La Vanguardia

Y al final del camino, Djokovic

España supera la presión de Australia y aspira a otro título por equipos, tras la Davis 2019

- SERGIO HEREDIA

Vaya un mal rato que pasó Rafael Nadal (33), ayer en Sydney.

Lo pasó mal, fatal. Tanto, que no hallaba soluciones. Le vimos debatiendo con Francis Roig, ambos sentados en el banquillo, entre juego y juego. Bajando la cabeza. Lamentándo­se por un fallo, o por un derechazo de Alex de Miñaur (20). Echándose atrás, modificand­o la estrategia una y otra vez. Ahora, a contempori­zar. Ahora, a abrir el servicio.

Remando: eso hizo.

Nadal remó mucho.

Y remó bien. Salvó el acoso del icono local, un joven tan intrépido, dinámico y abrasivo como el inicial Lleyton Hewitt, su capitán. Remó mucho y bien y se rescató a sí mismo. No iba a ser de otro modo: al fin y al cabo, este es Rafael Nadal.

El hombre acabó ganando por 4-6, 7-5 y 6-1. Firmó el 2-0, tras la victoria previa del solvente Roberto Bautista ante Nick Kyrgios (6-1 y 6-4), y colocó a España en la final de la ATP Cup, la última criatura del circuito. La jugará hoy, a partir de las 8.30 h, hora española (TVE 1), ante Serbia.

Ahí la tenemos, al final del camino: la Serbia de Djokovic.

Tantos cambios, tantas revolucion­es hay en el tenis, y al final casi todo sigue igual. Rafael Nadal y Novak Djokovic –con el permiso del ausente Roger Federer, opaco a las causas por equipos– dominan el circuito. Dominan todos los resortes, todas las superficie­s, todos los formatos. Hace siete semanas, los españoles se adjudicaba­n la Copa Davis 2019. La penúltima criatura del circuito.

Hay que admitirlo. No está siendo la gran semana de Rafael Nadal.

Se había atascado en la víspera, cuando perdió ante David Goffin. Y se vio contra las cuerdas ayer, ante De Miñaur. Pero es Rafael Nadal. Y eso le pesó al australian­o.

Vamos a hablar de De Miñaur. Tiene un gran futuro, y va llegando su presente. Si juega siempre como ayer, va a estar arriba. Por ahora, es el 18.º del mundo.

Durante todo el primer set, De Miñaur fue un coloso. Mordió a Nadal: lo movió de banda a banda, para aguijonear­le de un derechazo. Acertó al acelerar el juego, descolgand­o al balear, que se pedía tiempo. Nadal voceaba. Se iba al banquillo encabritad­o, gesticulán­dole a Francis Roig, su técnico, el capitán del equipo:

–¡Lo intento pero no sale! De Miñaur volaba en la primera manga (4-6) y mantenía el paso en la segunda. Fue así hasta el duodécimo juego, cuando se bloqueó: servía para igualar a 6-6, al tiebreak,

Nadal pasó un mal rato ante De Miñaur: le costó doblegar al australian­o, que sólo cedió en el tercer set

pero se le encogió el brazo.

De Miñaur perdió el servicio, perdió el set y perdió el oremus. Un sólo instante de debilidad, sólo uno, y la bestia le cayó encima. De alguna manera, se entienden los agobios. Se estaba midiendo al mejor tenista del mundo. Llevaba a cuestas el peso del torneo. Jugaba en casa, en Australia, templo del tenis. Hace tiempo que no ganan nada grande los australian­os, padrinos del tenis, junto a los británicos. Se han apuntado 28 títulos de la Copa Davis. Pero no rascan desde el 2003.

Pretendían resarcirse en esta novísima ATP Cup.

Y entonces apareció Nadal.

 ?? WILLIAM WEST / AFP ?? Rafael Nadal contempla al local Alex de Miñaur, un rival durísimo, ayer en Sydney
REMANDO A BUEN PUERTO
WILLIAM WEST / AFP Rafael Nadal contempla al local Alex de Miñaur, un rival durísimo, ayer en Sydney REMANDO A BUEN PUERTO

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