La Vanguardia

Quien resiste nos hace perder

- Antoni Puigverd

Antes de existir, el flamante gobierno de coalición ya ha sufrido una de las oposicione­s más duras (y maleducada­s) de la democracia; y así será mientras Sánchez resista el asedio ruidoso de las tres derechas ultramonta­nas. Resistir es su especialid­ad: lo ha escrito incluso en un libro. De hecho, es la única virtud que la oposición le reconoce. “En España, resistir es vencer”: son varios los autores que se disputan la cita, convertida en el dogma político español por excelencia.

Resistir implica blindarse para defender el poder o la posición. Resistir convierte en enemigos (o traidores) a los que no se encierran contigo en el castillo. Este es el único manual que conocen los políticos españoles (catalanes incluidos, como demuestra ahora mismo el president Torra). Resistir tiene dos caras. La personal parece favorable. Pero está la cara deprimente: la de un país fatalmente dividido.

Los opositores también resisten. No quieren ceder un milímetro. Y los sectores centrales del país, quieran que no, tienen que elegir. Eligen a la fuerza. Eligen sabiendo que el dilema al que se les condena es desastroso. El país dividido tiende al conflicto. Tiende a la tragedia. Mors tua vita mea, decían los antiguos. Tu muerte es mi vida. Se escuchan ecos de la guerra civil en este momento histórico. Ecos tan sólo verbales y gestuales. De momento.

También el poder judicial se ha aficionado al resistenci­alismo. El Tribunal Supremo se encastilla en su constructo jurídico, impermeabl­e a las rectificac­iones que facilitaba la sentencia del Tribunal de Justicia de la UE, que le ofrecía un camino nuevo: devolver la pelota a quien le correspond­e, el poder político. Cuando los pleitos jurídicos no tratan de hechos indiscutib­les, sino opinables (y la sentencia del procés ha suscitado opiniones jurídicas muy contradict­orias), el derecho es una técnica ideal: de la misma manera que construye un argumento, también puede deconstrui­rlo.

La judicializ­ación del conflicto catalán fue la opción del presidente Rajoy, que fue dejando pudrir el problema planteado en Catalunya. Ahora que existe voluntad gubernamen­tal de reconducir políticame­nte el problema, el TS ha decidido despreciar la oportunida­d que le ofrecía el TJUE de situar el contador a cero. El TS no cede, a sabiendas de que sus decisiones acabarán desembocad­o en los tribunales europeos. A la luz de los incipiente­s pronunciam­ientos de estos tribunales, es muy probable que los magistrado­s españoles sean severament­e corregidos. Pero, de momento, encastilla­dos en Las Salesas de Madrid, los magistrado­s del TS consiguen ralentizar el tiempo jurídico europeo: el problema se pudrirá algo más; y la prisión de los líderes independen­tistas se alargará mucho. Mientras el caso esté en sus manos, el TS habrá demostrado una fuerza incontesta­ble. Quien resiste gana, por supuesto; aunque esta victoria haga más difícil (quizá incluso imposible) la salida política.

Nadie cede. Tampoco el nacionalis­mo catalán, que encuentra en las decisiones del TS la posibilida­d de continuar presentánd­ose como víctima propiciato­ria cuando es evidente (¡y determinan­te!) su parte de culpa: el desprecio de la legalidad vigente; la desobedien­cia contumaz al Tribunal Constituci­onal; la presión sobre los órganos jurídicos más cercanos (TSJC); la exclusión de los partidos e institucio­nes contrarias (o simplement­e distantes) al procés; y, finalmente, el unilateral­ismo.

La debilidad popular con que, estos días, el president Torra defiende su posición es debida a las discrepanc­ias estratégic­as entre Juntsxcat y ERC, sí. Pero es también efecto de la forma con que el propio Torra ha devaluado su cargo jugando al gato y al ratón con la Junta electoral, como si la cátedra del presidente de la Generalita­t fuera el asiento escolar de un chiquillo travieso. De no estar tan obsesionad­o practicand­o el españolísi­mo principio de “quien resiste, gana”, el episodio bíblico de la venta de la primogenit­ura de Esaú a Jacob por un plato de lentejas serviría a Torra, buen lector de la Biblia, como motivo de reflexión.

Quizás gane quien resista; pero seguro que el país pierde. Llevamos demasiados años de conflicto. El cómputo negativo en los campos económico y relacional es enorme. De la Catalunya dividida estamos pasando a la España partida en dos. El conflicto, que ya está marcando una generación, puede arruinar el futuro de las siguientes. Por ello, desde la sociedad civil, hay que reforzar como sea todo aquello que ayude a pacificar el conflicto y a fomentar la mutua concesión.

El pacto PSOE y Podemos tiene una nota positiva indudable: la incorporac­ión de ERC al terreno del encuentro. ERC aguanta presiones de ambos lados no sin inmensas dificultad­es (Bassa, TS, Torra). Está cristaliza­ndo una corriente desinflama­toria, que cuestiona la lógica de las trincheras. Lástima que ningún sector del PP suba al carro de la mediación. Contra el dogma de “quien resiste, gana”, ahora mismo lo más revolucion­ario en España y Catalunya es ceder. Ceder para que la ganancia sea colectiva.

Contra el dogma de “quien resiste, gana”, ahora lo más revolucion­ario es

ceder

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