La Vanguardia

El piloto digital

Albert Llovera llega a cambiar 4.000 veces de marcha con sus dedos en una etapa

- TONI LÓPEZ JORDÀ

Después de dos años sin ir al Dakar, Albert Llovera (Andorra, 1966) estaba como niño con zapatos nuevos desde que Gerard de Rooy –el holandés bicampeón del Dakar en camión– le propuso conducir en el rally más mítico uno de sus Iveco, un monstruo de 9 toneladas y 1.000 CV de potencia. Era la oferta más competitiv­a que le han hecho en sus más de tres décadas al volante a este infatigabl­e piloto multidisci­plinar, parapléjic­o desde los 18 años por una lesión dorsal esquiando.

La invitación del team manager holandés –lesionado en la espalda para poder participar en esta edición– le llegó en abril, cuando Albert estaba a punto de comenzar su periplo en el Mundial de Rallycross.

–¿Quieres volver al Dakar? Busco un piloto para un camión de asistencia rápida, para llevar las piezas a los otros tres camiones... –le propuso por teléfono De Rooy.

Llovera flipó. “Es una oportunida­d grandiosa, me siento orgulloso de poder conducir un vehículo tan potente”, decía antes de encarar su sexto Dakar, el tercero en camión. Al llegar ayer a la jornada de descanso en Riad, Llovera se relamía por estar cumpliendo con creces el encargo de De Rooy de asistir a sus compañeros de flota, y dando guerra: es 14.º de la general. “Mi objetivo era poder estar entre los 15 primeros... Nos estamos divirtiend­o mucho; en el Iveco el feeling es excelente, cada uno cumple con su trabajo de manera impecable”, decía Llovera desde Riad, destacando la labor de sus compañeros, Ferran Marco y Marc Torres.

Sólo ha necesitado 6 etapas para demostrar que es un piloto fiable, y convertirs­e en el segundo vehículo de la estructura de De Rooy, “uno de los equipos más potentes, por pedigrí y por medios, con Iveco y con Petronas detrás… Para mí supone un reconocimi­ento a todo lo que he hecho”. Que no es poco: fue subcampeón del mundo de baloncesto en silla de ruedas, colaborado­r de la NASA, profesor de conducción, ortopeda, piloto de rallies (WRC, Dakar, rallycross, hielo y asfalto), tanto de coches como de camión, además de embajador de la Unicef y miembro de la comisión de discapacid­ad y accesibili­dad de la FIA.

“Es que no me gusta hacer una cosa sola; yo hago de todo, hago lo que me da la gana. Me enseñaron a buscarme la vida…”, explica Llovera. “El que fue mi jefe en Citroën en los 90 me dijo que nunca ninguna marca oficial me daría un coche por mi discapacid­ad física…”, recuerda Albert, sin acritud. Bastante tiene con domar el Iveco Powerstar, con una velocidad punta de 140 km/h. Un “señor cacharro”, que está adaptado a su discapacid­ad: en lugar de acelerador mecánico en el pedal, dispone de uno electrónic­o en la mano, así como un cambio secuencial en vez de uno manual que le machacaba los dedos. De modo que la exigencia física es menor y puede disfrutar más. Pero eso no le ahorra la paliza digital...

“En cada etapa cambio de marcha de 3.000 a 4.000 veces con el dedo...”, asegura Llovera. El cálculo es simple: al final del rally, si lo acaba, habrá accionado el cambio 48.000 veces con sus dedos. El embrague, con el corazón derecho; el acelerador con el pulgar izquierdo, el que se quedó sin cartílago y le obligó a pasar por el quirófano y quedarse sin Dakar 2019. El freno lo acciona con los dedos corazón e índice, mientras que el volante lo mueve con el anular y el meñique.

Este espíritu de superación y su habilidad para pilotar todo lo que se mueve con gasolina ha maravillad­o a pilotos de todos los colores. Desde Sainz o Al Attiyah (que le financió el Dakar 2015), hasta Fernando Alonso, que ha quedado prendado por el empuje del andorrano y le patrocina las gorras con su marca. “Es una cuestión de confianza, le gusta lo que hago”, dice con modestia.

Sainz, Al Attiyah (le financió un Dakar) o Alonso (lo patrocina) se han prendado del empuje de Llovera

 ?? PETRONAS DE ROOY IVECO ?? Albert Llovera, en el Iveco de Gerard de Rooy, al que tiene que subirse con la ayuda de una polea
PETRONAS DE ROOY IVECO Albert Llovera, en el Iveco de Gerard de Rooy, al que tiene que subirse con la ayuda de una polea

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