La Vanguardia

Viaje a otro tiempo

- Flavia Company

Me detuve ante las cajas de frutas y verduras. Daba gusto verlas. Parecían ordenadas por formas y por colores. Un pantone en el que las naranjas estaban junto a los albaricoqu­es al lado de los melocotone­s cerca de las fresas pegadas a la sandía abierta y las cerezas, de ahí a los rabanitos y a los tomates. Luego los verdes, los marrones.

No hice una foto. Entré a comprar. Era irresistib­le. El verdulero me atendió con esmero. Selecciona­ba cada pieza con calma. Se le veía disfrutar. Tomaba una manzana, le daba vueltas, la dejaba de nuevo en el cajón –esos cajones de madera clara, fina, con listones a los lados– y elegía otra. Iba pesando la mercadería y anotando los precios con un bolígrafo en una libreta pequeña. La lista se hizo larga. Lo acomodó todo en dos bolsas y acto seguido se dispuso a sumar. A mano. De cabeza. Señalaba con el bolígrafo cada número, movía los labios, apuntaba en lo alto del papel los que se llevaba. Terminó la suma una primera vez. La revisó. La dio por buena. Así que le hizo una seña a la verdulera: ya podía cobrarme. Le dijo el precio en voz alta. Capicúa, comentamos.

Salí contenta. Me había dado la sensación de estar en otro mundo, un lugar calmado, sin urgencia, con tiempo para elegir las frutas, las verduras, con tiempo para sumar, para charlar. Llegué a casa y con ese mismo modo pausado acomodé toda la compra. Incluso tuve en cuenta los colores.

Herví el brócoli con las judías y el calabacín. Una zanahoria para contrastar. Una pizca de sal y una buena dosis de aceite de oliva virgen. Después, al llevármelo a la boca, casi lloro. Hacía tanto tiempo que no probaba aquellos sabores verdaderos. Comí con los ojos cerrados, incrédula casi.

No me sorprendió tanto, pero me conmovió igualmente, el primer mordisco que le di a un melocotón recién lavado. Había olvidado ese sinfín indescript­ible de sensacione­s que provoca una fruta real.

Mientras lavaba los platos me preguntaba si aquella cantidad de sabores tenía que ver con la calma y la paz del lugar en que había comprado. Si las manos del verdulero dotaban a su mercadería de verdad del mismo modo que la mercadería lo dotaba de verdad a él. Me pareció comprender que sí, y que el misterio estaba en el tiempo que, aunque parezca un trabalengu­as, sólo tiene lugar en el espacio adecuado.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain