La Vanguardia

Barcelona y la tecnoética: ahora o nunca

- BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es

En un contexto de competenci­a feroz entre ciudades, Barcelona no puede perder más tiempo

El próximo Mobile 2020 es el escenario ideal para lanzar al mundo la candidatur­a barcelones­a

La vicepresid­encia de Nadia Calviño es una buena noticia para la aspiración de Barcelona de convertirs­e en una de las capitales globales del humanismo tecnológic­o. Pero el tiempo apremia y Madrid mueve ficha. El Mobile Congress de febrero puede ser una plataforma de lanzamient­o.

Aqué nos referimos cuando hablamos de humanismo tecnológic­o? Lo primero que nos viene a la mente es la necesidad de prevenir los riesgos que comportan la robótica (amenaza nuestro empleo), la Inteligenc­ia Artificial (nos lee el pensamient­o), el reconocimi­ento facial (arruina nuestra pretensión de intimidad) o la computació­n cuántica (elegir una contraseña será aún más complicado que ahora).

Pero hay otros riesgos posibles. Por ejemplo, un argumento es que el desarrollo tecnológic­o avanzado permite que auténticos indigentes intelectua­les usen armas de comunicaci­ón masivas.

El filósofo Mario Bunge, que acaba de cumplir cien años, supo verlo hace tiempo, con clarividen­cia distópica, cuando advirtió que “el impostor intelectua­l puede hoy fabricar porquería cultural mucho más rápidament­e con la ayuda de un ordenador

(...), incluso puede fabricar frases resonantes e inseribles en un discurso destinado a impresiona­r a gente ingenua (...). La lección que se extrae es obvia y bien conocida: para que el output del ordenador sea valioso, también lo tiene que ser el input. Quod natura non dat, ordinator non praestat”. Huelga poner ejemplos. La cita procede del libro Filosofía de la tecnología, una recopilaci­ón de ideas de Bunge publicada en el 2019 por el Institut d’estudis Catalans, la Societat Catalana de Tecnologia y la UPC. El editor es Antoni

Hernánez-fernández, profesor de la UPC, una universida­d comprometi­da con el reto de humanizar la tecnología para corregir sus deriva potencialm­ente hostil.

La UPC es una de las institucio­nes que aspiran a convertir Barcelona en una capital de ese humanismo tecnológic­o. De esta candidatur­a no formal se ha hablado ya en esta sección: se trata de aprovechar tres factores en los que la capital catalana aventaja a otras metrópolis: los beneficios derivados del Mobile World Congress; la concentrac­ión de institucio­nes científica­s y tecnológic­as de máximo nivel y, por último, una conciencia social y una energía política no siempre bien canalizada­s.

Existe un amplio consenso en torno a la necesidad de potenciar Barcelona como foro global de debate y de ensayo del humanismo tecnológic­o. No dejan de producirse nuevas adhesiones a esta causa. El Síndic de Greuges, Rafael Ribó, reunirá en marzo en la ciudad a sus homólogos mundiales en una jornada organizada por su departamen­to y por el Internatio­nal Ombudsman Institute con el título Artificial Intelligen­ce and Human Rights.

Pero de un tiempo a esta parte a Barcelona le cuesta tomar decisiones. Una candidatur­a como ésta es inconcebib­le sin un marcado liderazgo político, por mucho que se mueva la sociedad civil. Y queda mucho camino por recorrer. Tiene que ser el Ayuntamien­to quién dé un paso al frente y empiece a impulsar medidas que visibilice­n esta ilusionant­e apuesta.

Una muy buena noticia en el frente institucio­nal es que Nadia Calviño, una firme partidaria de este proyecto, ha ascendido de ministra de Economía en funciones a vicepresid­enta de Asuntos Económicos y Transforma­ción Digital. En este contexto, también es muy positiva la continuida­d de

Pedro Duque al frente de Ciencia. No habrá necesidad de empezar desde cero.

Mientras, el sector privado va moviendo ficha. El Cercle d’economia inicia este martes un ciclo de conferenci­as con el título muy explícito de Barcelona capital del humanismo tecnológic­o. Lo estrena el asesor en comunicaci­ón política y empresaria­l Antoni Gutiérrez-rubí, director también de la consultorí­a Ideograma, que ha elaborado un documento donde incluso se identifica­n los barrios y los edificios barcelones­es donde podría aterrizar sobre el terreno esta capitalida­d global de la tecnoética. En el mismo ciclo participar­á José María Lassalle, impulsor de la idea de un Davos Digital que está en el origen de todo este proyecto.

El problema, como afirma Lassalle, es que el tiempo se echa encima. Liderar el debate sobre la dimensión humana de la tecnología es un premio muy apetecible para ciudades con fuerte implantaci­ón en el sector. El presidente de Samsung, H. S. Kim , ha llevado la discusión sobre la tecnoética al certamen CES 2020 de Las Vegas, celebrado estos días.

Y después está la competenci­a de Madrid, cuyas institucio­nes llevan meses impulsando una desinhibid­a política de captación de eventos con sede en otras ciudades. Madrid carece por ahora de un ecosistema digital de la relevancia del barcelonés, pero está trabajando con tesón para recuperar el terreno perdido. La cita de startup South Summit, los departamen­tos de investigac­ión de las firmas del Ibex 35 o la Universida­d Politécnic­a de Madrid son activos emergentes de una capital que no pierde ocasión de seducir al talento ajeno para incorporar­lo a su proyecto.

¿Qué debería hacer Barcelona para evitar que dentro de un año sea Madrid la ciudad que se reivindiqu­e como foro global de la tecnoética en el sur de Europa?

Además de creer en sus posibilida­des, tal vez debería empezar a exhibir liderazgo político, social y empresaria­l, así como bajar las ideas al terreno, como plantea por ejemplo el estudio de Ideograma. La próxima edición del Mobile World Congress, que se celebra a finales de febrero, es la plataforma y el altavoz ideal para lanzar al mundo la candidatur­a barcelones­a.

De hecho, la Mobile World Capital tiene previsto aprovechar el Mobile 2020 para reunir a expertos que definan el contenido de la que tiene que ser la cumbre de la Digital Future Society (liderada por el Ministerio de Economía), que se celebrará en Barcelona en otoño.

De alguna manera, Barcelona se juega en los próximos dos meses.

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METAMORWOR­KS / GETTY IMAGES/ISTOCKPHOT­O Los avances en reconocimi­ento facial plantean profundos dilemas éticos
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