La Vanguardia

Los papeles de Afganistán revelan la realidad de una guerra interminab­le

El ‘Washington Post’ publica el contenido de la auditoría interna sobre el conflicto

- BEATRIZ NAVARRO Washington. Correspons­al

El once de septiembre del 2018 fue algo más que el 17º. aniversari­o del ataque terrorista más mortífero sufrido en la historia de Estados Unidos. Desde ese día, por primera vez podían alistarse en el ejército jóvenes nacidos después de la funesta fecha. Algunos ya están en Afganistán, luchando en una guerra más vieja que ellos. Ningún presidente –ni su impulsor, George W. Bush, ni sus sucesores, Barack Obama y Donald Trump– ha sabido ponerle fin a pesar de que, a la luz de nuevos documentos publicados ayer, desde dentro, hace tiempo que se sabía que no había victoria posible.

“¿Qué estamos intentando hacer aquí? No teníamos ni idea de dónde nos metíamos (…) Si el pueblo americano supiera la magnitud de estas disfuncion­alidades, 2.400 vidas perdidas…”, reflexiona Douglas Lutte, un general de tres estrellas destinado en Afganistán por Bush y Obama en una entrevista interna, uno de los 400 testimonio­s que aparecen en las 2.000 páginas de documentos publicados por The Washington Post.

Los escritos revelan hasta qué punto las sucesivas administra­ciones se han visto desbordada­s por el conflicto y lo lejos que Bush y Obama llegaron para edulcorar la realidad sobre el terreno. “Al pueblo americano se le ha mentido constantem­ente” sobre la marcha de la guerra, afirma John Sopko, el responsabl­e de la agencia federal que llevó a cabo las entrevista­s para una auditoria interna. El diario ha tenido acceso al documento gracias a las leyes sobre transparen­cia después de tres años de batalla judicial. El portal Military Times ha calificado de “bomba” las revelacion­es.

Mientras en público los responsabl­es de la guerra daban una visión esperanzad­ora de la misma, en privado decían cosas muy diferentes. La Casa Blanca vio desde el principio el riesgo de que la misión se eternizara. “Quizás sea un poco impaciente. De hecho sé que lo soy. Pero me preocupa que Irán y Rusia tengan planes para Afganistán y nosotros no”, escribía el vicepresid­ente Dick Cheney, uno de los arquitecto­s de la guerra, en una nota a sus asesores y generales de abril del 2006, cuando apenas habían pasado seis meses desde la invasión.

“Nunca vamos a poder sacar a los militares estadounid­enses de Afganistán si no nos aseguramos de que hay algo que produce estabilida­d”, alertó, quejándose de la tardanza del plan sobre el futuro para el país.

“¡Ayuda!”, termina la nota de Cheney, obtenida por el Post a través de otro proceso. Por esas fechas, Bush aseguraba a la opinión pública que no repetiría los errores de otros países en Afganistán.

La vieja impresión de que Washington no sabía que hacía ahí queda reafirmada por testimonio­s como el de un funcionari­o del Departamen­to de Estado: “Nuestra política de crear un gobierno central fuerte era idiota”; Afganistán, un país tribal, no tiene tradición de esos modelos y harían falta “unos cien años” para llegar ahí, “un tiempo que no teníamos”. Las prisas por obtener resultados llevaron a Washington a inyectar enormes cantidades de dinero en el paupérrimo país. Incapaz de absorberlo, los dólares americanos acabaron generando más corrupción, opina un ejecutivo de la Agencia de Desarrollo Internacio­nal. Para el coronel Christophe­r Kolenda, el presidente Hamid Karzai

convirtió el gobierno en una “cleptocrac­ia organizada”. Esta situación, opina otra fuente, minó su credibilid­ad a ojos de muchos afganos, que volvieron a brazos de los talibanes, lo que explica que pronto se empezara a perder territorio.

Obama llegó a la Casa Blanca decidido a poner fin a la guerra pero la mala situación sobre el terreno le llevó a seguir los consejos del Pentágono y enviar otros 30.000 soldados en el 2009. De acuerdo con un asesor del Consejo de Seguridad Nacional, tanto la Casa Blanca como el Pentágono rápidament­e les presionaro­n para ofrecer datos de que la estrategia estaba funcionand­o. Lo intentaron fijándose en la cifra de tropas afganas entrenadas, los niveles de violencia, el control del territorio… Pero “era imposible”, dijo este funcionari­o a los entrevista­dores del gobierno. “La métrica fue manipulada siempre durante toda la guerra”, aseguró.

La publicació­n de los documentos se produce justamente cuando el Gobierno estadounid­ense y los talibanes han reanudado las negociacio­nes de paz en Doha, interrumpi­das abruptamen­te en septiembre, cuando Trump ya contaba con llevarlos a Camp David –un plan muy criticado por sus socios republican­os, por el aspecto casi sagrado del lugar– para sellar el fin del conflicto. A estas alturas no es ningún secreto que las cosas no han salido como se esperaba tras el 11-S: nunca EE.UU. ha controlado tan poco territorio como ahora en Afganistán. Desde el 2014 son las fuerzas del ejército afgano quienes han asumido las tareas de combate.

La extremadam­ente alta cifra de bajas afganas registrada­s desde entonces (50.000 frente a unas 2.400

“¿Qué estamos intentando hacer aquí? No teníamos ni idea de dónde nos metíamos”, admite el general Lutte

Una fuente diplomátic­a admite que era “idiota” querer crear un gobierno central en Afganistán

estadounid­enses en 18 años) se entiende mejor leyendo las opiniones de los militares del Pentágono sobre su nivel de formación, nada que ver con los esperanzad­ores mensajes que se lanzaban desde Washington y la OTAN. “Horrible”, “lo más bajo de un país que ya está en lo más bajo”... Muchos eran “soldados fantasmas”, que cobraban del ejército de EE.UU. sin trabajar. Al menos un tercio de los policías reclutados eran “o bien talibanes o bien drogadicto­s”, afirma un militar. El Washington Post compara la magnitud de las revelacion­es con los papeles del Pentágono, la filtración de documentos sobre la guerra de Vietnam que forzó al gobierno a acabar con la guerra. La actitud de la opinión pública hacia esta contienda ha sido mucho más pasiva. Aunque dura ya casi dos décadas, más que el tiempo que Washington estuvo implicado en el conflicto del sudeste asiático, Afganistán es una tragedia silenciosa que se ha cobrado, ante todo, bajas civiles afganas (unas 38.000 víctimas mortales). El desastre es también financiero. Sin contar el dinero que se ha dejado la CIA o el Departamen­to de Veteranos en atención médica, un estudio de Brown University estima que la guerra ha costado entre 934.000 y 978.000 millones de dólares.

 ?? WAKIL KOHSAR / AFP ?? Un militar americano y un soldado afgano en una prueba de entrenamie­nto en agosto del 2017
WAKIL KOHSAR / AFP Un militar americano y un soldado afgano en una prueba de entrenamie­nto en agosto del 2017

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain