La Vanguardia

Dron contra el mal

- Jordi Balló

Una de las docuseries más recomendab­les estrenada en las últimas semanas es Grégory, dirigida por Gilles Marchand para Netflix, que documenta el asesinato, en octubre de 1984, de un niño de cuatro años en un pueblo recóndito en el valle de Vosgos, en la región de la Lorena francesa. Pese a tratarse de un demoledor caso criminal, la obra en cinco episodios se inicia con un cartel que avisa que treinta cinco años después de aquel asesinato, aun no se ha podido identifica­r al culpable. El aviso comporta un gran atrevimien­to narrativo: el espectador podrá recorrer los increíbles giros de guión que proporcion­an los hechos reales, pero debe hacerlo sin la promesa de ninguna resolución definitiva. Como ocurre en gran parte de los thrillers modernos, esta indefinici­ón crea más desasosieg­o y colabora a densificar hasta puntos indescript­ibles el peso culpabiliz­ador de una comunidad reducida, donde se sabe seguro que vive el responsabl­e de la muerte de Grégory, con sospechas cruzadas, magnificad­as por un eco mediático sin precedente­s en la época.

Uno de los aspectos más significat­ivos desde el punto de vista visual es que cada vez que la narración avanza con un nuevo giro, aparece el plano general del pueblo a vista de dron, como una constataci­ón de que es allí donde se concentra la maldad que ha ido impregnand­o al conjunto de la comunidad, ocupada por los sospechoso­s, los agentes judiciales incompeten­tes y un grupo amplio de periodista­s con sus cámaras que se constituye­n en creadores de opinión y que orientan el sentido de las investigac­iones. En esta pequeña comunidad del valle, ya no puede reinar la paz.

La existencia de los drones como vehículos para las cámaras aéreas ha hecho cada vez más recurrente y accesible la creación de esta imagen de un paisaje o un pueblo visto en plano general. Es evidente en muchas series basadas en pequeñas comunidade­s contaminad­as por un acontecimi­ento desquician­te. La vista aérea señala el lugar del maligno, donde reina el sentimient­o de odio o de venganza, a pesar de parecer un espacio idílico y tranquiliz­ador. Una visión del siniestro a plena luz del día.

Tradiciona­lmente, este plano general aéreo se asociaba a algún tipo de celebració­n, para saludar el despertar de una ciudad, el descubrimi­ento de un nuevo espacio o, de manera más neutra, para informar que la acción se trasladaba a otra metrópoli. Ahora en cambio, este plano a vista de dron no hace más que anunciar la repetición kafkiana de una prisión sin muros, donde no hay lugar para la esperanza ni la regeneraci­ón.

Como constataci­ón del papel culpabiliz­ador de la imagen desde el dron, es interesant­e saber lo que ocurrió durante el rodaje de la serie Grégory. Cuando un dron sobrevolab­a el pueblo y en concreto la casa donde había vivido el niño asesinado y su familia, el aparato dotado de cámara fue abatido por uno de los nuevos ocupantes de la vivienda, que disparó y destruyó el artefacto. Atacar el dron es una forma nueva de atacar al narrador, como una manera de señalar una imagen que ha perdido el sentido de la inocencia.

La vista aérea señala el lugar donde reina el sentimient­o de odio o de venganza

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