Londres es la clave

Cuando llegue el día que las ciudades gobiernen el mundo, como profetizó Benjamin Barber, Londres se consolidará todavía más como uno de los centros de poder de nuestra civilización, que es y sólo puede ser la de la globalización. Hoy Nueva York y Londres actúan como las capitales del mundo occidental. Lo son por la preeminencia financiera de Wall Street y de la City y también por la riqueza que despliegan cada día a través de los centenares de infraestructuras culturales de primer nivel que captan y acogen. No hay otra ciudad europea, ni París ni Berlín, con una potencia comparable. Y esta es la principal fortaleza del país a la hora de encarar el punto y aparte del Brexit, que después de las elecciones del jueves probablemente esté más cerca de ser una realidad.

Han pasado tres años largos ya desde el referéndum. Junio del 2016. Desde entonces su ajustado resultado ha colonizado el debate público polarizando la ciudadanía y ha tenido un coste económico significativo y aún lo tendrá más. Lo han ido certificando, por ejemplo, los estudios del profesor Nicholas A. Bloom, de la Universidad de Stanford. Bloom explica que después de la votación se impuso la incertidumbre económica y esta incertidumbre ha tenido un precio elevado: bajada del empleo, de la inversión de las principales empresas y también de su productividad, toda vez que durante este periodo a sus directivos les ha tocado dedicar parte de la jornada a prever qué ocurrirá el día después.

Pero la sensación de incertidumbre, con el tiempo, se ha ido apaciguando. El Brexit, que es la manifestación institucional más inequívoca de la crisis que sufre la gobernanza multilateral, ha tenido la capacidad de crear un mito identitario para un país que se había quedado sin proyecto colectivo. Pero la posibilidad de que este mito no fuera sólo una utopía dependía y depende, ante todo, de algo que apenas tiene otro país: una capital global como Londres. Esta es la clave.