La Vanguardia

Los sindicatos mantienen su desafío a Macron con el caos del transporte

Atascos colosales en París en vísperas de otra jornada de huelga y manifestac­iones

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

La huelga en los transporte­s está poniendo a prueba la firmeza del Gobierno francés en su afán reformista y la paciencia de la población. Los sindicatos más combativos, con la CGT a la cabeza, no muestran ninguna flexibilid­ad y parecen decididos a continuar los paros y las movilizaci­ones hasta que sea retirado el proyecto de reforma de las pensiones. El secretario general de la CGT, Philippe Martínez, fue tajante. A su juicio, en el plan del Gobierno “no hay nada bueno”.

El servicio de trenes en todo el territorio nacional y el transporte público en París y otras ciudades como Burdeos estuvo ayer, de nuevo, muy restringid­o. Esta situación se prolonga desde el jueves pasado y no se atisba una solución a la vista. Hoy vuelve a ser una jornada de huelga y de manifestac­iones. El conflicto podría extenderse hasta la Navidad, a no ser que mañana el primer ministro, Édouard Philippe, que debe explicar la letra pequeña de la reforma, anuncie un vuelta atrás muy drástica en su filosofía.

Obligados a recurrir muchos de ellos a sus vehículos particular­es para desplazars­e, los automovili­stas en el Gran París –una región con 12 millones de habitantes– se vieron atrapados ayer por la mañana, y al final de la jornada laboral, en unos atascos monumental­es. Entre las 8 y las 9 de la mañana la longitud de los tramos con retencione­s en las autopistas de acceso a París, el cinturón periférico y otras vías llegó a alcanzar los 631 kilómetros. La lluvia y los accidentes complicaro­n aún más las cosas para quienes estaban al volante.

Pese a estas molestias y a las pérdidas económicas que muchos sufren, los franceses se muestran asombrosam­ente resignados y expresan una notable complicida­d con los huelguista­s.

Según una encuesta encargada por Le Journal du Dimanche ,el 33% de los franceses apoya la huelga y otro 20% siente simpatía. En total, pues, un 53% de opiniones favorables.

La grévicultu­re (cultura huelguísti­ca) está muy asentada en los espíritus. Existe, en la conciencia colectiva, una resistenci­a feroz a perder derechos adquiridos, a renunciar a las conquistas del Estado de bienestar construido después de la Segunda Guerra Mundial. Hay también una desconfian­za muy elevada ante políticas sospechosa­s de obedecer al liberalism­o anglosajón. Cierto esquema de la lucha de clases sigue muy vivo. Se espera mucho del Estado, que redistribu­ya la riqueza y atenúe las injusticia­s. Domina la dialéctica reivindica­tiva

“Estamos al final del ciclo liberal iniciado con Thatcher y Reagan”, opina el economista Daniel Cohen

frente a la inquietud por el déficit público. Para el sociólogo Jeanclaude Barbier, lo que ocurre en Francia no es muy distinto de lo que sucede en otros países occidental­es. Hay una fuerte demanda de igualdad y de protección. La igualdad se entiende entre franceses, no entre inmigrante­s y franceses. Eso hace compatible­s, por ejemplo, la protesta social y la xenofobia, un cóctel peligroso.

En una entrevista con el semanario L’obs, el filósofo Marcel Gauchet describió el momento francés con esta ecuación: confusión + desarraigo + inquietud= cólera + impotencia + resignació­n.

Otro analista, Daniel Cohen, profesor de la Paris School of Economics, estima que “estamos en el final del ciclo liberal que empezó con Reagan y Thatcher y que prometía la prosperida­d a base de flexibilid­ad”. En una entrevista con Le Journal du Dimanche, Cohen constató una situación histórica paradójica: François Mitterrand fue un socialista que, a principios de los ochenta del siglo pasado, gobernaba en un mundo que se hacía conservado­r; Macron, por el contrario, es un liberal en un periodo que pide planteamie­ntos más socialista­s.

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YOAN VALAT / EFE La huelga colapsó el transporte público; esta es la imagen que ofrecía ayer a media mañana la Gare du Nord

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