La Vanguardia

Castigo ejemplar al dopaje de Estado

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Rusia recibió ayer un castigo severo y ejemplar: durante cuatro años sus atletas no podrán participar, como miembros del equipo nacional, en las grandes competicio­nes internacio­nales. Esto significa que se perderán los Juegos Olímpicos de Tokio, previstos para el próximo verano, los de invierno de Pekín del 2022, o el Mundial de fútbol que se desarrolla­rá en el emirato de Qatar, también en el 2022.

Esta sanción, anunciada ayer, fue adoptada de modo unánime por los doce miembros del comité ejecutivo de la Agencia Mundial Antidopaje (AMA), organismo independie­nte que vela por la limpieza en el deporte de élite. La medida podrá ser recurrida ante el Tribunal Arbitral del Deporte a lo largo de las próximas tres semanas. Pero, dadas las abrumadora­s pruebas sobre las triquiñuel­as del Estado ruso, que sistemátic­amente ha promovido y ocultado el dopaje de muchos de sus mejores atletas, no está claro que el hipotético recurso prospere. Y si no prospera, Rusia desaparece­rá durante un cuatrienio de la competició­n global, salvo en el caso de los atletas rusos que demuestren estar limpios de dopaje y acepten concursar bajo una bandera neutral.

A raíz de los escándalos que sacudieron el mundo del ciclismo a finales del siglo XX –y, en particular, el caso del equipo Festina, a cuyo masajista se sorprendió con un cargamento de sustancias ilegales–, la preocupaci­ón global por el dopaje se disparó. Dicho caso, que salpicó a otros equipos participan­tes en el Tour de Francia, estimuló la lucha contra el dopaje en todos los deportes y propició un año después la creación de la AMA, que cuenta con el respaldo de las organizaci­ones deportivas transnacio­nales y de numerosos gobiernos.

La AMA ha actuado desde entonces con creciente intensidad. Sus focos se han puesto con frecuencia sobre Rusia, donde se han detectado cientos y cientos de irregulari­dades. Hace cuatro años se supo que al menos 643 positivos por dopaje habían sido escamotead­os por las autoridade­s rusas.

Las razones de la lucha contra el dopaje son varias. Unas están relacionad­as con la salud de los atletas, toda vez que las manipulaci­ones físicas o químicas y la ingestión de sustancias –anabolizan­tes, hormonas, diuréticos, estimulant­es, etcétera– empleadas para mejorar su rendimient­o pueden perjudicar­los a largo plazo. Otras están relacionad­as con el fair play y el respeto a los deportista­s que compiten sin drogas.

Estas razones bastan para rechazar el dopaje, más aún cuando trata de ocultarse. Pero hay otro factor agravante que conviene subrayar. Porque si ya es censurable que un atleta, auxiliado por su entrenador o su médico, decida por cuenta propia doparse, mucho más lo es que la operación de dopaje esté concebida, dirigida o tolerada por las autoridade­s políticas y deportivas de un país, como es el caso probado de Rusia. En esta ocasión, a las razones relacionad­as con la salud y el fair play se suma una tercera, relativa al erróneo cálculo de las consecuenc­ias del masivo dopaje de Estado. Porque es de suponer que el país que lo practica aspira a un plus de prestigio, por la vía de incrementa­r su número de medallas en la alta competició­n. Pero, al desvelarse el engaño, lo que ha logrado Rusia es un desdoro para el prestigio nacional, asociado en adelante a la manipulaci­ón y la trampa. Y se hace evidente que, en términos de imagen nacional, no se ha producido un avance sino una claro retroceso.

Este episodio ha sido, además, una derrota personal para el presidente Putin, ya que en sus años Rusia ha compaginad­o las grandes inversione­s deportivas –los Juegos de Sochi del 2014, por ejemplo– con trampas sistemátic­as como las que ahora rinden su fruto ominoso. Así pues, tan sólo le queda a Rusia admitir los errores y disculpars­e... O negarlos contra toda evidencia y dañar algo más la imagen que se quiso mejorar.

La exclusión del deporte ruso dictada por la AMA es una derrota personal para el presidente Putin

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