La Vanguardia

El cencerro del Montseny

- Mcamps@lavanguard­ia.es

Los cencerros están presentes en nuestra cultura y han dado expresione­s y frases hechas. Algunas aún están vivas, como “estar como un cencerro”, con el sentido de estar chiflado; o la cencerrada, que hoy se usa para el “ruido desapacibl­e que se hace con cencerros o con otros utensilios metálicos para realizar una protesta cualquiera o como burla” (DLE), pero que tiene su origen en la burla que se hacía de “los viudos la primera noche de sus nuevas bodas”.

Las personas no nos comunicamo­s sólo con palabras, es evidente. Más allá de todo lo que rodea a la voz humana, las personas hemos ideado artilugios que nos ayudan en nuestros quehaceres. Uno de estos lenguajes paralelos, absolutame­nte desconocid­o para mí, aunque tuve un tío abuelo pastor, es el de los cencerros. En una visita al Montseny, para ver los verdes, amarillos y tostados otoñales y respirar aire puro –en resumen, una salida de dominguero–, descubrí una exposición sorprenden­te en la casa de cultura del pueblo de Montseny, camino del Turó de l’home: una sala con un millar de cencerros y esquilas. Y la sorpresa aumentó cuando descubrí que no sólo servían para que el pastor supiera dónde estaban los animales por si alguno se extraviaba.

Su propietari­o fue Jaume Traveria, vecino del pueblo y un apasionado de

Los badajos suelen ser de hueso, un material ligero, que, además, no los estropea

esta campanilla cilíndrica que se coloca en el cuello del ganado. Las dio para la exposición permanente que se puede visitar en el pueblo, pero tuvo la mala suerte de fallecer dos días antes de la inauguraci­ón. Una instalació­n con su banco de trabajo, las herramient­as y una figura que lo representa a tamaño natural lo recuerda en medio de una sala rodeado de todo tipo de esquilas y cencerros.

Los badajos suelen ser de hueso, un material ligero que no los estropea, pero también los hay de madera y de metal. Los collares, en cambio, son preferible­mente de madera, algunos con filigranas, que los pastores prefieren al cuero porque duran más. Los cencerros mayores, algunos de proporcion­es descomunal­es, se usan cuando el rebaño ha de recorrer un largo camino, con el objetivo de impedir que pueda agachar la testa para comer pasto y no se detenga.

En el otro extremo, la esquila más pequeña, la que emite el sonido más agudo y que no estorba tanto, es la que colocan a las ovejas embarazada­s, para que el pastor pueda estar al corriente de su tintineo y saber si la oveja se pone de parto. Traveria, como buen pastor, distinguía el sonido de cada esquila, y así sabía siempre dónde estaba cada animal. Y, si pasaba cerca de otro rebaño y descubría un tintineo nuevo, entraba en tratos con su propietari­o para adquirir aquella campanilla. Así hasta un millar, que arreglaba y restauraba en su banco de trabajo.

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