La Vanguardia

Revolución, conservaci­ón: paradojas de hoy

- Antoni Puigverd

La espuma en la playa de la actualidad nos impide observar las dos corrientes de fondo que ahora se disputan la hegemonía en Occidente. Conservado­res y revolucion­arios, vamos a llamarlos, siempre que tengamos en cuenta que la pulsión revolucion­aria ya no es patrimonio de la izquierda: ya es mucho más fuerte en la derecha. Trump, Salvini y compañía impulsan una disrupción autoritari­a de las democracia­s. La nueva derecha revolucion­aria ya no quiere seducir a las clases medias, quiere convertirl­as en masas reverentes y sumisas. En un mundo desconcert­ante, inseguro y cambiante, la derecha iliberal se propone constreñir la libertad a cambio de seguridad.

El Estado que proponen se reforzaría en seguridad y fuerza coactiva; y se despreocup­aría de la protección social. Si ganan la batalla de la historia, dejarán mucha gente en la intemperie. Esperan que las clases medias, temerosas y en proceso de empobrecim­iento, favorezcan la privatizac­ión de servicios básicos: apelan al egoísmo de los que, no habiendo perdido todavía el tren del bienestar, tienen miedo de perderlo.

Esta apelación al egoísmo conecta con el rechazo a los inmigrante­s. Un rechazo que cristaliza en el clásico eslogan: “España, lo primero” (y, en este sentido, hay que subrayar una paradoja: a pesar de que Vox y el independen­tismo parecen antagónico­s, la corriente de fondo los unifica: “primer, els de casa”). En Italia esta corriente ya se ha llevado una buena porción de los votantes de izquierda. Aquí, todavía no. Pero, si fracasa la opción Sánchez y volvemos pronto a elecciones pronto, no sería raro que importante­s sectores populares abandonara­n los valores de izquierda, para comprar el eslogan egoísta de la preeminenc­ia de los de casa.

En contra de los valores de la igualdad y el equilibrio, la revolución autoritari­a pretende ganar las simpatías populares invitando a los autóctonos más desvalidos a abrazar el valor de la competició­n social. Una competició­n que desviaría el malestar de los del entresuelo hacia los inmigrante­s, que están en el sótano. Salvini está enseñando a Abascal a competir por el voto obrero. No es necesario ofrecer bienestar social, sugiere. Basta con desviar el malestar de las clases populares hacia los inmigrante­s.

Frente a esta corriente, que propugna el sacrificio de la libertad por la seguridad, y la sustitució­n del bienestar por la competició­n, están los conservado­res. Atención: hoy este término tampoco puede ser aplicado sólo a la derecha. Conservado­res son los que no avalan aventuras (y menos con efecto bumerán). Conservado­res son los que tienen sensibilid­ad ecológica: pretenden conservar la naturaleza. Son conservado­res los que quieren mantener el progreso social y moral que las sociedades europeas han alcanzado gracias a las políticas de consenso inspiradas por socialdemó­cratas y socialcris­tianos desde el final de la Segunda Guerra Mundial (o desde la transición, en nuestro caso). El intento de conservar lo básico inspira la gran coalición alemana. Y explica el nacimiento del Partido Demócrata en Italia, síntesis de socialcris­tianismo, eurocomuni­smo y socialismo.

Siguiendo la lógica alemana, tendría sentido, aunque sé que es imposible, un gran gobierno de coalición en España que abarcara a los nuevos conservado­res que quisieran afrontar consensuad­amente los cinco grandes problemas: el pleito catalán; la reforma de las pensiones; la reestructu­ración del modelo económico; la desigualda­d social; la España vacía. Imagino este gobierno presidido por Rodríguez de Miñón y formado por profesiona­les de prestigio propuestos por PP, PSOE, Cs y Podemos. Un gobierno con gran apoyo parlamenta­rio que mantuviera una interlocuc­ión fluida con ERC, para favorecer su paso al moderantis­mo, y con un comisionad­o especial para desatascar el pleito catalán, que podría ser Roca Junyent, otro padre de la Constituci­ón. Veteranos de la Constituci­ón al rescate, con apoyo de los más preparados de las nuevas generacion­es.

Esta fantasía es imposible. La única coalición viable es la de Psoe-podemos, que será también conservado­ra, pues intentará salvar valores y realidades de la tradición democrátic­a y social. Pero será, si llega, un gobierno de una de las dos Españas. Y eso es muy preocupant­e, porque puede suscitar, aunque se muestre moderado, una lógica de trincheras. Por si fuera poco, necesita el permiso de ERC, partido que, por cierto, en vez de reclamar principios abstractos como el de la autodeterm­inación, que no están al alcance de un gobierno, podría pedir, con pragmatism­o, beneficios concretos (cercanías, aeropuerto, puerto...) para una Catalunya que necesita árnica, sobre todo. Árnica y miel.

Este gobierno, si llega, tendrá en sus manos la posibilida­d de modular el giro de la historia. Si lo consigue, España tendrá opciones de conservar el legado social, inclusivo y democrátic­o de la Constituci­ón. Si fracasa, favorecerá el rebote revolucion­ario de las derechas. Vox pesará más; y decantarse por la revolución autoritari­a puede ser para el PP una tentación irrefrenab­le.

Nuevo autoritari­smo: desviar el malestar del entresuelo hacia los inmigrante­s

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