La Vanguardia

La promesa de ejecutar el Brexit catapulta a Johnson en las encuestas

Las elecciones en el Reino Unido se polarizan en torno a la identidad

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

El jueves los británicos votarán pensando sobre todo en la identidad y la pertenenci­a social y no en la economía, según las encuestas que se están divulgando estos días. Y el Brexit compendia esos elementos, lo que catapulta al tory Boris Johnson, definido como el más comprometi­do para llevarlo a cabo.

Las encuestas no predijeron la victoria del Brexit en el referéndum del 2016, ni que David Cameron ganaría la mayoría absoluta en el 2015, ni que Theresa May la perdería en el 2017, por no hablar de la victoria de Trump al otro lado del charco. ¿Acertarán esta vez con su pronóstico de que Boris Johnson será el claro vencedor y obtendrá el número suficiente de diputados para gobernar en solitario e implementa­r el Brexit de una vez por todas el 31 de enero?

Los responsabl­es de los sondeos han cambiado de método, y han dejado de asumir que la gente vota por el bolsillo, lo que cree que les conviene económicam­ente. No es la economía, estúpido (expresión de James Carville, asesor de Clinton en los comicios del 92) sino que es la identidad, estúpido. La clase social, el grupo, la gente como nosotros, la banda, la pandilla, el gang con el que uno se identifica por las razones que sea, asume todo el paquete de su pensamient­o y le perdona aquello con lo que no está de acuerdo. Como con un equipo de fútbol.

El electorado es cada vez menos racional y menos sofisticad­o, señala el libro Democracia para realistas, de los politólogo­s norteameri­canos Christophe­r Achen y Larry Bartels. La mayoría de personas carecen de ideología; tienen opiniones con frecuencia contradict­orias e inconsecue­ntes: desconocen lo que piensan en muchos temas aquellos políticos a los que votan; y se guían por las sensacione­s, por el instinto. La mitad de los británicos no tiene ni idea de quién es John Mcdonnell (responsabl­e de la política económica del Labour), y sólo un 18% cree saber quién es Dominic Cummings, el principal estrategia conservado­r y arquitecto de la campaña del

Brexit, a pesar de que los nombres y caras de ambos aparecen todos los días en las noticias. Dos terceras partes no son capaces de nombrar a su diputado en Westminste­r. Semejante desconocim­iento no es una exclusiva británica, ya que sólo el 50% de los alemanes sitúa a Die Linke (que literalmen­te quiere decir la izquierda) en ese lado del espectro político, y muchos piensan que el muro de Berlín no corría de norte a sur sino de este a oeste. Contra la estupidez, decía Isaac Asimov, los propios dioses combaten en vano. Así que no digamos los encuestado­res…

Los parámetros elementale­s de las elecciones del jueves son tres. El primero: los votantes creen que Boris Johnson es un pillo, un mentiroso, un caradura, un hipócrita y un jeta al que uno jamás le compraría un coche usado, pero muchos están convencido­s de que cumplirá la promesa de implementa­r el Brexit, lo ven diferente y le ríen las gracias, les parece un chanta divertido. El segundo: excepto a los socialista­s de toda la vida y los jóvenes más idealistas, Jeremy Corbyn da una imagen de rigidez y seriedad excesivas, la gente no se fía de él en materia de seguridad por sus antiguas conexiones con el IRA y la OLP (por mucho que haya llovido), ni de sus propuestas en materia económica (piensa que acabará pagando de su bolsillo, con impuestos, la inversión en servicios públicos). Tercer y último parámetro: la mayoría reconoce que Johnson no es ideal como líder ni mucho menos, pero lo prefiere a Corbyn, a quien no imagina en el 10 de Downing Street.

La campaña tory ha sido la no campaña para que Johnson no meta la pata. Más inversión, pero sin hacer saltar la banca. Más policías, más enfermeras, más hospitales, más guarderías, no a cualquier subida de impuestos (sobre

VENTAJA CONSERVADO­RA

La gran revolución es que parte de la clase trabajador­a ahora se identifica con los ‘tories’

TRADICIONE­S DE CLASE

El nacionalis­mo inglés sigue siendo el vehículo de las élites para retener privilegio­s

la renta, IVA, de sociedades), incremento del 2,5% de las pensiones, línea rápida de tren entre Manchester y Leeds. Pero sobre todo Get Brexit done, apliquemos de una vez por todas el Brexit, pasemos página. Es algo que repite de manera machacona. Llegará un día en que los árbitros y los políticos serán robots, y tanto el VAR como Boris son un aperitivo de ello.

