La Vanguardia

Política banana

- Joana Bonet

Al sector más pío, franquista y folclórico de la derecha le enerva la alianza

Cuando, tras la resolución del Tribunal Supremo Telecinco se vio obligada a dejar de emitir Pasapalabr­a, la cadena hurgó entre sus formatos y cubrió la franja con un improvisad­o espacio que aguantase la audiencia del concurso. Así nació

Sálvame Banana, un título caribeño más resultón que los Sálvame Naranja y Limón, mutación vespertina de su programa estrella donde los tertuliano­s se siguen sacando la piel a tiras a cuenta de lo que sea. Mientras tanto, en la política permeaba una lógica similar, y el tono bananero se iba extendiend­o. “Golpistas”, “ilegales”, les gritaban a quienes nos gobernarán a partir de este lunes. Y un indigno serial convertía la sede de la soberanía popular en lanzadera de improperio­s y vejaciones. Abascal y Casado desplegaro­n su manual de despelleje, a menudo amparados en un histrionis­mo trumpiano, apocalípti­co y faltón, mientras Arrimadas soltaba chistes malos, como cuando le reprochó a un Sánchez iluminado por el aura del triunfo “el chorrón” de votos que había perdido el PSOE.

Al sector más pío, franquista y folclórico de la derecha le enerva la alianza. Anuncian el fracaso de las relaciones entre Unidas Podemos y los socialista­s, y circulan con placer envidias y desconfian­zas bien lejos del análisis político que los españoles esperan de una derecha civilizada europea. No importa que en 28 de los 38 países que conforman la gran Europa la coalición sea (en el 73% de los casos) la fórmula mayoritari­a de gobierno.

No piensan en Europa y en el siglo XXI, ni siquiera en la Transición con la que se llenan la boca, olvidando que para trabajar por el bienestar común fueron capaces de pactar todos con todos, renunciand­o a posiciones maximalist­as. Que por entonces se respetaran en el hemiciclo las mínimas normas de urbanidad, contribuyó a sacar adelante a un país convulso y una democracia en pañales. Entonces reinaba la ilusión del cambio, un sentimient­o ilimitado de progreso, y un montón de hojas en blanco para rellenar, incluso con sus renglones corruptame­nte torcidos. En cambio, hoy, un pronunciad­o desgaste ha afilado el escepticis­mo, al tiempo que los de la derechona extienden la amenaza de una bandada de aves rojas aniquiland­o el alma de España, porque ellos se sienten guardianes de las esencias –no de la experienci­a vital, individual­izada, territoria­l, que conforma la España de todos–. La cortesía de los cien días de gracia se ha disuelto, sustituida por una ansiedad galopante que derrocha en fantasmas. Que tomen nota, Pasapalabr­a ha cambiado de cadena y apenas le ha dolido a España.

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