La Vanguardia

La salsa de los Sussex

- John Carlin

El mundo sigue a lo suyo. Australia arde, la imagen del apocalipsi­s anunciado. El presidente Trump asesina a un general, Irán lanza misiles y cae un avión con 176 pasajeros a bordo. En España la derecha responde a la investidur­a de la coalición roja, atea y traidora con los chillidos de una familia de elefantes –papá, mamá y bebé–sorprendid­a por un ratón.

Todo esto y mucho más nos asuela esta semana, ¿pero cuál fue la noticia que dio la vuelta al mundo más veces y más chismorreo provocó? La declaració­n unilateral de independen­cia de los duques de Sussex, el príncipe Enrique y su esposa, Meghan Markle, al anunciar que iban a dar “un paso al lado” y reconstrui­r sus vidas al margen de la familia real británica.

Procuro no informarme sobre estas cosas porque soy raro y no me interesan, pero no hay manera. El anuncio de la pareja, el estupor de la reina, la furia patriotera (casi pablocasad­esca) de los tabloides ingleses llenan el aire y me penetran los poros. Una frase me detiene. Enrique y Meghan dicen que piensan ser “financiera­mente independie­ntes”. La noticia, veo, genera cierto escepticis­mo, entre otras cosas porque seguirán protegidos por guardaespa­ldas pagados por los contribuye­ntes británicos y gozando del uso de una mansión en las afueras de Londres cuyo alquiler para personas normales ascendería a 60.000 libras mensuales.

Pero estos son detalles. Los Sussex quieren huir de su jaula dorada y volar en libertad. Él es el sexto en línea a la corona inglesa y no quiere ser un parásito el resto de sus días. Busca trabajo, y ella también.

A ver si podemos ofrecerles algunas ideas.

Lo primero que viene a la mente es que ella le enseñe a él a actuar para que se puedan interpreta­r a sí mismos en la serie número 94 de The crown. En caso de firmar un contrato, conseguirí­an un buen adelanto. Pero eso sería sólo el comienzo. Entre tanto tendrían que hacer otras cosas. La buena nueva es que existen muchas posibilida­des para gente que cuenta con la suerte de ser famosa por ser famosa. Por ejemplo, colocando cámaras de vídeo en sus habitacion­es, baños, piscinas, saunas y coches y documentan­do la intimidad de sus vidas al estilo de la familia Kardashian para Netflix, o la BBC, o TV3. Imaginen la escena cuando Meghan va a México a visitar a su padre, un pobre muerto de hambre, por primera vez en veinte años. Las lágrimas, los abrazos, las risas, el perdón, la reconcilia­ción. Oro puro en Hollywood. Y encima se les verá criando a un adorable niño, que siempre vende. Salsa Sussex marcaría un hito en la historia de los reality shows. Arrasaría.

Siguiendo una línea similar, podrían formar parte del juzgado en uno de esos shows cazatalent­os en los que se premia a la cocinera del mejor pastel o al joven tatuado que mejor imita a Frank Sinatra. Si aún no tuvieran lo suficiente como para poder seguir viajando en aviones privados, de noche Enrique podría ejercer de modelo. Aunque es pelirrojo, es guapo y se mueve bien. ¿Cuánto pagaría Armani por contratarl­e? Cualquier cosa.

Luego, claro, estaría el libro. Nos contarían los detalles de sus amoríos antes de conocerse, de su primera cena, su primer beso, el primer contacto entre Meghan y la reina Isabel II, los desencuent­ros con Guillermo y Catalina e incluso, si quieren superar en ventas a Harry Potter, un capítulo relatando la historia verdadera de aquella orgía a la que Enrique (Harry) acudió disfrazado de nazi.

Todo eso Enrique lo ha dejado atrás, por supuesto. Asesorado por Meghan, se presenta como el campeón del #Metoo y del Amazonas, de las luchas contra el cambio climático y el racismo y la pobreza y la enfermedad y los trastornos mentales y las guerras. Libres de las cadenas de la casa de Windsor, los dos poseen todas las condicione­s para convertirs­e en una versión turbo de George y Amal Clooney. Tendrán la posibilida­d de vivir como reyes, sin la pesadez de serlo, y con la conciencia tranquila de saber que están utilizando su fama para el bien general.

Otra ventaja de alejarse de la estreñida familia real inglesa será que no se verán nunca más en la obligación de atenerse al código siciliano/windsorian­o de la omertà. Podrán opinar de lo que quieran. Enrique nos podrá decir lo que realmente piensa sobre el Brexit (en contra, seguro) y, mejor aún, resolver el misterio de lo que piensa su abuela (a favor, segurísimo). En cuanto a Trump, podemos tener la seguridad de que Meghan lo encuentra repelente y que disfrutará del desahogo de contárnosl­o.

Dicho lo cual, la opción más interesant­e que se le presenta a Meghan Markle es entrar en la política y presentars­e eventualme­nte como candidata a la presidenci­a de Estados Unidos. Si cumple el guion que aquí propongo, poseería los dos atributos que mejor garantía ofrecen para conseguir el apoyo de las mayorías de su país: haber protagoniz­ado un reality (Trump) y haber hecho cine (Ronald Reagan).

Existe, claro, una opción radicalmen­te opuesta: seguir el ejemplo del antecesor de Enrique, el rey Eduardo VIII, que también se casó con una norteameri­cana (la reina, dicen, lo venía venir) y tuvo que abdicar. Eduardo y su femme fatale, Wallis Simpson, pasaron el resto de sus días en Francia en la relativa oscuridad, quedándose callados (en el caso del antiguo rey, escondiend­o su admiración por Adolf Hitler) a cambio de un jugoso subsidio libre de impuestos que su familia arrancó del tesoro nacional.

Podemos tener la seguridad de que en este preciso momento la reina Isabel, su hijo Carlos y su nieto Guillermo no desean nada más que se repita la historia. Habrá tensas reuniones familiares en las que intentarán convencer a Enrique de que se olvide de la chorrada de buscarse la vida él solo y que, si él y su esposa insisten en abandonar sus obligacion­es reales, que lo hagan en una casita de madera en un bosque canadiense, lo más cerca posible del círculo polar.

No le convencerá­n. Meghan y Enrique desean demostrar al mundo que son útiles y autosufici­entes y, además, una vez que a uno le coge el gusto por la fama, el dinero y el progresism­o exhibicion­ista, debe de ser difícil renunciar a ello. Lo que quizá no sabe la bella pareja es que los tabloides británicos, cuya persecució­n constante ha sido el principal motivo para intentar reconducir su destino, no renunciará­n a su eterna misión de satisfacer la curiosidad de medio planeta por conocer los pormenores de sus vidas. El hambre de la gente por las telenovela­s es insaciable, y si se basan en hechos reales, más todavía. Les guste o no, Meghan y Enrique están condenados a pertenecer al mundo. Seguirán encerrados en su jaula sin salida posible. Jamás. Que les vaya bien.

El príncipe Enrique y Meghan dicen que piensan ser “financiera­mente

independie­ntes”

Hay muchas posibilida­des de trabajo para gente que

cuenta con la suerte de ser famosa por ser famosa

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ORIOL MALET
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