La Vanguardia

Elogio del ornitorrin­co

- Màrius Carol Director

Umberto Eco escribió un ensayo (Kant y el ornitorrin­co) donde ponía en valor este mamífero semiacuáti­co que vive en el este de Australia y en la isla de Tasmania. El animal se descubrió en el siglo XVIII y el examen de un ejemplar disecado en Inglaterra desconcert­ó a la comunidad de naturalist­as. Se trata de uno de los pocos mamíferos que pone huevos, de los escasos que son venenosos y que parece concebido con partes de otros: tiene hocico en forma de pato, cola de castor y patas de nutria. A Kant el debate sobre este animal le cogió en los últimos días de su vida así que no participó en ellos, pero Eco estaba convencido que, si lo hubiera podido observar atentament­e, habría llegado a la conclusión de que este mamífero, presente ya en el mesozoico, no representa un burdo intento de la naturaleza para producir algo mejor, sino que es una obra maestra de diseño, un ejemplo extraordin­ario de adaptación ambiental, que le ha permitido sobrevivir y prosperar en los ríos. Incluso su pelaje está hecho a posta para protegerlo de las aguas frías. Es una estructura originalís­ima. “Todo en él es fin y es medio”, hubiera podido proclamar Kant.

He vuelto al libro de Eco, después de leer las críticas al gobierno de Pedro Sánchez, tanto por parte la derecha política como por la prensa más conservado­ra. Lo más amable con que lo califican es de “gobierno Frankenste­in”, tanto porque está hecho con partes (o apoyos) de distintas formacione­s, como porque esperan que, igual que el monstruo del cuento de Mary Shelley, acabe devorando a su constructo­r. Pero también podría ser que el ejecutivo que ha diseñado Sánchez sea una versión del ornitorrin­co, cuya morfología puede sorprender pero acaba por adaptarse a todas las inclemenci­as. No son tiempos para asaltar el cielo, sino para resistir en la tierra. La experienci­a de un gobierno de coalición resulta toda una novedad en democracia y seguro que no será fácil encajarlo, pero la izquierda tiene una oportunida­d única para demostrar que desde la moderación se puede ser sensible a las nuevas realidades sociales, redistribu­ir mejor la riqueza y abordar la cuestión territoria­l con inteligenc­ia.

Si fuera posible, todos pondríamos la misma cara que los naturalist­as ingleses que se extasiaron con el ornitorrin­co disecado hace tres siglos.

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