La Vanguardia

La provincia del olvido, lejana y sola

- Antón Castro

Los cantautore­s Labordeta, Joaquín Carbonell y Tomás Bosque, allá por los setenta e incluso antes, cantaron las soledades de Teruel, la melancolía que parecía envolver un paisaje de masadas desperdiga­das y de pueblos aislados en suelos de alta montaña, serranía, llano, vega y bosque. Y ya ellos la bautizaban como la provincia del olvido. Teruel fue escenario de las guerras carlistas y sus parajes han inspirado a escritores como Pío Baroja, que recorrió el

Maestrazgo, el Matarraña y Albarracín; Valle-inclán, Galdós, Ciro Bayo, Joan Perucho o Manuel Vicent. Más allá de Javier Sierra, quizá su mejor narrador actual sea José Giménez Corbatón. Ken Loach, Vicente Aranda, Antonio J. Betancor o Lombardero han ratificado Teruel como plató de cine.

De Teruel es el escultor Pablo Serrano, y ha tenido varios focos de creación artística desde Alcañiz y la propia capital, que es el feudo del mudéjar, del modernismo, lo fue en los 80 y 90 del surrealism­o y de otras corrientes de vanguardia que pasan por el Colegio San Pablo en los 60, y alcanzan hasta la revista Turia, que proclama que lo universal es lo local sin paredes, la publicació­n Cabiria y el Festival Phototerue­l.

Cuna de un pionero como Segundo de Chomón, de un cineasta universal como Buñuel y de un transgreso­r como Antonio Maenza, Teruel perdió el Festival de Cine, pero ahí sigue. Soñando. Con varios faros de artes plásticas, con Facultad de Bellas Artes, con el Museo de Teruel, con una mirada constante a los ecos de la Guerra Civil (la novela de aquellos días es Concierto al atardecer de Ildefonso-manuel Gil), con Dinópolis y con esa fiesta colectiva que son Las bodas de Isabel, que le ha dado proyección en el mundo.

En Teruel, que es bilingüe y se proyecta también hacia Valencia y Catalunya, se ha invertido mucho en todo (autovías, carreteras, aeropuerto, polígonos, Motorland…), y pese a ello se ha sentido huérfana de infraestru­cturas: ha fallado el tren y no ha llegado el

AVE, no se ha acertado a fijar la población, no se entendió que la España vacía era un conflicto de Estado y la provincia ha dado la sensación de estar casi siempre envejecida, lejana y sola, como condenada al ostracismo. Teruel Existe irrumpió contra todo eso, contra el desamparo y suscitó una oleada general de simpatía e incluso de mímesis. En realidad, sus presupuest­os no han cambiado, pero ahora parece menos inocente: la empatía se ha desdibujad­o ante la tiranía de los votos en una España convulsa.

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