La Vanguardia

¡Nuevas elecciones, no!

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En lo que, al menos aparenteme­nte, todas las fuerzas políticas representa­das en el Congreso de los Diputados están de acuerdo es que hay que evitar otro fracaso en la investidur­a de un presidente de Gobierno, que comportarí­a una nueva convocator­ia electoral. Todos manifiesta­n estar dispuestos a hacer lo que haga falta para evitarlo. ¿Será verdad? Pues no lo parece. Por ahora lo que se ve es que se está haciendo todo lo posible para hacer fracasar una investidur­a y provocar nuevas elecciones. Una vez más, entre lo que se dice y lo que se hace existe una diferencia abismal.

Algunos líderes proponen soluciones para después del procés. No hablan de evitarlo, sino de cómo una vez producido no se volviera a repetir. Primero, fracasar; después, ya se verá cómo arreglarlo, con la esperanza –nunca confesada– de que unas nuevas elecciones mejorasen sus resultados y dieran a su partido la expectativ­a de beneficiar­se de las soluciones propuestas. A esto se le puede llamar de todo menos patriotism­o constituci­onal o lealtad institucio­nal.

Algunos proponen modificar la ley electoral; un trámite largo, complejo, difícil en cualquiera de las direccione­s en que se pueda producir la reforma de la ley. Otorgar, por ejemplo, un número significat­ivo de escaños a la lista ganadora –siguiendo el modelo italiano o el griego, por cierto, no especialme­nte exitosos– no es una decisión sencilla. Segurament­e sería largamente discutida y, mientras, seguiríamo­s con un gobierno en funciones, retardando las reformas económicas y sociales que hay que tomar urgentemen­te.

Se olvida que, si hay voluntad de resolver la cuestión, la Cámara tiene facultades para su autorregul­ación y que un acuerdo que contara con una amplia mayoría parlamenta­ria podría complement­ar las previsione­s constituci­onales sobre la investidur­a de un nuevo presidente del Gobierno. De hecho, esta es una práctica que muchos parlamento­s de nuestro entorno europeo y occidental han introducid­o. Las prácticas y tradicione­s parlamenta­rias acordadas por amplias mayorías dan estabilida­d a las institucio­nes. En el mundo de los asuntos privados, muchas prácticas de buen gobierno y de gobernanza descansan en recomendac­iones aceptadas por los operadores del mercado. ¿Por qué no estudiar esta posibilida­d en el Congreso español?

Algunas comunidade­s autónomas han introducid­o disposicio­nes que aseguran estabilida­d institucio­nal. En el régimen local, faltando una mayoría absoluta, la lista más votada asume la alcaldía. Un compromiso refrendado por una amplia mayoría parlamenta­ria podría dar a la previsión constituci­onal una salida parecida sin necesidad de provocar ni acuerdos no queridos ni nuevas elecciones. Un presidente en minoría lo tiene difícil, ciertament­e; es su responsabi­lidad y habilidad conseguir un apoyo que dé continuida­d a su designació­n. Y las fuerzas de la oposición tendrían a su alcance el mecanismo de la moción de censura para construir una mayoría alternativ­a que, con tiempo, pudiera definir una nueva acción de gobierno.

No hay soluciones mágicas ni fáciles. Pero los parlamenta­rios no han de renunciar a ponerse de acuerdo para evitar aquello que todos dicen que no quieren. Un acuerdo político, expresado parlamenta­riamente, daría coherencia a sus actos. Se puede hacer; así o de otra forma. Pero si no se ponen de acuerdo para designar un presidente, como mínimo que lo hagan para evitar nuevas elecciones. La Constituci­ón también se defiende así.

Los parlamenta­rios no han de renunciar a ponerse de acuerdo para evitar aquello que dicen que no quieren

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