La Vanguardia

Viaje a la Supercopa de Arabia

El fútbol no tiene fronteras, dicen, pero el dinero menos aún. La Federación los ha intercambi­ado en Arabia Saudí

- JOAN JOSEP PALLÀS Yida (Arabia Saudí) Enviado especial

El trueque de toda la vida adaptado a los nuevos tiempos. Tú me das fútbol, yo te doy dinero. Un beneficios­o win-win en boca del glacial argot ejecutivo. Todo surgió tras una conversaci­ón informal entre Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, y Gerard Piqué, jugador del FC Barcelona. El formato de la Supercopa de España estaba, según ellos, desfasado. Más de un año después de aquella charla, que supuso la génesis de una competició­n totalmente reformada, hemos llegado al punto de su puesta en marcha esta semana en Yida, ciudad de Arabia Saudí. A 5.000 kilómetros de Madrid, en un país enfrascado en un tímido aperturism­o para el que necesita publicidad pero señalado aún por organizaci­ones internacio­nales que velan por el cumplimien­to de los derechos humanos, con subrayado para las mujeres.

Los periodista­s españoles desplazado­s aprovechan su presencia sobre el terreno para explicar partidos pero también vivencias por fin basadas en hechos reales. Hay necesidad de contar qué sucede en un Estado cuyo régimen político se basa en una monarquía islámica absolutist­a pero que ha permitido la entrada de turistas por primera vez hace poco más de tres meses. Sacar conclusion­es es difícil. Yida es sólo una pequeña porción de la grandiosa Arabia Saudí. Conviven aquí saudíes con sus diferentes tribus (los beduinos, la más numerosa), junto a gentes de distintas nacionalid­ades, desde occidental­es residentes en compounds atraídos por las ofertas de negocios (la construcci­ón del AVE entre La Meca y Medina trajo a muchos españoles), pasando por qataríes o yemeníes, países con los que Aracabeza bia está en plena colisión, así como pakistaníe­s o indios, que suelen hacer los trabajos peor remunerado­s. La mezcla multiplica las versiones de lo que sucede. Dificulta la visión.

Desde una mirada occidental la segregació­n de la mujer es muy evidente en la ciudad. Aunque la legislació­n se ha suavizado, persiste la separación para entrar en los restaurant­es, locales e internacio­nales, y en muchos establecim­ientos: single’s entrance para hombres y family entrance para mujeres con niños en el mismísimo Starbucks de los ahora aliados norteameri­canos. El sometimien­to social de la mujer impera en el ambiente. Es su normalidad. Hay un canal televisivo de ámbito nacional que emite las 24 horas conectada a La Meca.

Ahí reside la clave. Su normalidad no es la nuestra, así que el hecho de que las mujeres puedan conducir desde el 2018, hecho corroborad­o in situ en las amplias y caóticas avenidas de Yida, o que se les permita por fin tener acceso al mercado laboral, o que puedan viajar al extranjero como mayores de edad sin la tutela de un varón o

de familia son avances extraordin­arios según la mirada tradiciona­l saudí, pero pasos elementale­s según el estándar de las democracia­s consolidad­as europeas. El cambio de mentalidad se percibe. Se confirma hablando con hombres y mujeres jóvenes, musulmanes. Las reformas económicas y sociales impulsadas por el príncipe heredero Mohamed bin Salmán son reales. Excesivas desde el wahabismo, la corriente religiosa que aplica con más rigurosida­d los preceptos del Islam, aunque claramente insuficien­tes para activistas como Loujain Hathloul, en la cárcel desde hace 600 días y víctima de torturas según denuncia su familia, por no hablar de la comunidad homosexual, invisible, oprimida por una durísima legislació­n penal.

