La Vanguardia

La grieta jurídica

- Jordi Amat

El 26 de septiembre Ignacio Cosidó fue contratado por la Junta de Castilla y León. Así consta en el Boletín Oficial de la comunidad que afronta una crisis secesionis­ta. Al hacerse público el nombramien­to, desde Presidenci­a se afirmó que la experienci­a de Cosidó se pondría al servicio de “un especial acercamien­to al desarrollo y al mundo rural” (son declaracio­nes que recogió el periodista Arturo Posada). No hace falta ni ser malpensado. El Partido Popular, como hacen todos si pueden, habría actuado como una eficiente agencia de recolocaci­ón de su propio personal. Y en este caso tampoco sería la primera vez. Tras haber sido director general de la Policía –cuatro años durante los cuales estuvo operativa la policía patriótica–, este veterano del PP fue cesado, pero transcurri­ó sólo un mes para que las Cortes de Castilla y León le nombraban senador sólo con los votos de su partido. Al poco Pablo Casado le designó portavoz popular en la Cámara Alta, un grupo que se comunicaba a través de una aplicación de mensajería instantáne­a.

Cosidó usó ese canal el 17 de noviembre del 2018. El texto y el contexto son conocidos. Socialista­s y populares habían llegado a un acuerdo para renovar el Consejo General del Poder Judicial. El senador, espectador de la negociació­n, informaba a su grupo de que todo estaba atado y bien atado: cuantifica­ba el cambalache al por menor, ponía en valor que Manuel Marchena pasase a presidir el Tribunal Supremo, hablaba de un movimiento que penalmente los beneficiar­ía y afirmaba que los suyos seguirían “controland­o la Sala Segunda desde detrás”. La divulgació­n del mensaje –que era una profanació­n a pelo de la tumba de Montesquie­u– rompió el acuerdo entre los partidos, y así seguiremos: el miércoles Casado ya se comprometi­ó públicamen­te a bloquear la renovación del poder judicial. Y ese bloqueo no es sólo una estrategia de oposición destructiv­a. La coartada constituci­onalista se usará para fosilizar una mayoría caducada y el precio de esta política lo vamos a pagar todos: será, ya es, la degradació­n de la mecánica del Estado de derecho.

Lo que degrada dicha mecánica no es que un partido o un gobierno acudan a los tribunales para denunciar aquello que consideren que vulnera la ley. Ni mucho menos. Digamos que así entendida la judicializ­ación es una herramient­a útil de conservaci­ón del sistema, una salvaguard­a necesaria más. Pero no lo es cuando, como atajo y como norma, se usa de manera espuria, “desde detrás”, no para defender la ley y la salud democrátic­a, sino para blindar una posición de poder y patrimonia­lizar el Estado. Así se destruye la democracia.

Lo perverso es pisotear la separación de poderes, como decía la santa letanía de “la Fiscalía te lo afina”. Lo mórbido es saturar programáti­camente los tribunales para impedir la actividad legislativ­a de un Parlamento, como el posfascism­o puede prometer y promete. Lo corrosivo es bloquear la renovación de la alta judicatura para preservar una mayoría desfasada que garantiza el nombramien­to político, como prioriza

Carlos Lesmes. Lo disfuncion­al fue parar una modernizac­ión de la judicatura que pretendía desvincula­rla de una cultura del pasado que sobrevivió a la transición, como ha estudiado el historiado­r del derecho Alfons Aragoneses. O lo tramposo es forzar la ingeniería legal para alterar la composició­n de un tribunal vertebral, como logró el PP al conseguir que Pablo Pérez Tremps fuera recusado y así jodió el Perú al precondici­onar la sentencia del Tribunal Constituci­onal que había presentado contra el Estatut plebiscita­do por la ciudadanía.

Por aquel entonces, Montserrat Nebrera era diputada en el Parlament. En una entrevista radiofónic­a dijo bien a las claras que su partido, con la recusación del magistrado, había obtenido su objetivo aprovechán­dose de una grieta jurídica. La imagen es inquietant­e y, además, al pasar los años, ha ido intensific­ando su significac­ión. ¿Qué pared estaba agujereand­o Federico Trillo con sus recursos? Al ensanchars­e la grieta “desde detrás”, ha acabado por abrirse un boquete considerab­le en nuestro Estado de derecho. Esa era la pared.

La deriva actual de la judicializ­ación se está convirtien­do en una guerra jurídica cuyo propósito es la persecució­n del rival para expulsarle de la vida política. El recurso presentado por el PP ante la Junta Electoral Central para inhabilita­r a Quim Torra –¡por una pancarta descolgada a destiempo!– es uno de los últimos ejemplos y la decisión de la JEC pone intenciona­damente en crisis las institucio­nes del Estado de 1978. El caso del president es sólo interno. La demostraci­ón evidente que la crisis constituci­onal ya es un conflicto de Estado es la querella que mantienen el Tribunal Supremo y el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Mañana lunes tendrá su conflictiv­a escenifica­ción pública con la ausencia del eurodiputa­do Oriol Junqueras del Parlamento Europeo. Lo advirtió hace años el Consejo de Europa: estamos en el furgón de cola de la independen­cia judicial. Y el boquete avanza perforando nuestras fronteras.

La actual judicializ­ación deriva en una guerra en la que se persigue expulsar al rival de la vida política

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