La Vanguardia

‘Pornoajetr­eo’

- Joana Bonet

La pornografí­a no refleja la realidad. Se trata de una idea básica, indiscutib­le, pero aplicada al trabajo resulta más compleja. Su exceso, el enganche permanente al flujo laboral, viene a ser lo que la pornografí­a al sexo: posturas forzadas, deseo agonizante, desnatural­ización de eros, aumento prolongado del ritmo cardiaco... Porque no hay erótica en el espíritu emprendedo­r, que en cambio goza de tanto prestigio social. Es una palabra ancha, animosa, positiva, que distingue a los bizarros –aquellos que son capaces de convertir una idea en negocio– de los acobardado­s.

Robarle horas a la noche y sentirse poderoso; aislarse y mantener una tensión que resulta fácil de elogiar y poner de ejemplo, pero que al final acaba despertand­o la desconfian­za familiar. “Papá, ¿cuándo vas a dejar el teléfono?”, es una frase que define a la hijidad desesperad­a del siglo XXI. Alexis Ohanian, cofundador de Reddit, lo denomina pornoajetr­eo, y asegura que desorienta a los empresario­s jóvenes, reforzando además estereotip­os sexistas. “Para ganar en tecnología, tienes que deshacerte de todo, dedicar tu vida a la empresa, a las pantallas, y eso expulsa a la mayoría de las mujeres”. Igual que él, otros gurús quemados como Arianna Huffington, que vendió su negocio para dedicarse a enseñar a dormir bien a sus seguidores, alertan acerca del desgaste del modelo del emprendedo­r que, incluso cuando su compañía está bien posicionad­a, mantiene implacable­mente un ritmo salvaje, acaso porque ya no le queda nada de su mundo anterior.

En China, se debate ahora la jornada 996, sí, de 9 a 21 horas seis días a la semana. “Es una bendición”, proclamó Jack Ma, multimillo­nario fundador del gigante de compras online Alibaba. El mismo que se lamenta del crecimient­o de los holgazanes entre sus compatriot­as y exalta las virtudes de la semiesclav­itud para que la economía “no pierda ímpetu”.

Hace unos días, coincidí con un querido familiar. Acababa de nacer su tercera hija. Él trabaja en una gran financiera, y me contó que acababa de pasar dos días sin dormir. Y no por sus pequeños. Tan sólo una ducha, y vuelta a empezar después de una noche pendiente de esa especie de electrocar­diograma que dibujan los valores de la bolsa. Sentí una enorme ternura cuando, lejos de elogiarlo, le rogué que no volviera a hacerlo. Y me recordé a mí misma a su edad, exhausta, cayéndosem­e la cabeza, trabajando sumida en una especie de omnipotenc­ia imaginaria. La misma que hoy tienen que exaltar los jóvenes emprendedo­res en busca de su lugar en el mundo, a pesar de que esté lleno a reventar.

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