Ahmed, un joven saudí de Riad de unos treinta años, reúne varias de las paradojas de su país. Vivió tres años en España. Cumple con los cinco rezos diarios que dicta su religión. Corrobora y celebra el aperturism­o de su país y la paulatina desaparici­ón de la policía religiosa de las calles mientras fuma un cigarrillo. Explica, con la boca pequeña, que echa de menos el sabor de una croqueta de jamón (el consumo de cerdo está prohibido), a la vez que confiesa que es posible consumir bebidas alcohólica­s pese a la prohibició­n gracias al carísimo mercado negro. No hay discotecas, dice, pero sí cada vez más bares con actuacione­s en vivo en los que también hay chicas. Y cines, inexistent­es hace nada, y series de televisión como La casa de papel, que tiene enganchado­s a todos los saudíes. Pero de pronto, preguntado por la sórdida muerte del periodista Jamal Khashoggi en la embajada turca, que colocó en el disparader­o internacio­nal a la monarquía, tuerce el gesto: “Traicionó al país, merecía morir”. Y también se muestra comprensiv­o con la poligamia, legal en su país si se cumplen determinad­as condicione­s. “No hagáis caso de cómo se vende eso en el extranjero”, apunta.

A cambio de dinero, la Federación se ha prestado a publicitar las bondades del régimen, enfatizand­o los beneficios de un aperturism­o significat­ivo pero escaso aún. La cara A son los ingresos. 120 millones de euros a repartir en tres

ediciones. Los cuatro clubs involucrad­os (Barcelona y Valencia como campeones de Liga y Copa; Real Madrid y Atlético como agraciados por el nuevo formato) aplaudiero­n con las orejas ante el nuevo maná. Las federacion­es autonómica­s, cuyos presidente­s han sido invitados todos a Yida durante una semana, también están encantados. “Esto triplica la cantidad que recibíamos antes para los clubs de Segunda B y Tercera División”, celebra uno de ellos mientras come un canapé en un encuentro con empresario­s españoles y el embajador español en Arabia Saudí. Rubiales pide allí “limpieza en la mirada” ante las críticas y resalta que gracias a este acuerdo se promociona­rá la primera liga de fútbol femenino en este país. Pide un acto de fe. Tiene a su favor Rubiales el ambiente en las gradas del King Abdullah durante los partidos. Es difícil llevarle la contraria cuando ves el entusiasmo con el que hombres, niños y mujeres, pocas pero reales, reaccionan ante la visión del gran Leo Messi. Eso no tiene precio.

Pero al descanso de los partidos asoma la Una pancarta gigantesca se despliega desde un inflable sobre el círculo central del campo. Es el retrato del rey Salmán bin Abdulaziz y del príncipe Mohamed bin Salmán, que nos recuerda quién paga la fiesta. Todo régimen totalitari­o requiere de propaganda. Es hora de llamar la atención del turismo como hizo la España de Franco en los años sesenta, de incentivar las inversione­s extranjera­s para diversific­ar una economía demasiado dependient­e del petróleo.

Una mujer con abaya (vestido largo) y nicab (velo que sólo deja ver los ojos) aplaude.

Fuentes que han participad­o en la gestación de esta Supercopa (la empresa Kosmos, presidida por Gerard Piqué, fue la que puso en contacto a la Federación y a Sela Sports, principal promotora de eventos deportivos del país) la defienden recordando que España y Arabia Saudí mantienen hace tiempo sólidos lazos comerciale­s (sin ir más lejos la controvert­ida venta de armas), y lamentan la hipocresía con que se abordan estos casos. “TVE se negó a transmitir esta Supercopa pero está televisand­o el Dakar, que se corre en el mismo país. Arabia Saudí se está abriendo y ofrece oportunida­des. Hay torneos de golf, de tenis, de artes marciales. Es normal que se apunte el fútbol. Me extraña mucho que ese tipo de polémica no se produzca cuando se negocia con China, ya que hablamos de derechos humanos”.

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FRANCOIS NEL / GETTY Mujeres en la grada. Durante la Supercopa se ha permitido a las mujeres ocupar cualquiera de las gradas del estadio King Abdullah sin segregació­n. En la imagen, dos seguidoras con abaya (vestido musulmán) y velo

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