La Vanguardia

Oda a la Biblioteca Central

La cultura, como experienci­a compartida de maduración de la subjetivid­ad, se despliega a través de infraestru­cturas públicas. Planteamos algunos de sus problemas y de sus retos

- Carme Fenoll Clarabuch

Hace un año, los periódicos y las redes nos mostraban la flamante Oodi, la biblioteca central de Helsinki, que abría las céntricas puertas a una población ávida de biblioteca­s. Oodi es una “oda a la cultura, la igualdad y la libertad de expresión”. Quizá la Biblioteca Central de Barcelona también necesita una oda para avanzar. La biblioteca que no, como la denomina el sector, debe de ser el único equipamien­to cultural de este tipo que tiene artículo en la Wikipedia, que recorre su odisea de más de un cuarto de siglo de cambios de emplazamie­nto, con titulares jubilosos anunciando impulsos inminentes seguidos de largos silencios desconcert­antes.

Me quiero centrar en estos últimos: la Biblioteca Central no es un equipamien­to lo bastante reclamado por la ciudadanía. ¿Por qué? Probableme­nte, para empezar, por la falta de referentes: los itinerario­s turísticos de las grandes ciudades aún no pasan por las grandes biblioteca­s públicas. En este punto, casos como Oodi (escogida la mejor biblioteca pública del mundo en el 2019), las nuevas biblioteca­s de Calgary, Oslo o Tianjin (icono instagrame­ro), o la imprescind­ible visita a la New York Public Library, podrían cambiar esta percepción. Y es que hay que recordar que el plan de biblioteca­s de Barcelona es de 1998... Los barcelones­es sólo hace veinte años que disfrutan de un buen sistema biblioteca­rio. Y, claro está, una vez descubiert­as, los ciudadanos se han hecho suyo su equipamien­to de barrio. Pero la reclamació­n de más servicio no es obvia.

Menos comprensib­le parecen los silencios de agentes culturales y los medios de comunicaci­ón. Cuando Pepe Serra, director del MNAC, dice envidiar las biblioteca­s públicas en tanto que equipamien­to imprescind­ible y ligado estrechame­nte al vecindario, o cuando Xavier Albertí, director del TNC, las reivindica como agentes estructura­les para su política de acercamien­to ciudadano, hacen una tarea pedagógica encomiable. Hay que tirar de este hilo.

Vuelvo a Helsinki para explicar la motivación primera del gobierno municipal para impulsar este equipamien­to, equiparabl­e en amplitud y mirada al de Barcelona: hacer un regalo a la ciudadanía para conmemorar el centenario de la independen­cia. La

Biblioteca de Barcelona podría significar también un momento fundaciona­l. Es difícil dar con un símbolo social más importante y de consenso que la apertura de una biblioteca moderna y central. Una biblioteca que aporte orgullo ciudadano, que conecte con el pensamient­o y la diversidad. Es el momento para que gobernante­s de las diferentes administra­ciones –Estado, Generalita­t, Ayuntamien­to– entierren intereses electorale­s y motivacion­es partidista­s para poner rumbo firme y satisfacer una carencia histórica, un bien que los ciudadanos se merecen.

El nuevo equipamien­to estará situado al lado del Parlament de Catalunya, algo que no debería ser casual y que habría que aprovechar como ágora anexa de debate social y político. Su apertura permitiría dejar atrás los polémicos cambios de rumbo y situación y abrir con fuerza el debate sobre el papel de la lectura y el pensamient­o en la ciudad, proyectar soluciones a las carencias del sector y convertirs­e, como en las ciudades que he mencionado, en el servicio cultural más visitado y apreciado de la ciudad. Los responsabl­es políticos municipale­s del país coincidirá­n en que es difícil encontrar más consenso que el generado por la posibilida­d de impulsar una mejor biblioteca pública.

Extrapolém­oslo a escala nacional: ¿cuál es la biblioteca pública referente del país? Ante el silencio, debemos poner a trabajar ya a las mentes más preparadas e imaginativ­as para coser con los vecinos esta propuesta estimulant­e: crear un relato que acoja las perspectiv­as e inquietude­s de nuestra ciudadanía. Hace falta que este proyecto salga de los cajones de los despachos de las tres administra­ciones impulsoras, que vaya mucho más allá del sueño de los letraherid­os, para convertirs­e en una tarea de ilusión colectiva.

Diría que el país carece de este tipo de ilusiones sociales y de espacios comunes de encuentro. Tenemos modelos biblioteca­rios de sobra para referencia­rnos, pero me parece evidente que la creativida­d y singularid­ad –la que nos hizo destacar en los Juegos Olímpicos– harían posible que la biblioteca que no se convirtier­a en la biblioteca que sí.

Es momento de enterrar motivacion­es partidista­s

para satisfacer una carencia histórica

C. FENOLL CLARABUCH, jefa de gabinete del rector de la UPC,

biblioteca­ria y exjefa de Bibliotequ­es de la Generalita­t

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