Carteros que descifraban
El servicio de correos ha tenido siempre una relevancia considerable. Según un perfil organizado y oficial, o no, de lo que se trataba era de hacer llegar la información a su destino.
Así pues, también debe ser tenido en cuenta que en otros tiempos se cumplimentaba esta exigencia cuando se transportaba la misiva. Era mediante un mensajero personal o no. Las características del camino eran mucho más primordiales para facilitar la llegada de la información que el simple desplazamiento. La capital del imperio romano tendió una red de vías para estar bien informada y con celeridad incluso de los más alejados confines.
Otra cosa era el correo privado. Es significativo que en Barcelona la primera sede de la cofradía se estableciera a finales del siglo XIV en la capilla de Marcús.
Uno de los desafíos modernos se solía centrar en que, pese llevar a una dirección estampada, a veces más parecía un acertijo, y había que lograr interpretarla de forma correcta para que arribara a destino.
En ocasiones no resultaba nada fácil. Nunca faltaba en algunas centrales algún empleado que se distinguía por ser capaz de interpretar las señas. A este respecto es obvio hacer hincapié en que menudeaban los casi analfabetos, que se atrevían a escribir el destino en el sobre. A veces pedían ayuda cercana o pagaban el servicio de aquellos escribientes al dictado que alquilaban su buena letra apostados en una hilera de garitas adosadas cabe la fachada del palacio de la Virreina.
Cuenta el cronista Ricard Suñé que ganó fama merecida la agudeza de ingenio del empleado Quimet, adornado por su carácter tan servicial que incluso entregaba en mano las cartas a quienes vivían en unas buhardillas encaramadas. Su fama era incluso reconocida fuera de la oficina, y se popularizó el dicho: Ets més llest que en Quimet, el carter. Vayan pues unas muestras de su destreza.
“Ala marti napla o lisi”. (A la Martina Pla / Oli 6).
“teresa bolart / cuant quin costa sinco” (Teresa Bolart, Joaquín Costa, 5). Importa observar que no mencionaba la ciudad, y bien podía haberse referido a Huesca.
“Segun y no rius / Pobar el honra engra Sia”. (Secundino Rius / Por Barcelona. En Gracia).
Pero la siguiente exigía tal esfuerzo mayor de clarividencia, que fue enviada a Madrid, por si daban con algún familiar de Larra. Y al fracasar, se remitió a Roma, pero se repitió el fracaso. Entonces intervino Quimet, quien dio con la solución al misterio:
“Larra mona figa roma llaset”. (A Ramona Figaró, Malla, 7).
En este contexto descuellan dos casos, resueltos de forma satisfactoria. Uno de los primeros inquilinos de La Pedrera, recibió esta carta: “Casa extraña Barcelona”. Y la genial cupletista: “Raquel Meller Europa”. ¡Bravo!
Su ingenio e intuición llegaban a resolver acertijos que parecían del todo insolubles