La Vanguardia

Abjasia, el país fantasma

- MARINA MESEGUER Sujumi Enviada especial

Una niña juega a la rayuela frente a la carcasa vacía del palacio de gobierno de Abjasia, en Sujumi. No hay nadie más en la plaza. El impresiona­nte edificio de doce plantas fue cubierto hace un año por una lona gigantesca con los colores de la bandera nacional: Rojo, verde y blanco. La excusa oficial fue la celebració­n del 25 aniversari­o de la independen­cia de esta república escindida de Georgia tras una larga guerra. El motivo real es que la fachada de aquel mamotreto daba una imagen truculenta y escalofria­nte a la ciudad. El edificio sigue tal y como quedó el día en que explotó el último proyectil georgiano. Todo el país continúa parado en el tiempo, congelado en los noventa.

Frente a este esqueleto mal disimulado, hondean las banderas de cinco naciones: Rusia, Venezuela, Siria, Nicaragua y Nauru. El club de países que reconocen la existencia de Abjasia como país independie­nte es... muy exclusivo.

Es fácil colarse en el interior del edificio a través de las múltiples brechas en la lona. En sus pasillos se acumulan los escombros, la basura y los grafitis. Las paredes están renegridas por los incendios y las explosione­s, el suelo aún está plagado de casquillos de bala y no hay una sola pared sin impactos de bala. Los ascensores cayeron en algún momento y se espachurra­ron contra la planta baja, dejándolo cubierto de tornillos y muelles. Todo es silencio. A través de sus ventanas a penas se ven pasar coches o personas.

Se diría que hay más gatos y perros callejeros en Sujumi que habitantes. La capital de esta pseudorrep­ública tenía 190.000 habitantes en el último censo antes de que llegara la guerra y la limpieza étnica. Ahora hay unos 64.000, y el panorama étnico ha cambiado por completo. Si en 1989 los georgianos eran el 41% de la población, tres décadas después son un residual 3%. Al contrario que los abjasios, que han pasado del 13% al 67%.

El aislamient­o internacio­nal les ha condenado a la pobreza. Los apagones de luz son habituales. Muchos habitantes han optado por construir sus hogares aprovechan­do la estructura de los edificios abandonado­s durante el conflicto. Cada apartament­o ha sido reconstrui­do según el gusto o posibilida­des de sus habitantes. Una especie de poblado chabolista vertical.

Sólo hay algo más de vida en el paseo marítimo, donde las familias pasan la tarde en las cafeterías y los mayores juegan al dominó. Se ha rehabilita­do el teatro y algunos edificios señoriales cercanos, pero el puerto está prácticame­nte vacío. A parte de eso, el único lugar para

UN MUSEO AL AIRE LIBRE Después de la guerra, esta pseudorrep­ública quedó congelada en los años noventa

CALLES DESIERTAS

Se diría que hay más gatos y perros callejeros en Sujumi que habitantes

CIUDADES ABANDONADA­S La población minera de Akarmara tuvo entre 5.000 y 15.000 vecinos, hoy sólo quedan 35

INSEGURIDA­D “Este es un país sin ley. Lo controlan grupos mafiosos con el apoyo de Rusia”

Sólo reconocida por cinco países, la república escindida de Georgia es un lugar vacío y detenido en el tiempo

evadirse en la ciudad es un descuidado zoo de macacos.

Abjasia, como su capital, es enterament­e un país fantasma. Por un lado, porque casi nadie reconoce su existencia, por otro, porque es un territorio vacío. Según el censo de 1989 aquí vivían hasta 525.000 personas. Hoy esa cifra es inferior a la mitad. El paisaje es desolador: campos de labranza abandonado­s, gigantesca­s fábricas soviéticas que se caen a trozos, estaciones de tren desiertas, palacios semiderrui­dos en lo alto de las colinas y hasta ciudades enteras comidas por el bosque.

La población minera de Akarmara llegó a tener entre 5.000 y 15.000 en sus mejores años. Trabajador­es de toda la Unión Soviética acudían hasta este remoto punto del Cáucaso. Era una pequeña ciudad moderna e internacio­nalista. Tenía parques, estación de tren, hotel, cine y hasta un gran hospital. “Había hasta tres quirófanos”, recuerda un vecino. Hoy sólo quedan unos 35 habitantes, muchos de los cuales viven en un mismo bloque de pisos al pie de la carretera. Puede que sea su forma de combatir la soledad.

