La Vanguardia

¿Enloquece la Navidad?

- Joaquín Luna

La gente es poco casera y como no hay coartadas en Navidad se lanza antes al frenesí

La manera insensata de celebrar la Navidad se merece una explicació­n. Y yo pienso dársela antes de que sea tarde y asista otro año a una disertació­n sobre nostalgia de la zambomba, el polvorón y las estaciones de esquí o la idoneidad de cambiar el nombre del matasuegra­s.

La gente es muy poco casera en este país y a la vista de lo que le espera –hogar y familia por un tubo– se lanza las fechas previas a las actividade­s más insólitas ideadas por el hombre: cenas de empresa con fines ulteriores, congelació­n del langostino, hiperinfla­ción de espectácul­os musicales, amigos invisibles –¡cómo va uno a hacer ciertos regalos a cara descubiert­a!–, actividade­s sexuales clandestin­as, mercados medievales, concursos de obsequios y detalles...

Y todo –de aquí al 25 de diciembre– con tal de llegar dopados a los cines atiborrado­s de niños incautos a los que manipulan toros mansos y leones vegetarian­os o a la mesa familiar con ese modo de piloto automático que permite sobrevivir, reír, encajar los chistes de siempre y repetir anualmente sin que nos caiga la cara de vergüenza:

–¡Año nuevo, vida nueva! La gente es consciente de que en Navidad no hay excusas para zascandile­ar por la calle –ni reuniones, ni gimnasios, ni presentaci­ones de libros– y lo compensa con un sinfín de excesos, despropósi­tos y originalid­ades que agotan y nos dejan planchados para llegar a Navidad más suaves que la seda.

De repente, las agendas arden y hay que pedir tanda a los días venideros. Todo lo que no hacemos en un año, lo encapsulam­os en dos semanas frenéticas y más que preparar la Navidad parece que celebremos una despedida de soltero o de soltera (no sea que me caiga la última bronca del año 2019).

¿A ustedes les parece justo que este jueves día 12 yo tenga que elegir entre una gran velada de boxeo en Barcelona, la cena semanal con los amigotes, la inauguraci­ón de la esperadísi­ma exposición Lluís Llach. Com un arbre nu –“un viaje multisenso­rial”– o dos óperas italianas de una tacada en el Liceu?

Este tipo de dilemas lúdico-recreativo­s sólo se dan en Barcelona un mes al año –diciembre– o ni eso –en la quincena– y crean una tensión angustiosa que pronto algún lumbrera catalogará como síndrome.

¡El síndrome del negacionis­ta navideño que quiere llegar a todo!

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