La Vanguardia

La razón del cliente

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Cuando ayudaba a mis padres en la tienda, el libro de estilo se resumía en la frase “el cliente siempre tiene razón”. En cuanto a la lengua, yo hablaba con el comprador en la lengua en que se me dirigía. Cuando se puso en marcha la inmersión lingüístic­a, creí que, a largo plazo, yo, como cliente, también tendría la razón. Así, cuando fuera a comprar, quien me atendería tras el mostrador me hablaría en la lengua que yo usara.

Este largo plazo ya ha pasado y la realidad es que a menudo es el cliente el que deja de hablar en catalán porque la persona que está tras el mostrador no lo habla. No me refiero sólo a quien despacha, sino a cualquier persona que atienda en la administra­ción: en la oficina del padrón, en el hospital o en el juzgado.

Yo como vendedor no tengo los mismos derechos que como ciudadano: tras el mostrador, debo dirigirme a la clientela en la lengua en que me hable; ante el mostrador, según las leyes que nos gobiernan, tengo el derecho de ser atendido en la lengua que yo escoja, no en la que quiera el vendedor o la juez con quien hable. Pero la realidad no es así: como ciudadano no puedo vivir al ciento por ciento en catalán, y sí en castellano. Quien lo niegue o lo tergiverse sabe que no dice toda la verdad.

En teoría, la inmersión lingüístic­a y la obligatori­edad de que el funcionari­ado

Como ciudadano de Catalunya no puedo vivir al ciento por ciento en catalán, y sí en castellano

deba hablar las dos lenguas me ha de garantizar ese derecho, como mínimo, en el ámbito público. Pero no es así. No me sirve que quien me atienda me entienda. Tengo derecho a ser atendido en cualquiera de las dos lenguas sin pedirlo.

Como han explicado in extenso lingüistas reputadas como Carme Junyent, las normas que rigen la inmersión lingüístic­a no se aplican al ciento por ciento. Es un secreto a voces que, para no quebrar la convivenci­a, hay laxitud hacia las personas que no se mueven del castellano en ámbitos en que, por ley, deberían hablar las dos lenguas. Las políticas lingüístic­as no han funcionado. Y como la inmersión, en teoría, ya es en catalán, es imposible enseñar más catalán. Entonces, ¿cómo hay que obrar para no empobrecer aún más la lengua minorizada? Es la pregunta que debería hacerse cualquier partido que quiera de verdad la pervivenci­a del catalán y la convivenci­a de las dos lenguas en Catalunya.

Todo eso no es por el capricho de que yo pueda hablar catalán como ciudadano, sino para que mi lengua materna no desaparezc­a. Hace ya demasiado tiempo que dura la estupidez lingüicida de algunos partidos. Dejemos de politizar la lengua y luchemos por mantener en buen estado de salud el patrimonio de la humanidad que supone cualquier lengua, también el catalán. Los que quieran hablar de castellano perseguido y demás mentiras, que cuenten esas fábulas al calor de la chimenea y no desde las sillas del poder. Por dignidad.

mcamps@lavanguard­ia.es

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