Viven rodeados de ruinas. Akarmara empezó a perder empuje a partir de los ochenta, pero fue la guerra la que la condenó a ser una ciudad fantasma. Las tropas georgianas la sitiaron en 1992 y durante un año sólo dispuso de comunicaci­ón con el exterior a través de los helicópter­os que transporta­ban víveres. La ciudad nunca volvió a recuperar a sus vecinos. La mayoría se marcharon dejándolo todo atrás, casi sin hacer maletas. Todavía es posible entrar a los modestos apartament­os de las familias mineras. Hay muebles, zapatos, medicament­os, cubiertos… En uno de ellos el suelo estaba cubierto por un mar de libros. Las ventanas están todas rotas y la vegetación empieza a adueñarse de las paredes. La ciula dad entera sirve de inmenso corral para pavos, cerdos y vacas, que entran y salen de las casas a su antojo.

El lugar se ha convertido en un inesperado punto de interés para los contados turistas y curiosos que, de vez en cuando, llegan para fotografia­r los esqueletos de lo que fue eso que llaman “tiempos mejores”.

Es un lugar tranquilo... pero sólo en apariencia. En los últimos meses, se han producido asaltos contra visitantes por parte de bandas. Todo esto a pesar de que por allí patrullan de vez en cuando los militares rusos, cuya imponente base de edificios nuevos y recién pintados está a pocos quilómetro­s de la ciudad. insegurida­d se ha convertido en una de las principale­s preocupaci­ones de los abjasios. Esta semana, centenares de personas salieron a la calle en Sujumi para protestar después de diversos tiroteos en la capital entre bandas criminales.

“Este es un país sin ley. Lo controlan grupos mafiosos con el apoyo de Rusia”, dice un hombre de la minoría circasiana en una calle desierta de Sujumi. Nadie habla inglés en la capital, pero aun así se cuida de bajar la voz por precaución. Durante la guerra, su familia huyó a Turquía, y ahora vive en Jordania. Está de visita en la ciudad, donde todavía vive un hermano. Afirma que le gustaría comprar una propiedad en su antigua patria, “pero nadie se atreve a poner su dinero aquí, no hay seguridad jurídica. ¿Quién me dice que mañana no me la van a quitar?”.

Sin industria y con un comercio dependient­e en más del 60% de Rusia, la economía de Abjasia se mantiene a duras penas gracias al turismo. “Aquí la gente trabaja durante seis meses en la campaña turística y después aguanta el resto del año con lo que ha conseguido ahorrar”, comenta una camarera. Históricam­ente, esta región ha sido un destino turístico para los rusos. De hecho, fue aquí donde se construyó, a finales del siglo XIX, el primer resort vacacional del mar Negro gracias a su buen clima. Ahora todavía recibe algo de turismo –según el Gobierno, las cifras de visitantes aumentan cada año– pero en lugar de la aristocrac­ia, llegan los rusos que no se pueden permitir ir de vacaciones a otros destinos más populares y caros como Sochi, Turquía o Bulgaria.

“¿Son ustedes de España?”, pregunta en perfecto castellano una joven recepcioni­sta. Acaba de licenciars­e en Turismo por la universida­d de Sujumi y ha aprendido castellano gracias a una profesora que antes de la guerra hizo una estancia en una universida­d andaluza. “Ahora lo practico con una amiga de Ecuador con la que hablo por Skype”, explica con cierto orgullo. “Mi sueño es visitar Barcelona. ¡La Sagrada Família! ¡Espero que les haya gustado su visita a Abjasia!”, se despide.

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MARINA MESEGUER
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Chabolismo vertical. Los habitantes de Sujumi han aprovechad­o la estructura de edificios abandonado­s para construir sus precarios hogares
Akarmara. La antigua ciudad minera era un lugar próspero hasta la guerra. Desde entonces es un lugar abandonado y comido poco a poco por el bosque
MARINA MESEGUER La lona de la vergüenza. El palacio del Gobierno, el edificio más importante de Sujumi, lleva más de 25 años abandonado y con las señales que dejó la guerra Chabolismo vertical. Los habitantes de Sujumi han aprovechad­o la estructura de edificios abandonado­s para construir sus precarios hogares Akarmara. La antigua ciudad minera era un lugar próspero hasta la guerra. Desde entonces es un lugar abandonado y comido poco a poco por el bosque
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MARINA MESEGUER

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