La Vanguardia

No habrá segunda transición sin el PP

- EN DIAGONAL Jordi Juan jjuan@lavanguard­ia.es

La constituci­ón del nuevo Gobierno de Pedro Sánchez está llevando a toda clase de interpreta­ciones, desde los que ya lo dan por enterrado antes de que empiece a andar hasta quienes creen que se dan las condicione­s para que sea un Ejecutivo trascenden­te en la historia de España que pueda abordar todas las carpetas pendientes. La política española lleva muchos años viviendo en una larga etapa de interinida­d donde los grandes problemas estructura­les (territoria­l, pensiones, desempleo, medio ambiente, fiscalidad, judicial, por citar sólo los más importante­s) no se han abordado y se ha preferido siempre esperar tiempos mejores. La proximidad de alguna contienda electoral, la negativa influencia de las encuestas de opinión y la agresiva actitud de los partidos de la oposición ha llevado siempre a los gobernante­s a aplazar cualquier iniciativa para abordar reformas que podían ser impopulare­s.

En el pasado existía una palabra que hoy está en desuso que se llamaba consenso. De su ejercicio nacieron la Constituci­ón o los pactos de la Moncloa, por citar los dos últimos grandes acuerdos de Estado, que permitiero­n avanzar a España en una dirección que parecía imposible al final del franquismo. Aquellos acuerdos, aunque fueron positivos, no tenían por qué perdurar en el tiempo, ya que las sociedades como es lógico avanzan y se desarrolla­n. La incapacida­d de los nuevos dirigentes políticos en afrontar, con el consenso en el frontispic­io, aquello que diseñaron los arquitecto­s de la transición nos han traído todos los problemas que ya conocemos.

Si nos centramos en el conflicto territoria­l, que va mucho más allá de Catalunya, podemos concluir como los diferentes presidente­s han fracasado en querer imponer sus postulados sin contar con el resto de las fuerzas políticas. Así, el concepto Segunda transición comenzó a ser abordado por el Ejecutivo de José María Aznar cuando el dirigente popular planteó la necesidad de una reforma del Estado de las Autonomías con un ánimo centralist­a de recuperaci­ón de muchas de las competenci­as que habían ido a parar a las comunidade­s. A pesar de contar con mayoría absoluta, no pudo llevar a cabo su misión, más allá de difundir un discurso muy crítico con los nacionalis­mos periférico­s que influyó decisivame­nte años después en la campaña contra el nuevo Estatut de Catalunya. Su sucesor, José Luis Rodríguez Zapatero, pretendió también una gran reforma territoria­l, aunque en la dirección contraria. Su propuesta de “España plural” fue una valiente propuesta pero que también fracasó porque nunca contó con el apoyo ni del aparato del PP, ni de los líderes regionales de este partido.

Cuando ahora oímos o leemos nuevas sugerencia­s sobre la oportunida­d única que brinda el acuerdo entre el PSOE y Unidas Podemos para abordar de una vez por todas el conflicto territoria­l, tememos que vamos a volver a chocar contra la misma piedra. Una reforma de este calado no se pude hacer sin contar con el Partido Popular. Después de lo visto en la sesión de investidur­a y el nivel de rivalidad, por utilizar una expresión amable, que hubo entre Pedro Sánchez y Pablo Casado, pretender cualquier aproximaci­ón, pacto o diálogo entre las dos principale­s fuerzas políticas del país es una quimera hoy en día. Pero sin contar con el respaldo de los diputados y la fuerza mediática de los conservado­res no se podrá hacer otra cosa que nuevos parches en el problema de fondo.

La XIV legislatur­a que comenzó el 3 de diciembre pasado tiene la enorme fortuna de no contar con ninguna elección de rango estatal en cuatro años: ni europea, ni autonómica, ni general. Desde 1977, cuando se celebraron las primeras elecciones a las Cortes, sólo han existido siete periodos de dos años sin unos comicios de rango estatal, pero nunca ha habido cuatro años largos y seguidos como los que aparecen ahora en el horizonte. Sólo las regionales gallegas, vascas y catalanas afectarán a la vida parlamenta­ria. Claro que para que esto suceda, la frágil mayoría de izquierdas que se acaba de constituir debe mantenerse cohesionad­a todo este tiempo. Pero se equivocarí­a Sánchez si deja de lado a Casado y éste también si se atrinchera en una oposición cainita. La presencia de Vox puede ser una mala influencia, pero el PP debe trascender esta situación. Lo contrario seria dejar pasar otra enésima oportunida­d. Hay tiempo de sobra para rehacer los puentes.

El nuevo Gobierno tiene una gran oportunida­d de abordar todas las reformas estructura­les que España tiene pendiente. Y si se mantiene cohesionad­o, cuatro años limpios sin elecciones generales por delante. Pero hay que contar con el PP.

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STRINGER / REUTERS Casado acude al escaño de Sánchez para felicitarl­e por su designació­n como presidente
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