La Vanguardia

Demanda, que algo queda

- Glòria Serra

La cárcel no sólo no soluciona los problemas políticos, sino que crea injusticia y sufrimient­o

Esta va a ser una legislatur­a judicializ­ada. Tampoco será una novedad visto el periodo convulso que arrancó con la moción de censura contra Mariano Rajoy. O, en realidad, todo lo que ha pasado desde que el Partido Popular llevó ante el Tribunal Constituci­onal el Estatut d’autonomia aprobado por los catalanes en las urnas. O, yendo más lejos, cuando los dos partidos mayoritari­os entonces en el Congreso, PP y PSOE, quisieron acabar con el terrorismo y, de paso, con los partidos independen­tistas vascos y medios afines con la ley de partidos. Y luego con los escraches, raperos groseros y disidentes molestos con la llamada ley mordaza.

La tentación española de acudir a la justicia para solucionar problemas políticos, acabar con rivales o marcar musculatur­a de orden ante el electorado tiene raíces muy profundas, con precedente­s tan carpetovet­ónicos como la ley de vagos y maleantes que el franquismo utilizó contra todo lo que se meneaba fuera de su radar o la misma ley de Principios del Movimiento Nacional de la dictadura, auténtico freno inmoviliza­dor para un país acogotado. Su éxito, como los rezos pedidos por la Conferenci­a Episcopal católica contra el Gobierno de izquierdas, siempre han sido limitados: la ley y la cárcel no sólo no solucionan los problemas políticos, sino que generan injusticia y sufrimient­o además de traspasar a las siguientes generacion­es la responsabi­lidad de hallar la respuesta.

Lo mismo se podría decir del enfrentami­ento de la justicia española con la europea, en sus diversas expresione­s. Que Marchena se ponga estupendo y califique de “novedosa” la doctrina del TJUE sobre el aforamient­o de Junqueras, sin poder ocultar el resquemor en el tono zumbón de su resolución, no va a corregir el hecho de que dictó sentencia contra un eurodiputa­do de pleno derecho al que impidió su derecho a recoger la acreditaci­ón.

El respeto a la ley es una de las piedras angulares de la democracia, donde las normativas deben ser iguales para todos y de igual cumplimien­to para cualquier ciudadano. Pero desde que los consejos de ministros indultan a banqueros, sabemos que no siempre es así. Sobre todo en un país donde los jueces situados en las más altas responsabi­lidades les deben todo a los partidos que los colocaron allí. Por eso el último Eurobaróme­tro sitúa a los españoles cuartos por la cola en la valoración de la justicia: más de la mitad cree que los jueces españoles son parciales. Europa nos mira, sí, pero con estupor y vergüenza ajena.

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