Xi Jinping exige el fin de la violencia con medidas más contundentes
hongkonés de 57 años al que los radicales prendieron fuego el lunes por criticar sus acciones y un chaval de 15 años con el cráneo destrozado tras recibir el impacto de un cartucho de gas lacrimógeno, ambos en estado grave.
Mientras, la ciudad encadenó ayer su quinto día consecutivo sumida en el caos después de que la huelga general convocada para el lunes se contagiara al resto de la semana. Como otras jornadas, numerosas estaciones de metro y algunas autopistas permanecieron total o parcialmente cerradas por los destrozos; hubo protestas en varios puntos que acabaron con cargas policiales y gas lacrimógeno; los centros educativos suspendieron un día más las clases; y varios comercios y oficinas andaron escasos de personal dadas las dificultades que tenía la gente para desplazarse.
Como era de esperar, los cinco meses de protestas y la guerra comercial entre China y Estados Unidos ya han hecho mella en la economía. Ayer, las autoridades locales confirmaron que el territorio está oficialmente en recesión por primera vez en una década después de que el crecimiento se redujera por segundo trimestre consecutivo (un 3,2% frente al anterior).
Al igual que la economía, costará mucho tiempo y dinero recuperar unos campus que ahora lucen devastados. A última hora de ayer, los presidentes de las nueve universidades del territorio lamentaron que la crisis social haya convertido los centros que gestionan en “campos de batalla” y pidieron al gobierno que tome la iniciativa “con medidas concretas y efectivas” para salir de este “punto muerto político”.
Difícil que se cumplan sus deseos cuando, a la misma hora que sacaron su comunicado, los acantonados en la CUHK prendían fuego a un vehículo y el número dos del Ejecutivo prometía “medidas más decisivas” (interprétese como más duras) para parar las protestas. De ser así, contarán con el beneplácito de un Gobierno central al que ya se le está acabando la paciencia y cuyo líder, Xi Jinping, exigió ayer “detener la violencia y restaurar el orden” en el territorio.
Pero mientras se aclara si la policía acaba intentando otro asalto, las universidades seguían funcionando con su particular anarquía organizada. En la Politécnica, al atardecer, unos recogían basura y otros picaban más adoquines. Había quien miraba el móvil o echaba una cabezada. Y en cuanto se oía una sirena lejana, todos se ponían en guardia por si las moscas. “Si tratan de entrar, aquí se va a montar bien gorda”, advirtió la veinteañera Yen. Mal presagio para una ciudad que la semana que viene celebra unas elecciones.