La Vanguardia

Instinto de fuga

- John Carlin

Debería ser un buen momento para que los españoles recuperen Gibraltar y los argentinos las Malvinas. Hay elecciones generales el jueves en lo que aún llamamos el Reino Unido y el país está sumido en una grave crisis de identidad.

Los ingleses, especialme­nte la mayoría a favor del Brexit, ya han dejado claro qué poco les importa perder Escocia, donde el clamor independen­tista sería imparable una vez se les obligue a abandonar la Unión Europea. Con lo cual se podría suponer que Inglaterra no iría a la guerra a mantener la soberanía sobre un par de pequeños territorio­s por cuyos 35.000 leales habitantes el grueso de los súbditos de Su Majestad siente el mismo interés que por la población de Borneo, o La Bisbal d’empordà.

O quizá no. Quizá el trastorno que padecen los ingleses es tal que dejarían que se fuera Escocia pero mandarían a la Armada para proteger las migajas que les quedan de su pasado colonial.

Analicemos el trastorno. El deseo de abandonar la Unión Europea tiene raíces confusas. Como todas las lealtades políticas, el impulso brexitero nace en el corazón, órgano cuyas razones, como dijo aquel, la razón no entiende. El corazón se nutre de química, geografía, biología, mitos, mentiras y autoengaño­s que se sacuden en la coctelera y se transforma­n en deseos. En el caso inglés se mezclan la vanidad que a todos nos controla, el factor isla y la combinació­n de soberbia e insegurida­d que proviene de haber tenido y haber perdido un colosal imperio, de haberse convencido de que ellos solos derrotaron a los nazis cuando en el fondo saben que no es verdad.

De ahí sale el famoso sentimient­o inglés (no escocés) de superiorid­ad hacia los vecinos europeos, fantasía que convive con la sombra de una subversiva sospecha: que los del norte producen más y los del sur viven mejor. Lo cual despierta el elemental instinto de fuga. “¡No me gusta, no me gusta! ¡Vamos, vamos! ¡Corre, corre!”.

Tal es la desesperac­ión de la mayoría inglesa brexitera por huir de la casa europea que no les importa si dejan atrás la televisión, el perro y la nevera. Sí, es así. Aunque a los españoles les cueste creerlo.

Mucho se compara el lío inglés con Europa y el lío español con Catalunya. La gran diferencia es que para los españoles la posible pérdida de Catalunya se entiende como una calamidad; para los ingleses la noción de perder Escocia provoca, como escribió el otro día un veterano columnista escocés residente en Londres, “una masiva indiferenc­ia”.

Esto uno lo ve de manera anecdótica todos los días en Inglaterra en conversaci­ones con amigos, en la radio, en los diarios y en la televisión. Se confirmó en una encuesta que se hizo hace unos meses dentro del partido gobernante conservado­r durante la exitosa campaña de Boris Johnson para ser elegido primer ministro. La mayoría dijo que si el precio del Brexit era la independen­cia de Escocia, no tendrían problema en pagarlo.

Los ingleses se encogen de hombros debido en parte, pero sólo en parte, a la percepción de que la economía escocesa necesita a la inglesa. La percepción depende a su vez de cómo uno interprete los números. Algunos escoceses informados insisten en que no es verdad, o que, aunque lo fuese hoy, una Escocia independie­nte admitida dentro de la Unión Europea prosperarí­a más que una Inglaterra fuera. (Esto, claro, suponiendo que España no vetase la entrada de Escocia en la UE, que quizá sea mucho suponer, pero este es otro tema para otro día.)

En cualquier caso, la indiferenc­ia inglesa hacia Escocia tiene su origen menos en los datos económicos que en los misterios del comportami­ento humano. Los ingleses se sienten ingleses primero y británicos segundo, lo que contribuyó mucho al éxito del proceso de paz en Irlanda del Norte. A los ingleses les importa menos Irlanda que Escocia. En parte por eso no se armó un escándalo cuando el gobierno británico hizo concesione­s a los terrorista­s del IRA. El primer ministro Tony Blair no sólo no pidió que se encarcelar­a a sus dirigentes sino que se sentó con ellos a la mesa de negociacio­nes y, cuando tocaba, les deseaba feliz cumpleaños. Y lo hizo sin pagar precio político alguno.

Si Boris Johnson gana por los pelos el jueves, como dicen las encuestas, podría llegar a ver no un precio sino un claro beneficio en permitir que los escoceses celebren un referéndum y se vayan. Sería la mejor garantía de que Johnson volviese a ganar la próxima vez que haya elecciones. En un Parlamento inglés sin representa­ntes de Escocia, donde los conservado­res son sólo un poco menos detestados que el Partido Popular en Catalunya o en el País Vasco, las posibilida­des de que Johnson obtenga una cómoda mayoría parlamenta­ria de aquí a cuatro años se multiplica­n.

Lo lógico sería pensar que si les importa poco a los ingleses que Escocia se independic­e, les resultaría más irrelevant­e aún que Gibraltar o las Malvinas se despidiera­n de la corona. ¿Van a votar en contra de un gobierno que prescinda de estos lejanos territorio­s liliputien­ses cuando, como diría Borges, tienen tanto valor para Inglaterra como un peine para un calvo?

Depende de cómo se mida el valor. En términos reales, poco más que cero. Pero entra en juego el corazón y la realidad se descoloca. Tomemos como ejemplo de la nostalgia imperial inglesa no el Brexit sino otra locura casi igual de elocuente: la reciente construcci­ón de un par de gigantesco­s portaavion­es. El primero, el Queen Elizabeth, ya está a flote. El segundo verá la luz del mar el año que viene. Cada uno tiene 280 metros de largo y capacidad para más de 40 aviones. El coste es de siete mil millones de euros, el precio de construir 70 hospitales.

Demencial. ¿Pero ha habido repudio popular? Salvo los gritos de los sospechoso­s habituales de la izquierda, nada. La reacción general ha sido de orgullo y celebració­n: quizá no harán mucho nuestros castillos flotantes contra los fanáticos de Estado Islámico o los cohetes de Kim Jong Un, pero seguiremos siendo los dueños de los mares como cuando Nelson se comía a Napoleón y Drake a los galeones de Felipe II. ¿Para qué servirán en realidad? Para que los ingleses se puedan convencer a sí mismos de que aún tienen más peso en el mundo que Austria y, bueno, para provocar sustos en el enemigo en el caso de que Vox invada Gibraltar o Cristina Kirchner las Malvinas.

Así les va. Así funcionan los procesos mentales de muchos en la Pérfida Albión. El inevitable debilitami­ento de la influencia global de Inglaterra tras el Brexit garantizar­á que su gente busque más consuelo que nunca en el espejismo de la fuerza militar. Si la suerte les acompaña, los escoceses se salvarán de semejantes pendejadas. Gibraltar y las Malvinas tendrán que esperar.

Debería ser un buen momento para que España recupere Gibraltar y Argentina, las Malvinas

Para los ingleses, la noción de perder Escocia provoca “una masiva indiferenc­ia”

 ?? ORIOL MALET ??
ORIOL MALET
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain