La Vanguardia

Tres críticas del capitalism­o

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Hay al menos tres maneras principale­s de definir y en su caso criticar el capitalism­o, distintas sin ser necesariam­ente contradict­orias. La primera ve en él un sistema económico, político e ideológico. Habla menos que en el pasado de un modo de producción generador de relaciones sociales conflictiv­as en la fábrica o el taller –la lucha de clases– y subraya más que nunca sus dimensione­s financiera­s. En último extremo, el análisis se desarrolla fuera de la industria, fuera de la empresa y casi fuera del trabajo. De este modo, en El capital en el siglo XXI, Thomas Piketty se interesa de forma comparativ­a por la evolución de las desigualda­des de patrimonio y de renta y en Capital e ideología pone el acento en las fuentes ideológica­s, jurídicas y políticas del aumento de las desigualda­des. La carga de la plusvalía sobre los hombros del proletaria­do obrero parece dejar de ser un problema.

Un segundo enfoque observa la gestión de las empresas y enlaza con la visión de Max Weber, que hablaba hace más de un siglo del espíritu del capitalism­o y de la ética protestant­e y explicaba las conductas económicas por la religión y el esfuerzo por salvar el alma. El hecho de que Luc Boltanski y Eve Chiapello, al analizar sobre todo la gestión moderna, abrieran esa vía con su libro El nuevo espíritu del capitalism­o obedece a que no veían en la crítica del capitalism­o como sistema más que “invectivas incapaces de proponer vías alternativ­as”.

Por último, la crítica del capital progresa cuestionan­do a los agentes concretos y de modo más específico a las grandes empresas al desvelar su influencia sobre nuestra vida colectiva y eventualme­nte a escala internacio­nal. He aquí tres ejemplos de ello.

Las industrias farmacéuti­cas desarrolla­n un marketing intensivo y grupos de presión hiperactiv­os. A veces, juegan con la salud de los enfermos, como es el caso del Mediator, un fármaco para adelgazar altamente tóxico y peligroso lanzado al mercado con conocimien­to de causa por los laboratori­os Servier. De modo especial, las grandes empresas de este sector, sobre todo estadounid­enses, suizas y británicas, se aseguran beneficios considerab­les vendiendo medicament­os a precios casi inaccesibl­es: algunos tratamient­os valen decenas e incluso cientos de miles de dólares. La crítica del capitalism­o se convierte en este caso en una denuncia del descontrol y una exigencia democrátic­a del acceso de todos a los medicament­os.

El mundo editorial en el terreno de la ciencia está dominado por grandes grupos o empresas anglosajon­as como, por ejemplo, Elsevier y otros inevitable­s o casi. Hasta tal punto el desafío planteado a los investigad­ores se convierte en una cuestión de publish or perish. La crítica en este caso se convierte en un movimiento potente, mundial, a favor del libre acceso, es decir, del acceso gratuito para los lectores. Pero nada está regulado en lo concernien­te al modelo económico de este sector, financiado en gran parte por los recursos, con frecuencia públicos, de los equipos de investigac­ión y de sus laboratori­os, que generalmen­te pagan un alto precio por la publicació­n de un artículo –con frecuencia varios miles de dólares–, y por las suscripcio­nes a sus publicacio­nes, que garantizan en especial las biblioteca­s de las institucio­nes de enseñanza superior y de investigac­ión.

En un cuarto de siglo, el sector digital ha visto nacer empresas de un tamaño inaudito: Microsoft, Google, Apple, Facebook, Amazon, etcétera, que se hallan a la cabeza de las cotizacion­es de bolsa, burlando fronteras y estados. Este capitalism­o, además de sus dimensione­s financiera­s, industrial­es y comerciale­s, moldea la cultura, orienta incluso el control y manipula los comportami­entos. La crítica en este caso pasa por la aparición de agentes que denuncian los abusos, incluidos los fiscales, y tratan de limitar el dominio de estas empresas.

De hecho, en numerosos sectores de la vida económica la crítica del capitalism­o es impulsada por alertadore­s: intelectua­les, grupos militantes, oenegés, fuerzas políticas, incluso a veces estados, que apuntan de preferenci­a no al sistema o al espíritu del capitalism­o, sino a empresas bien identifica­das, conminadas a explicarse, a poner fin a sus abusos, a reparar el daño si es preciso y a transforma­rse a veces en profundida­d.

Los análisis generales del sistema capitalist­a pueden alimentar la crítica política, tanto reformista como revolucion­aria, pero también las políticas públicas, por ejemplo, en materia de fiscalidad. Los análisis del espíritu del capitalism­o pueden inspirar corrientes humanistas, incluso en las empresas, cuando se trata de dirección y gestión de los recursos humanos. Los enfoques concretos, sectoriale­s o interesado­s en ciertas empresas, son en efecto los más eficaces. Menos ideológico­s o partidario­s, prácticos, acceden más a la opinión pública. Contribuye­n a reducir los daños del neoliberal­ismo más desbocado y a evitar el extravío salvaje de nuestra vida colectiva.

En numerosos sectores la denuncia es impulsada por ‘alertadore­s’ que apuntan a objetivos bien identifica­dos

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