La Vanguardia

Pelis de papas

- María-paz López

Cuando el cineasta alemán Wim Wenders recibió en el 2013 una carta del Vaticano con la propuesta de rodar una película documental sobre el recién elegido papa Francisco, el destinatar­io de la misiva, de confesión protestant­e, se preguntó: “¿Y por qué no se lo piden a Martin Scorsese, que es católico?”. Entonces se fue a dar una vuelta, lo consultó con su esposa, y aceptó el reto. Así lo contó entre bromas el propio Wenders, en una proyección del documental del 2018 El papa Francisco, un hombre de palabra organizada en Berlín hace meses por la Fundación Konrad Adenauer, vinculada al partido democristi­ano CDU.

La frase me ha venido a la memoria tras ver en Netflix el filme

Los dos papas, del director brasileño Fernando Meirelles, que en entrevista­s estos días se ha declarado “católico, pero un mal católico”, pues hace años que no va a misa. La fe –o su crisis, o su falta– en cineastas que filman temas papales parece referencia obligada. O disculpa por lo que pueda pasar.

En verdad, la cinta de Meirelles, basada en una pieza teatral del neozelandé­s Anthony Mccarten, que también firma el guión, habla bastante de fe. Los dos papas recrea una conversaci­ón ficticia entre los entonces papa Benedicto XVI y el cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires; y se centra en una supuesta proposició­n del alemán al argentino para que se avenga a ser elegido Papa cuando él renuncie. Anthony Hopkins (Ratzinger) y Jonathan Pryce (Bergoglio) están fabulosos al encarnar a los dos ancianos varones, en un guión que reproduce los clichés de un Ratzinger rígido y ensimismad­o, y de un Bergoglio afable y en contacto con el mundo.

La cadencia de los encuadres es de notable belleza. A falta de permiso para rodar en escenarios reales, el equipo de Meirelles construyó una réplica de la Capilla Sixtina en los estudios romanos de Cinecittà. Por razones obvias, la Santa Sede sí dio a Wim Wenders acceso directo a Francisco –en total, ocho horas de entrevista repartidas en cuatro sesiones– y al material fílmico sobre su pontificad­o, y le prometió carta blanca.

La cinta de Wenders es un documental que a veces roza la hagiografí­a, mientras que la de Meirelles navega entre dos aguas e incluso se presenta como “inspirada en hechos reales”. Pero con las pelis de papas pasa como con las de policías, médicos o periodista­s; los profesiona­les del ramo no se las creen. En Los dos papas, el tango que bailan Ratzinger y Bergoglio resulta inverosími­l incluso como licencia. Y el no de Benedicto a aceptar la renuncia del arzobispo de Buenos Aires con el argumento de que es necesario que esté en el futuro cónclave, rechina. Dejar de ser arzobispo al frente de una diócesis no implica dejar de ser cardenal, y los cardenales menores de 80 años son electores en el cónclave, y desde luego elegibles para el papado. Un último apunte: en algo sí coinciden Wenders y Meirelles. Ambos prefieren pasar de puntillas por los abusos sexuales en la Iglesia católica.

Aquí pasa como con los filmes de policías, médicos o periodista­s; los profesiona­les del ramo no se los creen

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