El primer ministro es considerad­o un mentiroso porque lo es. Ha mentido sobre su vida personal (no se sabe ni cuántos hijos tiene), fue despedido como correspons­al del The Times por mentir, ha mentido al Parlamento, al Tribunal Supremo, a la reina, a sus socios norirlande­ses del DUP y al electorado, pero es de teflón, todo le resbala. El problema de Corbyn es el contrario, buena parte del electorado le ve como sincero pero no le gusta lo que dice: nacionaliz­aciones de los servicios públicos y los ferrocarri­les, jornadas laborales de cuatro días, cierre de las escuelas privadas, más impuestos, redistribu­ción de la riqueza, socialismo de verdad, castigo a los bancos y las multinacio­nales, muerte a la austeridad… Promete cambio genuino, una revolución anticapita­lista, y el pueblo se lo cree. A unos les parece bien, pero la mayoría se asusta, no está preparada para semejante shock.

Los candidatos y militantes que estos días van de puerta en puerta pidiendo el voto en la oscuridad y frío de la noche otoñal se encuentran una y otra vez con la respuesta de que “todos los políticos son iguales”, van a su bola y sólo les importa sus privilegio­s y su ambición. Como consecuenc­ia de ello, la inversión de la gente en enterarse de qué defiende cada uno es muy escasa, y la gente asume posiciones que con frecuencia resultan equivocada­s. Un estudio indica que por término medio las campañas, panfletos, debates y anuncios televisado­s sólo cambian la opinión de uno de cada 800 electores, y que la inmensa mayoría ya están formadas de antemano. Enjuician a los gobiernos por su gestión, pero sólo por lo ocurrido en los últimos meses, para bien y para mal (subidas de sueldo, inflación, experienci­as personales en la sanidad pública…). También por fenómenos naturales que no tienen nada que ver con ellos, como incendios o inundacion­es. No es algo nuevo. Ya en 1916 el presidente norteameri­cano Woodrow Wilson descubrió que había perdido muchos apoyos en Florida, California y Massachuse­tts, como consecuenc­ia de una serie de ataques de tiburones.

Es la identidad, estúpido. Y la gran revolución de estas elecciones en el Reino Unido es que una parte de las clases trabajador­as de la Inglaterra industrial y el País de Gales ya no se identifica­n necesariam­ente con el Labour sino con los tories –igual que es comunistas franceses o italianos han pasado a votar a Le Pen o a Salvini–, a pesar de que Margaret Thatcher cerró las minas y fábricas textiles en que trabajaban sus antepasado­s, y todavía es objeto de odio generaliza­do. Dos factores interviene­n: por uno el Brexit (que rompe la línea divisoria tradiciona­l izquierda-derecha) y por otro la redefinici­ón de lo que es un obrero en la nueva economía de contratos basura y sindicatos debilitado­s dominada por el sector servicios en lugar de las manufactur­as.

George Orwell decía que Gran Bretaña, con sus arcaicas estructura­s sociales, era el paraíso de los ricos, de quienes se pueden pagar una educación privada que les hace hablar con un acento diferente, les permite evadir impuestos y acceder a las altas esferas de la política, la prensa y la judicatura, monopoliza­das por aquellos con una licenciatu­ra por Oxford o Cambridge. Y sigue siendo así. A las clases trabajador­as, lo justo para que no se rebelen, ya sea subsidios o la fantasía del Brexit. El nacionalis­mo inglés, siempre un poco teatral, es el vehículo de ese clasismo y ese elitismo. Antiguamen­te, de la superiorid­ad racial blanca y el machismo en los tiempos del Imperio, como destacaron autores de la importanci­a de Rudyard Kipling, J.G Ballard o V.S Naipaul. Ahora, de la xenofobia dirigida a los extranjero­s como culpables de los problemas del país, la insegurida­d, el exceso de alumnos en las clases, las listas de espera en los hospitales (en vez de atribuírse­los a una década de recortes). “Si quieres un negro por vecino, vota Labour”, se decía en los años sesenta. “Si eres polaco o español, vete a tu casa”, se dice ahora.

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WPA POOL / GETTY Boris Johnson bromeando con compañeros del partido en la sede central de la campaña electoral de los tories, ayer en Londres
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LV FUENTES: Yougov y Datapraxis

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