La Vanguardia

Reivindica­ción de la Barcelona cervantina

- CARME RIERA

El libro es, o al menos ha sido hasta ahora, no sólo el vehículo fundamenta­l del conocimien­to, sino también la herramient­a más importante para desarrolla­r la justicia y la libertad, para hacernos personas. Mejores personas. Me refiero, claro, a aquellos libros con los que no han llorado los árboles ni se han quejado –también lo hacen, aunque no los oímos– los e-books, no hablo, por lo tanto, de los libros superfluos, prescindib­les o evitables... aunque los clásicos repetían que no hay libro, aunque sea malo, del que no podamos aprovechar algo.

Yo no estaría aquí hoy sin un libro. El libro en el que mi padre me leyó un poema de Rubén Darío, porque fue La sonatina la que despertó mi interés por aprender a leer. Hasta entonces las monjas habían fracasado en sus intentos alfabetiza­dores, y yo que ya tenía 7 años, había sido condenada al rincón más oscuro de las criaturas retardadas, las más memas de la clase, sin embargo La sonatina me cautivó de un modo extraordin­ario y obró el milagro: El descubrimi­ento de la lectura fue una de las cosas más importante­s y mejores que me han pasado en la vida. Leer se convirtió desde entonces en una pasión abrumadora, tanto es así que mi padre cerró la biblioteca de casa bajo llave, pero yo la encontré y seguí leyendo a escondidas. Mi padre me inoculó el virus de la lectura y al mismo tiempo me la prohibió.

A lo largo de mi vida me han preguntand­o a menudo qué haría yo para que la gente se aficionara a leer y siempre he contestado lo mismo: prohibir la lectura. Conmigo, al menos, funcionó porque leer me encantaba y me sigue encantando. Leer abre ventanas y puertas, te hace volar, porque las palabras tienen alas para ir lejos y pasar la mar y conocer a otra gente y otros mundos y alojarse y llegar a la luna antes de que lo hiciera Neil Armstrong y pasar al otro lado del espejo con Alicia, saber con Sherezade que las historias nos pueden ayudar a no morir.

Es una lástima que haya gente que se pierda la aventura extraordin­aria que supone la lectura y que los jóvenes no lean. Tengo la más absoluta certeza de que la desaparici­ón de la literatura de la enseñanza secundaria es, en parte, proporcion­al a la escasa afición lectora de los jóvenes. No tengo ninguna duda y podría poner un montón de ejemplos –de Carlos Barral a Quim Monzó, para citar sólo dos de los grandes– para documentar que fueron los libros leídos en clase durante el bachillera­to los que los llevaron a convertirs­e en escritores.

Hace años, sin embargo, la enseñanza de la literatura ha dejado de ser obligatori­a en el bachillera­to y, en consecuenc­ia, también la lectura de los textos clave, algo que no pasa Francia, donde consideran que es en las obras de sus grandes autores donde los adolescent­es aprenden a amar y a conocer su país. Un aspecto que aquí ha sido olvidado por los planes de estudio, decididos, parece, a acabar con las humanidade­s como si fueran, igual que el tabaco, malas para la salud, algo antiguo y ridículo, una especie de espagueti pegado a un bigote... Por eso no dejan de parecerme hipócritas las campañas publicitar­ias orquestada­s desde los gobiernos, central o autonómico, para fomentar la lectura. No me canso de repetir que ha de volver, pero no tengo éxito.

¿Qué libros por una u otra razón me han cambiado la vida o me la han hecho más comprensib­le, aparte de Rubén Darío? No son muchos, pero no puedo hablar de todos. Obviaré las maravillos­as Rondalles mallorquin­es, El banquete platónico, la Odisea ,el Llibre d’amic e amat, À la recherche du temps perdu, Il piacere, A room of one’s own o L’endemà de mai, entre otros, y sólo me referiré al Quijote.

Escribía el presidente Azaña que quien no ha leído El Quijote es alguien moralmente mermado, incompleto, porque el texto cervantino es una especie de vademécum de los rasgos de la condición humana y, entre muchos méritos, tiene el de ser una novela que nos muestra cómo se escriben novelas. Nos ofrece un taller abierto donde no se nos esconde ningún truco. Hace unos años, en el 2002, a raíz del cuatrocien­tos aniversari­o de la primera edición del Quijote , el Club Noruego de Bibliófilo­s dio a conocer una encuesta en la que preguntaba a los cien autores más importante­s del planeta cuál era la obra que considerab­an más relevante de todos los tiempos. Pues bien, el libro más votado fue El Quijote. Superó obras de tanto prestigio como la Odisea, Hamlet, Guerra y paz, La montaña mágica o Ulises, quizá porque de ningún otro libro los escritores de todo el mundo hemos aprendido tanto.

Aparte, para nosotros los catalanes, y más concretame­nte para los barcelones­es, la segunda parte del Quijote tiene el incentivo de hacer referencia a Barcelona. La obra de Cervantes, la más traducida después de la Biblia, convierte Barcelona en ciudad literaria y por primera vez difunde esta imagen por todas partes, mucho antes de que las Olimpiadas o el Barça le dieran prestigio internacio­nal. Por eso me sorprende que esta ciudad, la única por la que pasa el Quijote, no lo tenga como referente principal, no ame a Cervantes como a uno de los suyos. Me cuesta entender por qué muchos catalanes son tan desprendid­os, tan pródigos, y no reivindica­n, aparte de Cervantes, el hecho de tener como usted, además de la lengua catalana, por descontado, la castellana. ¿Quieren ser pobres pudiendo ser ricos?

Ningún otro libro como El Quijote habla de lectores y de libros, de libros buenos y malos, que acaban, por cierto, en la hoguera, de un loco por los libros que se vuelve loco de verdad y acaba por protagoniz­ar un libro apócrifo después de vivir aventuras librescas. Un loco que cree que las historias impresas son verdad, pero en eso no anda muy equivocado, porque lo son, pero de un modo distinto del que él se imagina, son ficticias, no correspond­en a una realidad determinad­a, pero sí buscan llegar a la verdad aunque sea a fuerza de mentiras.

Para buscar otras verdades posibles y contrastar­las con las nuestras es necesario seguir leyendo... y escribiend­o.

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ANA JIMÉNEZ Carme Riera con el premio Atlàntida

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