La Vanguardia

En la vitrina

Esperant Godot

- JUAN CARLOS OLIVARES

Autor: Samuel Beckett

Traducción: Josep Pedrals

Dirección: Ferran Utzet

Intérprete­s: Nao Albet, Aitor Galisteo-rocher, Blai Juanet, Pol López, Martí Moreno/eric Seijo

Lugar y fecha: Sala Beckett (27/XI/2019)

La publicidad de la nueva producción de Esperant Godot vende a Vladimir y Estragón con chándal, haciendo lo que siempre han hecho junto a una autovía urbana. Alguien podría pensar que Ferran Utzet cometería la primera rebeldía en su ya respetable historial como director. Y nada menos que con Beckett. Todo está en su sitio cuando la negra persiana metálica sube con el traqueteo de quien guarda una reliquia. La piedra, el árbol, el bombín y Estragón (Nao Albet), con el esperado aspecto de clochard, luchando con su botín. Entra en cuadro Vladimir (Pol López) y la ortodoxia está completa. Pero sería un enorme error si en la manera inglesa de Utzet de entender la dirección de escena (experiment­os los justos, texto e intérprete primero) no se percibiera­n detalles de un discurso personal. Siempre hay un resquicio –como Lluís Pasqual regalándol­e a Anna Lizarán el Vladimir– para apropiarse de una obra que parece imponerse a cualquier gesto de dirección.

Además del rejuveneci­miento de los personajes y la luminosida­d de la nueva traducción de Josep Pedrals –mismas licencias que Beckett en su traducción inglesa–, Utzet decide intervenir en todo aquello que no está sujeto a la palabra o las acotacione­s. Potencia y mima el trabajo físico para subrayar los reconocido­s rasgos clownescos de los personajes. Albet y López coreografí­an la perfecta secuencia de fracasos de un clásico slapstick. Albet construye un Augusto de una versatilid­ad física sorprenden­te. Trabajo actoral que no se parece a nada de lo que haya hecho antes. López responde con un carablanca que amolda a sus modos interpreta­tivos. Un Vladimir muy López que de repente –cuando es asaltado por sus terrores internos– te deja clavado con un golpe de despojada rendición.

Pero uno de los grandes hallazgos de esta producción es el espacio escénico acordado entre Utzet y Max Glaenzel. Beckett describe el paisaje de la espera, pero no dice nada del marco. Aquí es un diorama de un museo etnográfic­o. Ventana panorámica para exhibir a cinco criaturas que no saben que se encuentran encerrados para siempre en un lugar (des)escrito. Condena que condiciona sus movimiento­s: obligados al eterno retorno de una cobaya en su rueda y en su jaula. Cada vez que salen del rectángulo, las leyes de la física desaparece­n. No hay más realidad que la existente entre la piedra y el árbol. Un espacio para sumar interrogan­tes a aquel que nunca llega. Un Godot que Utzet casi supedita al absurdo de creación propia de la vitrina.

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