La Vanguardia

Hay alguien al otro lado

- Ramon Suñé

La formación del primer gobierno de coalición en España, la inminente aprobación de los presupuest­os del Ayuntamien­to por una amplísima mayoría y la posibilida­d de que la Generalita­t pueda disponer por fin de unas cuentas actualizad­as es una suma de buenas noticias para Barcelona. La conjunción de estos factores ha abierto las puertas a la posibilida­d de poner fin, de una vez por todas, al bloqueo que una serie de condiciona­ntes externos han ejercido sobre la acción política municipal, sumiéndola en una exasperant­e provisiona­lidad y perjudican­do sobremaner­a el desarrollo de todo el potencial que sigue atesorando la capital catalana.

El interés de Ada Colau y Jaume Collboni por el pacto de gobierno entre PSOE y Unidas Podemos era máximo. La alcaldesa y su primer teniente venían de una mala experienci­a, del disgusto provocado por el estrepitos­o fracaso de la negociació­n del pacto de izquierdas tras las elecciones del 28 de abril. Aquel desacuerdo se produjo mientras Bcomú y PSC, con la inestimabl­e ayuda de Manuel Valls –ahora desapareci­do de la escena política barcelones­a–, fraguaban su actual alianza en el Ayuntamien­to. Estoy absolutame­nte convencido de que el hecho de que comunes y socialista­s anden de la mano en Barcelona, trampeando con solvencia las discrepanc­ias en torno

Barcelona y su área metropolit­ana no pueden desaprovec­har la nueva ocasión que se les presenta

al procés, en algo habrá contribuid­o a cimentar la entente entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Aunque la política española hace tiempo que dejó de creer en los mínimos comunes denominado­res y de propiciar las estabilida­des institucio­nales –en el horizonte inmediato, visto lo visto, resulta difícil atisbar un regreso de las buenas prácticas–, Barcelona y su área metropolit­ana no pueden desaprovec­har la nueva oportunida­d que se les presenta. Una oportunida­d de desplegar todo su potencial, de avanzar a un ritmo sostenido y de hacerlo no a trompicone­s ni por inercias del pasado sino porque aquí se ha recuperado la ambición perdida y allí se han dado cuenta por fin de una obviedad: apostar estratégic­amente por una Barcelona fuerte beneficia a toda España y no tiene por qué perjudicar a terceros.

Llega la hora de dejar de escudarse en las responsabi­lidades de los otros, de establecer una nueva relación de bilaterali­dad y de plantear con firmeza un paquete de demandas muy selectivas (cuidado con la dispersión): un plan de infraestru­cturas con calendario y con un presupuest­o ejecutable; la exigencia de la cocapitali­dad, sobre todo en el despreciad­o ámbito de la cultura, y una acción coordinada, en la que ha de estar por supuesto la Generalita­t, para abordar cuestiones como la seguridad, la vivienda o la emergencia climática que una ciudad no podrá resolver por sí sola.

A ver si es verdad que, esta vez sí, hay alguien al otro lado. Y que, además de escuchar, comprende y responde.

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