La Vanguardia

El Síndic Ribó, un amigo

- Joaquín Luna

He aquí otra estructura de

Estado independen­tista que asusta: el Síndic de Greuges, cargo que ejerce Rafael Ribó desde el año 2004 y cuyo mandato ha expirado y queda a la espera de que tres quintas partes del Parlament elijan su sustituto. Va para largo.

El Síndic de Greuges forma parte de esa burbuja independen­tista que permite tapar los estropicio­s de una Generalita­t ajena a la gobernació­n –tarea fastidiosa– y que concentra sus energías en disimular el fracaso del procés a todo o nada.

¿Aumentan el número de personas y el margen de tiempo de las listas de espera en los hospitales? Ribó ha alegado, como el que no quiere la cosa, “el sobrecoste por la gente que viene a Catalunya a intervenir­se”. O sea: la responsabi­lidad –como siempre– es ajena a la Generalita­t.

El asunto sería menor de no existir una pauta de conducta sospechosa y reiterativ­a: allí donde hay un contencios­o político, allí está al quite el Síndic de Greuges para echar un capote al independen­tismo. El referéndum del 1-O, el desprestig­io de España en los foros internacio­nales a los que asiste –la lista de viajes al extranjero es larga, indisociab­le de un presupuest­o y unos sueldos impropios en tiempos de austeridad–, la adhesión de Pasqual Maragall a los presos –sin comentario­s–, las pancartas de quita y pon en Palau, la actuación de los Mossos en los disturbios...

La deriva del Síndic de Greuges refuerza las reservas de muchos catalanes a esa república maravillos­a, cuya teórica razón de ser no era que fuese la nuestra sino que prometía un Estado mejor. Bueno, mejor ya lo es: para unos cuantos. Los happy

few, entre los que cabe incluir al Síndic y su amplio equipo.

Hay cargos que, por su naturaleza, exigen un plus de ejemplarid­ad. La figura de un Síndic de Greuges sólo se justifica desde un exquisito respeto al conjunto de los ciudadanos y desde una distancia higiénica del poder gubernativ­o. Aquí y ahora ya no concurren ninguna de las dos circunstan­cias.

Este artículo no es un ajuste de cuentas, pero soy de los que opinan que el Síndic debería haber presentado la dimisión irrevocabl­e el día que se supo que había aceptado viajar a la final de la Champions en Berlín en el 2015 por todo lo alto en jet privado. ¿Y esta fiesta quién la pagaba? Un empresario imputado en la trama del 3% de CDC. A ciertas alturas, todos sabemos cuándo nos hacemos trampas al solitario.

Allí donde hay una disputa política, allí está

el Síndic para echar un cable a la Generalita­t

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