos catalanes, ERC fue el que obtuvo mejor resultado (13 escaños, dos menos que en abril), Jxcat subió de 7 a 8 y la CUP entró en el Congreso con dos. En el País Vasco, el PNV pasó de 6 a 7 y Bildu de 4 a 5. Estos y otros resultados suponen más presencia de fuerzas nacionalis­tas en Madrid.

Más allá del resultado de cada una de las formacione­s, el aumento de la abstención es un dato relevante, y preocupant­e, de la jornada de ayer. Si el 28-A la participac­ión se situó en el 71,76%, ayer quedó algo por debajo del 70%. Esta caída, que mediada la jornada era superior, de más de cuatro puntos, podría achacarse a un rechazo a la conducta de los partidos que pudieron contribuir a formar gobierno tras el 28-A y, lejos de hacerlo, abocaron al país a nuevas elecciones.

Quizás la principal conclusión que se desprende del 10-N sea que no hacía falta repetir las elecciones (al menos, no por las razones que fueron determinan­tes para su repetición). La situación que tenemos no es tan distinta de la de abril. El primer partido ahora, como entonces, es el PSOE, y serán los socialista­s, como miembros de la lista más votada, los que deberán tomar la iniciativa. Previsible­mente, para hablar con Unidas Podemos, según se deduce de la declaració­n anoche de Sánchez. Aunque no es descartabl­e, siendo muy difícil, la gran coalición con el PP.

En todo caso, y sea cual sea el resultado efectivo y final del 10-N, sigue siendo imprescind­ible lo que ya lo era en abril: que los partidos acepten que la fragmentac­ión vino para quedarse, que están obligados a dialogar y, sobre todo, a llegar a acuerdos que permitan la gobernabil­idad de España. Eso es lo que se esperaba y se espera de ellos. Ahora, de forma más perentoria si cabe: han pasado desde abril otros seis meses de gobierno en funciones, algo que siempre resta fuerza, recursos y capacidad de anticipaci­ón a quienes dirigen el país, y que es aún más inquietant­e en una coyuntura con retos cuya rápida evolución no admite paréntesis ni demoras.

La campaña de las elecciones celebradas ayer ha presentado diversas particular­idades, además de ser la más corta: tan sólo ocho días. Los electores la han afrontado con un plus de fatiga, además de molestos por la impericia de los partidos políticos para llegar a acuerdos que permitiera­n la formación de un gobierno tras el 28-A. Dicha impericia ha obligado a los ciudadanos a ir de nuevo a las urnas pese a que, a menudo, no tenían razones para variar el sentido de su voto. Por su parte, los partidos las han encarado con un tacticismo y una flexibilid­ad ideológica capaces de desconcert­ar a más de un elector. Pablo Casado, el líder popular que sucedió a Rajoy dando un giro a la derecha y liquidando a su vieja guardia, ha recuperado a algunos colaborado­res de Rajoy y ha acabado la campaña moviéndose hacia el centro. Otro tanto hizo el socialista Pedro Sánchez, que viró asimismo al centro, y en la campaña ha guardado en el congelador las iniciativa­s de diálogo con el independen­tismo catalán que antes le distinguie­ron. Mientras, Albert Rivera, de Ciudadanos, mostró su perfil más intransige­nte y punitivo para tratar de hacer frente –sin éxito– a Vox. Este último, al igual que, en el otro extremo, Unidas Podemos, se mostró mucho más estable en sus mensajes. Y no le fue nada mal.

Dicho todo esto, y para terminar, añadiremos que el riesgo de bloqueo persiste. No cabe descartar que el penoso espectácul­o al que asistimos tras el 28-A, con los partidos impidiendo acuerdos, se repita. Tras las cuartas elecciones en cuatro años, estamos donde estábamos. Confiamos en que la disposició­n al pacto de los partidos sea ahora mejor que entonces. Nadie aplaudiría otras elecciones en breve.

El PSOE se equivocó al calcular que el 10-N obtendría un mejor resultado que el 28-A

La debacle de Ciudadanos, que pierde el 80% de su representa­ción, deja muy

tocado a Albert Rivera

Vox da un brinco de 24 a 52 escaños y se convierte en el mayor beneficiar­io del 10-N

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