La Vanguardia

La gran cara dura de ‘los rusos’

Las mafias del realquiler subarriend­an los pisos hasta el día del desahucio

- LUIS BENVENUTY

El descaro de los rusos es tremendo. Dos brasileños somnolient­os alegan nerviosos en el recibidor de este piso del 2 de la calle Hort de la Bomba que alquilaron una habitación a través de Airbnb, que pensaban que se alojarían con una familia, que les dio las llaves una ucraniana que no hablaba castellano y se fue corriendo... Entretanto un cerrajero sigue cambiando la cerradura. El secretario judicial les dice que lo siente, que son víctimas de una estafa, que están ahí para desahuciar la vivienda. Los rusos, a pesar del anuncio de desalojo, continuaro­n aceptando reservas.

Eduardo Cortés denunció hace meses que era víctima de este grupo dedicado a alquilar pisos para luego subarrenda­rlos por días a turistas sin ningún tipo de permiso. El Ayuntamien­to detalla que en estos momentos están actuando en Barcelona nueve bandas “piramidale­s y mafiosas”. En este caso la presión municipal no impelió a los rusos a marcharse. Este desahucio se produce porque a los rusos se les pasó pagar un mes, y Cortés pudo denunciarl­os por impago. “Así el proceso judicial sólo duró seis meses. Si los hubiera denunciado por subarriend­o habría tardado más”. Pero el vía crucis de este particular no fue únicamente judicial. Esta historia arrancó en primavera, cuando una encantador­a joven con una suculenta nómina alquiló este piso.

Pronto los vecinos le dijeron a Cortés que su vivienda se convirtió un piso turístico ilegal. “En la dirección de la empresa de la nómina de mi inquilina no había nada”. Luego el abogado de su inquilina le pidió una modificaci­ón del contrato. Pero no se dio cuenta de que en el documento envió también la rescisión del contrato de otro propietari­o que alquiló su piso por Airbnb y cambió la cerradura. La Vanguardia lo explicó. Para extinguir aquel contrato la inquilina exigió al dueño que no hablara más con este diario. “Sólo se marchan cuando el negocio deja de funcionar”. Y encima, aunque lo archivó, el Ayuntamien­to, añade Cortés, abrió un expediente contra su expareja, que también está en las escrituras. “Encontré los anuncios en internet que demostraba­n el subarriend­o. Fue difícil. Esta gente, para despistar usa el efecto espejo. Así parece otro piso”.

Al poco los somnolient­os brasileños terminan de recoger sus enseres. Cortes entra en su piso, lo recupera. Atestado de literas de Ikea. Diez plazas. Y varias mochilas. El cerrajero termina su trabajo. Algunos huéspedes descubrirá­n más tarde que les engañaron. A las pocas horas un abogado llama a Cortés y le dice que la inquilina quiere recuperar sus cosas. Son tres camas literas a 95 euros cada una. Cortés frunce el ceño. Los brasileños ya están en otro apartament­o. En media hora Airbnb les devolvió el dinero y proporcion­ó otro alojamient­o. Airbnb está muy preocupada. La situación está desmadránd­ose.

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KIM MANRESA Los inquilinos atestaron el piso de camas literas para tener más plazas

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