La Vanguardia

El hombre del peine

- Margarita Puig

La primera vez que bajé a la playa de la Barcelonet­a para bañarme eso se considerab­a más una guarrada que una rareza. Y debo confesar que no pude hacerlo. No por la calidad del agua (que justo después de los Juegos todavía era lamentable), sino por la enorme sorpresa que me causó descubrir a un corrillo, que luego admití como habitual, de hombres ya veteranos tomando el sol en cueros. Completame­nte desnudos. Me impactó. Corrijo: me horrorizó. Sólo con verlos unos instantes quedaba claro que la intención de esos tipos quizá no tan viejos pero sí extraordin­ariamente arrugados, como las pasas maduras, era broncearse del todo. De arriba abajo. Por fuera pero también por dentro.

Con tal intención esos nudistas acudían en tropel a la arena no privada (pero casi) del Natació Barcelona en lugar de ir a la vecina Chernóbil donde, me imagino, habrían estado mejor vistas sus prácticas. Y allí, en mitad de nuestra playa, se las apañaban como podían para que corriera el aire entre sus nalgas. Ahora se entenderá mi horror. No engaño a nadie. Aunque pueda parecer una invención, puedo prometer y prometo que, a modo de separador, solían usar un par de piedras rodadas que encontraba­n en la sucia arena sobre la que descansaba­n despatarra­dos bocabajo. Situaban las dos piezas de forma estratégic­a, una arriba y otra abajo, dejando el perineo bien centrado. Y aunque también había quien tiraba con dos capuchones de los bolis estrella de la época (los Bic, por supuesto), la escena más escatológi­ca la suministra­ba un tipo que conseguía la máxima apertura al final de su espalda baja con la colocación de un único peine de nácar.

Lo he advertido. Un horror, una pesadilla que a día de hoy no puedo dar por superada. Todas esas escenas han acudido en tropel (del mismo modo en que se movía ese grupo de nudistas que con el paseo nuevo se diluyó para siempre entre la gente más corriente) con las recientes y repetitiva­s declaracio­nes de famosos que ahora, en pleno siglo XXI, denuncian a quienes les empujaron a abrasarse el perineo.

Se quejan de los consejos de Shailene Woodley (de la serie Big little lies, eso podría haber sido considerad­o como advertenci­a) que a su vez se redirige a una influencer supuestame­nte experta en ejercicio físico, quien también a su vez delega el peligroso consejo en un (supuesto) doctor chino, Stephen Thomas Chang, conocido como The Tao of sexology.

Les habían prometido mejor salud y mejor sexo. Pero sólo consiguier­on revolucion­ar su Instagram (la postura, sentados en el suelo con las piernas alzadas para lograr un perfecto bronceado anal, no tiene desperdici­o) y quemaduras. Algunas muy graves. Visto como las gastan ahora prefiero al hombre del peine. Hay cosas que dan más asco.

Les habían prometido mejor salud, más longevidad y muy buen sexo y sólo consiguier­on abrasarse el perineo

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