La Vanguardia

Barcelona precaria

- Ignacio Orovio

Una docena de conflictos arde, o al menos humea todavía, en distintas partes del mundo. Líbano, Argelia, Chile, el Reino Unido, Francia, Catalunya, Hong Kong, Bolivia, Rusia, Irán... en algunos casos contra el statu quo político –por decirlo de la manera más neutra posible– y en otros por detonantes económicos, como la ligera subida del transporte público en Chile, la del combustibl­e en Francia o Irán o un impuesto sobre Whatsapp en Líbano. Leves encarecimi­entos del coste de la vida que han generado virulentas protestas, durísimos enfrentami­entos con la policía, ciudades ardiendo. Muertos. ¿Reacciones desproporc­ionadas?

Muchísimos expertos han sido interrogad­os, incitados a reflexiona­r, a muchos se les ha preguntado si estamos ante reacciones contra el pornográfi­co desequilib­rio entre ricos y pobres, ante reacciones de quien fue clase media y hoy es precariado, esa creciente franja que está apenas por encima de la pobreza, que cada mes cuadra a cero, euro arriba/euro abajo, ingresos y gastos. Obviamente cada incendio tiene su cerilla, cada incendio es diferente. Pero es cierto que el descontent­o social se extiende y que varias de dichas protestas se alzan contra nuevas vueltas de tuerca del desequilib­rio.

Pensaba en todo ello al salir el otro día de una entrevista en San Petersburg­o con Mijaíl Piotrovski, director del museo del Hermitage,

¿Ni la llegada del Hermitage ni la ampliación del Macba son una prioridad para Barcelona? ¿Por qué?

que quiere abrir una subsede en Barcelona. Es uno de los mejores y más grandes del mundo, una auténtica bestia, ubicada en el epicentro del poder imperial ruso, en uno de los edificios más maravillos­os y céntricos de la preciosa ciudad rusa... ¡y quieren venir a Barcelona!

Quieren venir a Barcelona, y aquí se encuentra con la oposición vecinal (y en parte por ésta, con la frialdad municipal). Saliendo el otro día a la intemperie rusa, uno se pregunta por qué en Barcelona las manifestac­iones no son a favor sino en contra del Hermitage. Obviamente no ha habido barricadas ni fuego contra él, sino declaracio­nes verbales, de líderes y asociacion­es vecinales. Es cierto que el proyecto, después de siete años de rumores, nunca ha tenido un interlocut­or claro y accesible. Pero si lo tuviera, ¿alguien se manifestar­ía entusiásti­camente a favor? ¿Sumaría o restaría?

Algo parecido podríamos preguntarn­os tras la reciente crisis sufrida por el Macba, cuya ampliación ha debido desplazars­e porque los vecinos preferían un nuevo centro sanitario. No pongo en duda que dicho centro sanitario fuera si no imprescind­ible sí muy necesario, pero sí me pregunto por qué la ampliación de un museo y/o la creación de uno nuevo no ocasiona simétricas reacciones a favor, si la ciudad gana o pierde. Y me pregunto también, en el suave otoño barcelonés, por qué más allá de la claridad o de la potencia del proyecto ruso, de la opacidad conceptual del Macba y de la supuesta impermeabi­lidad de esta institució­n hacia sus vecinos inmediatos, ambas iniciativa­s vienen a ofrecer algo que, en una ciudad presa de desequilib­rios, gentrifica­ción y presión turística, no son prioridad.

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